Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.
Si tu acercas tu boca inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.
Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo
me reduce a la sombra.
Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.
No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me has dado. José Ángel Valente Sé tú mi límite
Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años !
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.
Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
Jaime Gil de Biedma
Es uno de esos poemas a los que se vuelve constatemente a lo largo de toda la vida, que siempre se tienen muy presentes.
La confesión que hace Gil de Biedma en este poema pulsa la mayor parte de las fibras sensibles que pueda albergar un alma, desde la desolación, pasando por la angustia, por la ternura, la compresión, o incluso la felicidad. Pero el tema del poema es el único capaz de tocar tal gama de matices: el amor. Ya lo expresó Lope de Vega, seguramente mejor que nadie, en aquellos versos que decían desmayarse, atreverse, estar furioso, / aspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso…, y Quevedo a su manera más conceptista de es hielo abrasador, es fuego helado / es herida que duele y no se siente…
Pero Gil de Biedma consigue una combinación que nos sorprende por su sinceridad y su originalidad. Ya desde el primer momento declara que es una confesión, en los primeros versos que se hacen tan deliciosos al lector, que hacen que se sienta cómplice de todo el poema, y recuerdan a una de esas maravillosas noches conversando con un amigo agotando el tema de la vida. No podría haber un momento mejor para la confesión tan terrible, tan abrumadura y tan sublime del poeta.
Pandémica o Celeste (Urania). Son los dos tipos de amor que existen: el amor del cuerpo y el amor del alma. Platón evidentemente se inclina por la Venus Celeste, por el amor del alma. Pero tal y como lo explica Platón parece insinuar que son dos mundos que no se conectan, que nada tienen que ver, que están al margen el uno del otro. De algún modo, esta concepción del amor ha llegado hasta nuestros días, y aún hoy los que se consideran más “románticos” parecen tener una fe ilimitada en el amor del alma, y olvidarse casi por completo del amor del cuerpo. Pero todavía más tópica es la idea de que a través del amor del alma se puede llegar a alcanzar el amor del cuerpo, es decir, que sólo cuando se está enamorado o se siente amor hacia una persona, sólo entonces es razonable el contacto físico, o sólo entonces es razonable sentir los cuerpos.
Biedma ha invertido los términos: al amor del alma le precede el amor del cuerpo. Lo primero es adorar el cuerpo, sentirlo cerca y sentirlo uno; y después ascender a las regiones celestes y conseguir la inmortalidad como lo describía Apuleyo. Pero Biedma no es innovador ni mucho menos. Tal visión nos podría parecer bastante novedosa hoy en día, pero lo que hace en realidad es rescatar una vieja idea platónica. Efectivamente, fue Platón el que dijo que a través del cuerpo se llega a amar el alma. Pero la confesión que está contenida en el poema no es una teorización del amor a la manera platónica, es la necesidad de romper a llorar, de aceptar la necesidad de amar los cuerpos, con la seguridad de que es el verdadero camino para llegar a la inmortalidad que el amor tanto nos prometió.
Y ahora viene lo terrible de la confesión… ¿cuatrocientos cuerpos diferentes? ¿Es que acaso pretende decirnos que para encontrar el amor es necesario conocer cuatrocientos cuerpos diferentes? En realidad no hay un número límite, porque son tantos como haga falta. Porque en cada cuerpo que se ama se busca el amor del alma, detrás de cada Pandemo se busca una Celeste, y cada cuerpo aporta algo nuevo al anterior, cada cuerpo nos enseña y nos acerca más al cuerpo amado. ¿O acaso son excusas de un adicto al sexo? Si se observa atentamente el poema en cada uno de sus detalles (incluyendo el vocabulario que utiliza) salta a la vista que esta idea sería por completo equivocada.
Podría extenderme mucho más, pero no sería más que dar mi opinión, parafrasear algo que ya está contenido en el propio poema. Y prefiero no glosar unas palabras tan bellas. Prefiero quedarme con ese maravilloso final, que recuerda al impresionante nox est perpetua una dormienda de Catulo.
Si hay algo verdaderamente llamativo en este libro de poemas, en su poesía, es su sinceridad. Cómo nos va calando para hacernos cómplices, para que nos rindamos a una evidencia: ese mostrase abiertamente, sin tapujos. El recorrido emocional apoyado primero en una experiencia personal que cuando se poetiza, lejos de adquirir un distanciamiento, se nos hace cercano, asimilable, tranquilizador.
Desde la calma y el sosiego se ha escrito este libro, ordenado con paciencia poética. Todo un cúmulo de preguntas, de dudas, de verdades sin constatar, de ansiedades, de respuestas ambiguas, de tristezas que acaban siendo alegrías y viceversa.
De contradicciones que se manifiestan de un poema a otro, de un verso a otro, de réplicas, de sarcasmos. Desde la opinión más ancestral y soberbia del ser humano hasta el deseo más mezquino, desde la convicción de la insignificancia y desde la conformidad para aceptarse como un ser incompleto.
Y como no podía ser de otra forma en este recorrido poético, el tiempo es el protagonista, el paso del tiempo, al cual el poeta intenta anular con el único ingenio que le ha sido dado: la palabra. Pero también con la certeza de su sentir más común: la improbabilidad de conseguirlo.
POEMA
VII
A fin de cuentas serás tú quien tenga que hacer
la próxima pregunta. Nadie lo hará por ti. Nadie.
También se plantea la opción de enmudecer
hasta que llegue la hora de la gran masturbación.
Qué bello eufemismo. Tu reloj biológico atrasa.
Las heridas más profundas que te hicieron
son las que cicatrizaron antes. Quedaba
por saber si la intuición serviría para guiarse
en la niebla, y no, el resultado fue el previsto.
Pero el trayecto, me dijiste, fue hermoso,
arriesgado, tanto que no lo cambiarías por nada.
Poema del libro El botín de los años inútiles
El libro lo podéis comprar en Librería «Lauviah» en la calle peatonal de San Lorenzo del Escorial. Editorial Círculo Rojo
En el bregar incesante sobre las cuerdas de las letras, muchas veces nos encontramos personajes que viven sus vidas conjugándose con estas. Buscando en ellas respuestas a sus dilemas y asfixias, contestando las cuestiones más intimidas de sus existencias, invocando, patinando, crujiendo y andando de una temporada a otra, de la misma manera en que cambiamos de la niñez a la adolescencia y vamos de esta a la adultez de la experiencia, que en nuestras memorias queda. Ya que por sobre todas las cosas, se la pasan desbordando tinta sobre hojas rotas y recomponiendo historias redentoras, que le anulan al pasado sus derrotas y dan a sus presentes, la piedra angular de sus montañas de historias. Y entre frases los leemos en zapatos por sus moradas, con sus perros, sus gatos y durante sus actos más osados. En estampas por las playas amando sirenas desnudas, por las ciudades con sus farolas que vislumbran aventuras de ultratumba. Y hasta con el castellano, camuflado de inglés por el flanco y de francés si es que hay que halarlo, lo encontramos tras capítulos y sin rebuscarlos, en retratos bien logrados y puestos al marco.
– Y de alguien como tal me dispongo a hablarles un rato, buscando a encontrarle el vértigo al Letrado.
Chema Gómez Hontoria, nos predice entre mareos, “La sombra”, la que nos mira y abraza, la que nos mima y nos salva, la que no respira y la que espera, si no mengua. Y se eterniza en unos segundo cual Homero, en ser digno, para despojar a humanos y a medios dioses de sus rezagos y apariencias, alegando que no es de locos decir que no a la guerra en un poema. Habla con ellos y a veces con nosotros, con sus lectores de sedimentos no agotados, por la esperanza que da el verso, por la energía que da al cerebro el pensamiento; y por la velocidad de crucero con la que podemos leerlo. Y va de un metro al otro, recorriendo centímetro a centímetro el conocimiento adquirido comprendiendo los secretos existenciales, por causa de los cuales, muchas veces descendemos hacia el suelo cual objetos. Y nos adentra en el por qué, que suponemos, tirándonos un tal vez podamos ser buenos, si adentramos en nuestros problemas para solucionarlos. Solo suposiciones, nada de moralidades, nada blanco, nada negro y nada neutro. Solo lo que al fin y al cabo necesitamos los mortales, un libro de cuentos lleno de textos mundanos acertados.
‒ VÉRTIGO IDÓNEO, es un pequeño compendio de letras vivas con las cuales el autor, Chema, nos lleva de la mano por la incertidumbre sentimental del día a día. Que con su poco más de media centena de páginas, aclarará vuestras miradas y pensares con sonrisas, con deseos, con recuerdos de actos y de los efectos y defectos que estos nos causan al ser explorados, de manera corta; ¡pero no efímera! Amarán y odiarán a la vez las tramas de los cuentos que nos perfila, se encontrarán en ellos y se saldrán de la consulta sin codicia ni rencillas, huirán del qué dirán y de la rutina, regalarán y se darán sin perder prisa a sus reflexiones y a sus rimas. Es un libro repleto de sensaciones intrínsecas tan naturales como las de la propia vida, pero igualmente tan palpitantes cómo el latir de un corazón, que cual barco hace agua en las orillas de la estima.
Este libro nos atrae a una rara invasión de puntos, comas y comillas que entre palabras se hilvanan creando estrofas compactas y decididamente meditadas, ya que las ideas aparecen dichas de la misma manera en que ahora podría usted decirme, que allá afuera el sol brilla y que en el puerto zurean las golondrinas. Que una Dama de poesía es siempre linda, que las brujas con sus escobas nunca limpian; y que la virginidad es devota de las cintas que portan las almas desvestidas. Es incluso más fácil de entender que las metáforas liricas que utilizo para describir lo que leyéndolo me inspira, o el ritmo intenso en que de una página pasará a otra, sin darse cuentan que, los pasajes se terminan, mucho más rápido que si leyera la biblia. La transformación subjetiva del artista, lo llevará, de la calma prepositiva hasta la dicha, sin medias tintas.
– Y recordará, que no por vertiginosa, la inteligencia humana dej
a de ser impresionante. Y a la vez recobrará el equilibrio, al apoyar vuestros puntos de vista en la realidad que habrá entendido leyendo.
‒ VÉRTIGO IDÓNEO de Chema Gómez Hontoria, es sin duda una experiencia literaria conveniente y apta para ser ojeada cada vez que una duda le afluya al alma, un libro, para ser dejado sobre vuestra butaca.
Poeta/EscritorTony Cantero Suárez
[Desde el otoño parisino, nueve de noviembre del 2013]
Ella me besa, marca la sonrisa y viaja por los labios al pasado con el adorno de sus sentimientos, lujosa y encendida como un árbol de navidad, paloma de amistades difíciles que abriga con recuerdos lo que duele por demasiado frío en el presente.
Ayer te vimos por televisión, no vas a cambiar nunca.
Él mide las palabras y me tiende la mano: hubiese preferido no encontrarme. Seguro como un pino del norte en su montaña, vigila los recodos, las umbrías, y sólo se interesa por el rumbo que la vida nos marca. Yo no pienso en traiciones, en el sucio prestigio de sus manos. Únicamente veo estos ojos de halcón y me pregunto: ¿qué pensarán de mí?
Calle arriba, después, al despedirnos, mi cuerpo reflejado se detiene en los escaparates, y con necesidad de asegurarse, por encima de objetos de regalo, abrigos, maletines de piel, televisores, levanta el dedo y con temor me dice: no vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca.