EL DOLOR DE VIVIR
Enseguida vemos a Apu dormido sobre unas cuartillas, el tintero volcado, manchando la cama, en una habitación cochambrosa, junto a la estación de tren.
Lleva existencia de bohemio, atrasado el alquiler, dando clases particulares para sobrevivir lo justo mientras escribe una novela semiautobiográfica (como en el libro de Bibhutibhushan que sirve de base a Ray), alérgico a cualquier trabajo de oficina, con horario fijo.
Por intervención de su amigo anglófilo conocerá el amor conyugal, junto a una esposa joven y alegre, y también la paternidad.
Y la acumulación de muertes cercanas quebrará sus ganas de vivir. La aceptación de las cosas como vienen, actitud reinante en las películas de la trilogía, se vuelve casi imposible. Hay dolor y rebelión, en tono trágico, y un vagabundeo de alma en pena.
Más introspectiva y menos paisajista que las anteriores, “Apu Sansar” es por ello, y también por la desenvoltura técnica adquirida, con amplio repertorio de movimientos de cámara, la más europea. La contraposición al cine indio se hace explícita al citar una película ‘Bollywood’, vidas de dioses en tono popular, entre rudimentarios efectos especiales. En magistral transición, la pantalla de la sala donde se proyecta la cinta se convierte en ventanilla del carruaje en que los jóvenes esposos regresan a casa.
La trilogía está sembrada de detalles visuales que permiten articular una sabia narración, cargada de sugerencias a partir de los elementos justos, bien escogidos. Ahí está esa horquilla vibrante de significación erótica sobre la almohada nupcial.
Así alcanza inusitada fuerza poética un relato que profundiza con elaborada sencillez en la vida del hombre, hasta alcanzar sin patetismo la esencia de dolor y goce alternantes que la forman.