DECONSTRUYENDO EL DESEO- Félix

Triste, cálida, sensual, elegante, con una puesta en escena original, para contar, como dice Alfonso, quizás una simpleza: “no hay amor más grande que el que el que nunca se ha vivido”. Pero esa simpleza contiene poesía, a lo Margarit, y eso es lo que no me quieren comprender los directores de la fe “Alfonsina”. La poesía la va componiendo con planos subjetivos, intimistas, música dolorosa, y jugando con el espacio-tiempo, sí, con un reloj, como hacía Dreyer en Ordet, claro que sin sonar con el tic-tac maravilloso. Hacer una cena con tres trajes distintos nos da una idea de que han comido juntos muchas veces, como bajar y subir escaleras de un hotel, nos puede facilitar la comprensión de encuentros sublimes en una habitación. “Pensé que no seriamos como ellos, pero me equivoqué”.

¿Cuantas películas de los directores de la fe se pueden deconstruir? Si no hay poesía no se puede soplar en el hueco de un árbol para guardar los secretos, y encima cerrar el mismo con las flores que llevaba los trajes de Li-zhen. La imagen final es sobrecogedora, hasta el extremo de que el año que vi la película me fui directo al olmo viejo para allí meter los recuerdos de Molina de Aragón, que tuve ocasión de explicitar en un viaje y que no voy a repetir. (La chica de la falda a cuadros)

Hiroshima mon amour, de Alain Resnais, el amor entre una actriz y un arquitecto japonés vagando por la ciudad destruida. Emmanuelle Riva le dice en un momento crucial: “llegará un tiempo en el que ya no sabremos dar nombre a lo que ha pasado en nuestra memoria”. Roberto Rossellini en  “Te querré siempre”, nos emocionó con la reconciliación en medio de una celebración religiosa que recorre las calles de Nápoles. Pero lo que no está al alcance de cualquiera es ver cada tarde ocultarse el sol y que salga el rayo verde (Rohmer lo hizo). Alfonso, no creas, también me emocionó aquello de “Siempre nos quedará Paris”