11 PM | 05 Dic

FERDINAND EL RADICAL

Es muy poco lo que hasta este momento he conseguido ver de Alexander Kluge —entre otras la para mí extraordinaria “El ataque del presente al resto de los tiempos”—, pero me ha bastado para interesarme vivamente por este director y considerarle uno de los más originales, lúcidos e intrigantes del cine europeo.

Quienes conocen la totalidad de su obra constatan que “Ferdinand el radical” —literalmente habría que traducir “el duro”— es la menos radical, a nivel estilístico, de sus propuestas, ya que cuenta linealmente una historia, centrada únicamente en su protagonista, sin digresiones ni experimentos formales. Aún así, no estamos tampoco ante una narración convencional: una voz en off —sempiterna en Kluge— puntea el relato como si tratase de un documental, que nos va mostrando, de manera elíptica, distanciada y analítica, breves retazos de las andaduras de Ferdinand Rieche a lo largo de seis meses.

Éste es el tiempo que está de prueba como responsable de seguridad de una fábrica, después que haya sido expulsado del departamento de delitos políticos de la policía porqué, tristemente para él, la manera cómo entiende la práctica de su oficio es radicalmente incompatible con el funcionamiento del Estado de Derecho. 

Pero Rieche, que en su tiempo libre compra obras de carácter leninista para saber cómo piensa el enemigo, no puede dejar de ser coherente con sus principios. Así, nos bastan unos pocos minutos de proyección para comprender que, pese a la apariencia de seriedad —las sobrias planificación e interpretación de un estupendo Heinz Schubert—, nos encontramos ante una implacable y en última instancia divertidísima sátira sobre hasta dónde puede llegar la paranoia humana con respecto a la seguridad: en una espiral incontrolable, cada nueva acción de Rieche resulta más abusiva y desproporcionada, hasta llegar al colmo del absurdo. De igual manera, la vida privada no escapa de su mente cuadriculada y es en este aspecto donde la película, aún manteniendo la pincelada humorística, nos sumerge emotivamente en el terreno de la incomunicación y la soledad. 

Para el espectador contemporáneo puede resultar muy desazonador comprobar cómo esta sátira que respondía a la coyuntura de unos tiempos marcados por una Alemania dividida y los vientos aún zozobrantes de la guerra fría, no resulta a estas alturas del siglo XXI ningún anacronismo. Hoy, el término “terrorismo” ha tomado el relevo de los antiguos miedos, y lo que en principio es una amenaza objetiva, se convierte también en la excusa perfecta para que quienes manejan los hilos puedan coartar derechos y libertades civiles básicos. 

En definitiva, si encuentro a Kluge tan interesante —extiendo esta consideración a todo lo que visto de él— es porqué nos seduce en tanto que cinéfilos, a causa de sus estimulantes hallazgos expresivos fuera de toda norma, al tiempo que nos interpela, en nuestra condición de ciudadanos, a reflexionar y debatir sobre el mundo que nos rodea

Rieche implanta una señalización en la fábrica totalmente caótica. Lleva a los guardias de seguridad al campo a hacer maniobras como si se tratara de un ejército. Para demostrar la ineficacia de la competencia, les hace robar suministros de otra fábrica y después devolverlos. Encierra a una científica de la fábrica en un almacén por su amistad con un colega de otra fábrica. Él mismo se disfraza de ladrón y provoca una alarma para calibrar la eficaz respuesta de los miembros de seguridad. Se dedica a espiar a uno de los directivos y, creyendo que va a fusionar la empresa con otra extranjera, lo detiene prisionero acusándolo de traidor…
Ya despedido de la empresa, dispara en plena calle contra un ministro, hiriéndole en el rostro. Cuando es arrestado e interrogado por un periodista, afirma que lo hizo sólo para demostrar las deficiencias de seguridad del Estado y la necesidad consecuente de personas que entiendan este concepto tal como él lo hace. Afirma impertérrito que sólo pretendía que la bala pasara por delante del ministro sin herirle, pero erró el tiro porqué el ministro se movió.

Por otro lado, su particular código ético le hace no denunciar a una ladrona de la fábrica a cambio de que se convierta en su amante; y otro tanto con otra sospechosa de robo, esta vez a cambio de su orina, con el fin de superar satisfactoriamente las pruebas médicas de la empresa (lo que lleva, en uno de los momentos más jocosos del film, a que el médico exclame: “Si no fuera usted un hombre, juraría que tiene un embarazo de tres meses”).

QUIN  CASAS FILMA

Compártelo:

Escribenos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *