Las películas de nuestra vida (4)
Yo tenía una novia y nuestra relación estaba agonizando. Fuimos a ver una película de José Luis Cuerda: La marrana. Con semejante título la cosa no podía acabar bien. Al salir del cine, dimos por concluida, para siempre, nuestra afinidad. Y cada uno por su lado
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Al cabo de unos meses, me presentaron a la madre de mis hijos. Quedamos para ver Las mejores intenciones, de Bille August, discípulo de Bergman.
Ingmar Bergman no quiso rodar la vida de sus propios padres. Redactó el guión y se hizo a un lado. Con gesto sobrio –la procesión iba por dentro– cedió la dirección a Bille August. El alumno supo merecer la confianza del maestro.
Minicine o microcine o cine infinitesimal. Butacas rojas y sala diminuta. Ahí estábamos los dos mirando la pantalla, mirándonos al bies, como si la proyección se hiciera en varios planos: interno y exterior. Mientras los padres de Ingmar Bergman se daban puñaladas, yo buscaba alguna frase de película que me ayudara a declararme.
– ¿Quieres pasar el resto de tus días a mi lado?
– No.
Después de tanto tiempo, aún seguimos juntos.
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O sea que acabé con La marrana… y comencé con Las mejores intenciones.