HIPOSTASIS DEL ICONO
Rublev representa la concepción bizantina del símbolo propia de la escuela de Nougorod. Sus imágenes se ponen del lado de la concepción iconoclasta de la Iglesia Ortodoxa triunfante en el Concilio de Nicea, que reconoce el papel central del icono en la relación de los hombres con Dios. Por eso Rublev sólo puede pintar si tiene fe, y ésta la encuentra en el genial episodio de la campana donde, entre otras cosas, se demuestra la capacidad para el movimiento de masas de Tarkovski. Boriska llora desesperadamente, Andrei lo consuela, por primera vez rompe el silencio, se compromete a retomar los pinceles. Las brasas del fogón viran del blanco y negro al color para darnos un recorrido por la famosa pintura, que termina con una toma de unos caballos (¿la humanidad redimida?).
En el libro “Esculpir en el tiempo”, escrito por Tarkovsky a modo de diario estético, nos llama la atención sobre dos concepciones pictóricas que contrapone: por un lado Rafael, por otro Vittore Carpaccio. Dice de la Virgen Sixtina que representa a una mujer burguesa normal y corriente, cuyo estado interior se basa en la verdad de una vida, y señala en ello cierta tendencia a lo dulzón y lo alegórico. Las pinturas de Carpaccio, en cambio, expresan para él valor y dignidad entre las nuevas interrelaciones individuales y la realidad material.
La segunda película de Tarkovsky, además de ser una biografía imaginaria del pintor de iconos es una manifestación de su vida espiritual y nos deja el siguiente interrogante: ¿Cuál es la esencia de un artista genial?
A Luis, Hector y Eugenio