08 AM | 24 Jun

Lección de historia con lobos

 

 

 

 

Hay que saber mucho cine para poder hacer un documental como El abogado del terror. Hay que saber mucha historia para tener el talento de contarla sin perderse. Hay que tener una cultura inagotable para ser capaz de mezclar en una sala de montaje un material que le deje al espectador literalmente traspuesto, y sin que se utilice en ningún momento voz en off, el habitual comentario rotundo que convierte la inmensa mayoría de los documentales en sucedáneos del National Geographic. Hay que poseer el bagaje cinematográfico de Barbet Schroeder para construir una auténtica obra maestra del cine sobre lobos. Lobos de dos patas, criminales de la Revolución y del Estado, indisolublemente unidos por algo tan evidente como el modo de hacer, el modo de vivir, el modo de matar, el modo de justificar el crimen.

 

Llevo dos semanas dándole vueltas a este documental espeluznante y esclarecedor, que no sólo recomiendo sino que debería convertirse en un tema de debate para varias generaciones -empezando por la mía- que vivieron la dialéctica salvaje de salvar la humanidad y esclavizarla. Esa argamasa que ha constituido el tejido de nuestros sueños más ambiciosos y más crueles, porque con esa pasta que embadurnábamos nuestros deseos figuraba el amor -para qué negarlo- pero también la brutalidad, esa antesala del crimen.

Estamos hablando de las buenas intenciones de un asesinato, o de dos, o de una clase social, o de varias, hasta llegar al ridículo de no saber si defendimos la transformación de la sociedad o fuimos esos cándidos personajes, tan implacables como secundarios, que aparecen en las obras de Shakespeare, casi para hacer reír en los momentos en que la tensión teatral resulta insoportable.

El filme El abogado del terror, de Barbet Schroeder, que se acaba de estrenar en España y que volará pronto de las carteleras -un cine y una sesión en Barcelona, un cine y dos sesiones en Madrid- porque las gentes que dicen saber de esto y viven de ello consideran que ese es cine para gente muy especial, que apenas da un duro para que les hagan la corte publicitaria. En la historia del cine, más aún que en la historia de la literatura, lo mejor lo saca el tiempo y lo redime del fracaso ante críticos y espectadores. Fíjense que si digo “se estrena en España”, debo preguntar luego: ¿dónde se estrenan las películas en España? ¿En Madrid y Barcelona? Me consta que la inmensa mayoría de las ciudades españolas ya no tiene cines, fuera de esos galpones para ganado familiar de fin de semana, junto a los abrevaderos del consumo de masas. El cine convierte en casi imposible la artesanía y la empresa familiar. Pero de vez en cuando aparece algo así y hay que precipitarse en el elogio y el entusiasmo porque no se trata de esos ejercicios de fin de carrera -esa abrumadora pesadez de los jóvenes cinéfilos- y estamos ante algo grande y realizado con los limitados medios de un género tan manido y difícil como el documental.

El protagonista principal del filme de Schroeder es un gran abogado parisino -Jacques Vergès- que en España no sonará mucho porque nunca, que yo sepa, tuvo relación alguna con nadie de aquí y hasta me temo que no debió pisar este país nunca, como no fuera alguna sala de aeropuerto. Sin embargo se le publicó apenas muerto Franco, cuando salían del armario los radicales irredentos; aún conservo la edición de Anagrama del año 76 de La estrategia judicial de los procesos políticos,donde se puede leer la sentencia que abre el libro: “El aparato estatal formado por el ejército, la policía y la justicia es el instrumento mediante el cual una clase oprime a otra”. Firmado, Mao Tse Tung. El mundo de Vergès no era precisamente el nuestro. Hijo de un francés de la isla Reunión y de una vietnamita, discreto sólo de estatura, ojillos vivos enmarcados en aquellas gafas redondas que pretendían definir una concepción del mundo. Osado y soberbio hasta la fatuidad, siempre se sintió un producto exquisito y colonial que debía mostrar al país más autocomplaciente del mundo -Francia inventó el “chovinismo”- que eran tan viles, desalmados, explotadores e imperialistas como cualquier otra sociedad occidental con intereses coloniales.

La trayectoria de este letrado imaginativo e implacable empieza con el terrorismo independentista argelino, al que defenderá en un juicio que se habría de convertir en leyenda de ese mundo tan cargado de mitos y escaso de futuros. Incluso acabará casándose con una leyenda del mundo árabe, la terrorista Djamila Bouried, condenada a muerte por el Estado francés, a la que Vergès, en su condición de abogado y gran manejador de los medios, conseguirá salvar la vida. Djamila Bouried y su odisea, no más sangrienta y criminal que la de Menahem Begin, en el otro lado de la barricada, que llegaría a primer ministro del Estado de Israel e incluso a premio Nobel de la Paz. Se podría decir que en casi todos los vericuetos terroristas de los movimientos palestinos de los años sesenta y setenta, tienen como letrado, intermediario y cómplice a Jacques Vergès. Y luego con Mao Tse Tung en China y Pol Pot en Camboya, y la colección de tiranos árabes supuestamente socialistas. Allí donde había un combate contra el sionismo estaba Vergès, que se llegó a convertir al islam y dejó de comer cerdo y otras golosinas, pero por poco tiempo. Luego siguió con los restos internacionales de la Baader Meinhof, y con ese espécimen singularísimo del género lobo, Ilich Ramírez Sánchez, venezolano, más conocido como Carlos; su relato, sus descripciones, su atropellada manera de hablar un francés utilitario como una “9 Largo”, en conversación telefónica desde la prisión donde cumple la perpetua, dejan al espectador en un estado de perplejidad absoluto, como si de pronto uno escuchara la voz de un Conde Drácula real, arrogante, locuaz y deslenguado. No es la banalidad del mal, de la que hablaba Hanna Arendt, sino la presunción del killer. Probablemente esa sería la manera de enfocar el asesinato político de aquel Netchaev, hoy tan olvidado y sin embargo tan presente; fue el primero que construyó una ética del terrorista como lobo sanguinario y filantrópico.

Ninguna actriz sería capaz de hacer tan naturalmente el papel que interpreta la antigua terrorista alemana Magdalena Kopp, contando su propia vida y su experiencia amorosa y frustrada con Jacques Vergès. Es un momento cenital, en el que realidad y representación convergen y dan un resultado inhumano de puro sencillo. Cualquiera al oírla podría pensar que estamos ante una historia de gentes comunes, asaeteadas por la vida, cuando de lo que se trata es de genéricos de la especie lobo, dispuestos a matar por una idea, la primera que les viene a la cabeza; después de tantos años pensando que sólo eran capaces de morir por ella. Una diferencia notable, la de ser capaz de morir, a considerar que es imprescindible matar. Cualitativa, que decían los dialécticos. Y siempre ahí está Vergès con su puro habano a medio fumar, como si moviera la batuta de un jefe de orquesta corrigiendo las deficiencias de los músicos del foso.

Y como traca final, el gran sarcasmo. Defender a un criminal en su grado superlativo. Klaus Barbie, la hiena de Lyon, el hombre que torturó y asesinó a hombres, mujeres y niños en la Francia ocupada. Como en una exhibición del túnel de los horrores van apareciendo unos tipos amables, hasta simpáticos, buenos narradores de sus propias mentiras, que cuentan con la mayor normalidad cómo hicieron o mandaron hacer tal o cual cosa, sin perder el ritmo ni alterarse. Como buenos representantes del género lobo. Y nos están contando una historia con la sencillez de una lección de alta política, como aquellos profesionales de la antropología que son capaces de desvelar todos los secretos de una mansión a partir de una detallada relación de lo que va en la bolsa de la basura. No cabe la simplificación. No es un trepador social, tampoco un revolucionario, ni un vulgar cómplice del terror. Es mucho más, es un abogado que demuestra que la ley es un trampa construida por los poderosos, que en ocasiones se les enreda en las patas del lobo y les hace temblar. No de vergüenza, como podría ser el caso, sino de miedo, quizá de complicidad.

 Artículo publicado en la Vanguardia el 1 de noviembre de 2008 por Gregorio Moran

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02 PM | 02 Jun

Alejandra y el mar del verano

 

 

 

 

 

    Alfonso Guerra estuvo en la Biblioteca  Nacional para comentarnos cuales habían sido los libros mas importantes de su vida, y después de un recorrido realmente emocionante, terminó con una novela que recomendé a Carmina hace tiempo para que la propusiera en un club de lecturas, me estoy refiriendo a Helena o el mar del verano de Julián Ayesta, y que a mí me la recomendó hace unos años Vicent, un amigo valenciano, la novela, que tiene pocas páginas dice cosas como éstas:  

                        «Algunas veces mi amor -que era Helena, tan hermosa, con la piel tan morena y el pelo rubio y los ojos azules y tan libre y valiente- se paraba otra vez a coger zarzamoras y se pinchaba con una espina. Entonces me ofrecía su dedo ensangrentado y yo le chupaba la sangre, que era tan roja, tan salada, tan hermosa centelleando al sol. Después me besaba y me lavaba con sus labios la sangre que había quedado en los míos. Y después de hacerlo nos entraba como un miedo raro. Porque aquello era un rito secreto, secretísimo, como una especie de pecado; nadie sabía por qué. Helena se apretaba contra mí como una gata misteriosa, y con los ojos llenos de lágrimas murmuraba: «Tengo miedo.» Y yo, lleno de una ternura y un amor que casi me hacían llenárseme los ojos de lágrimas, la apretaba más aún contra mí y la mantenía así, con mis labios sobre su pelo, tiempo y tiempo, hasta que Helena separaba la cabeza de mi pecho y me miraba todavía con lágrimas, pero sonriéndose de amor y de felicidad. Entonces seguíamos andando abrazados, con la cabeza de Helena apoyada en mi hombro. Y así seguíamos hasta el mar
                                 Como me alegré coincidir con él.
                                Estuve de viaje en Portugal y paramos en Lamego  visitando el teatro Ribeiro de Concisao, una maravilla de espacio que tiene un parecido con la Scala de Milán .La historia del teatro es muy sencilla:  un nativo del pueblo hizo dinero en Brasil y a su vuelta quiso hacer un teatro, con el tiempo se deterioró, hubo un incendio y al final la recuperación se ha tenido que hacer desde los poderes públicos .El teatro Variedades si queremos que funcione tendrá que tener un recorrido parecido, aunque algunos crean que lo privado es la mejor solución.
                                Alejandra ha estado muy bien en el mitin que el PSOE de nuestro pueblo dio el pasado domingo .Alguien tendrá que ir pensando en como se abordan las próximas elecciones municipales.
  1 de junio 2009

 

 

 

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10 PM | 19 May

Confusiones

 

 

 

Cuando llegan estas fechas, y la feria taurina de San Isidro se convierte en actualidad, surge a mi alrededor la crítica de considerar el rito como algo salvaje y disparatado. Aún recuerdo a mi sobrina el verano pasado que para fastidiarme se enfundó una camiseta con el típico lema: «Toros ni Arte ni cultura».

 

Para estas ocasiones consulto el libro de Victor Gómez Pin que además de ser de Barcelona, lo cual molesta cantidad a los antitaurinos, es catedrático de Filosofía, que lleva por título ni mas ni menos que el siguiente: «LA ESCUELA MAS SOBRIA DE VIDA.Tauromaquia como exigencia ética. ¿Debe Europa repudiar Ronda?, esta es la pregunta que se hace el autor, y encuentra la respuesta en Proust, la tauromaquia es la condición de «escuela mas sobria de vida y verdadero juicio final»,no hay duda, el toreo está indisolublemente unido a la ética y la estética.

Hoy he tenido que asistir  a una comida de jubilación, y antes de que se produjera el discurso enlatado del jefe he pedido a los asistentes que si preferían cambiar el rollo del jefe por un cuento de Mario Benedetti, que en esos momentos estaba siendo enterrado en Montevideo, yo estaba convencido que el cambio no tenía discusión y me metí la mano en la chaqueta para leer el cuento de los delfines que esta en libro de Buzón del tiempo.Desolación, todos seguían al jefe y me tuve que guardar nuevamente el libro en la chaqueta. ¿conocían a Benedetti? esa fue mi gran pregunta cuando terminó la comida, por supuesto con cubatas y mus incluido.    

19 de mayo de 2009  

 

 

 

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04 PM | 18 May

La crueldad de Dante

 

 

 

 

 

 

 

 La decisión del presidente Obama de dar a conocer los documentos sobre las prácticas interrogatorias de Guantánamo y Abu Ghraib y, al mismo tiempo, no ordenar la investigación de quienes llevaron a cabo tales prácticas, me recordó un caso bien anterior, en el que el sistema legal es también utilizado para justificar la tortura, y en el cual el torturador tampoco es condenado por sus acciones. Ocurre casi al final del viaje al infierno de Dante, en el Canto XXXII de su Comedia.

No puede haber seguridad en una sociedad que rehúsa investigar y condenar actos de tortura

Siguiendo a Virgilio por los varios círculos infernales, Dante llega al lago glacial en el que las almas de los traidores son presas hasta el cuello en el hielo. Entre las terribles cabezas que gritan y maldicen, Dante cree reconocer la de un cierto Bocca degli Abati, culpable de haber traicionado a los suyos y haberse aliado al enemigo. Dante pide a la inclinada cabeza que le diga su nombre y, como es ya su costumbre a lo largo del mágico descenso, promete al pecador fama póstuma en sus versos cuando vuelva al mundo de los vivos. Bocca le contesta que lo que desea es precisamente lo contrario, y le dice a Dante que se vaya y no lo fastidie más.

Furioso ante el insulto, Dante coge a Bocca por el pescuezo y le dice que, a menos que confiese su nombre, le arrancará cada pelo de la cabeza. «Aún si me dejases calvo», le contesta el desdichado, «no te diría quien soy, no te mostraría mi cara/ aunque mil veces me azotases». Entonces Dante le arranca «otro puñado de pelo», haciendo que Bocca lance aullidos de dolor. Mientras tanto, Virgilio, encargado por la voluntad divina de guiar al poeta, observa y guarda silencio.

Podemos interpretar ese silencio de Virgilio como aprobación. Varios círculos antes, en el Canto VIII, cuando los dos poetas navegan a través del Río Estigio, Dante, viendo cómo uno de los condenados se alza de las aguas inmundas, le pregunta, como siempre, de quién se trata. El alma pecaminosa no le da su nombre, sólo le dice que es «uno que llora» y Dante, sin conmoverse, lo maldice ferozmente. Virgilio, sonriente, toma a Dante en sus brazos y lo alaba con las palabras que San Lucas usó para alabar a Cristo. Entonces Dante, alentado por la reacción de su maestro, le dice que nada le daría mayor placer que ver al condenado volver a hundirse en el fango atroz. Virgilio le dice que así ocurrirá, y el episodio concluye con Dante agradeciendo a Dios la concesión de su deseo.

A través de los siglos, los comentadores de Dante han intentado justificar estos actos como ejemplos de «noble indignación» u «honorable cólera», que no es un pecado como la ira (según Santo Tomás de Aquino, uno de las fuentes intelectuales de Dante), sino una virtud nacida de una «causa justa». El problema, claro está, reside en la lectura del adjetivo «justo». En el caso de Dante, «justo» se refiere a su comprensión de la incuestionable justicia de Dios. Sentir compasión por los condenados es «injusto» porque significa oponerse a la imponderable voluntad divina.

Tan sólo tres cantos antes, Dante cae desmayado de piedad cuando el alma de Francesca, condenada a girar para siempre en el vendaval que castiga la lujuria, le cuenta su triste caso. Pero ahora, más avanzado en su ejemplar descenso, Dante ha perdido su flaqueza sentimental y su fe en la autoridad es más robusta.

Según la teología dantesca, el sistema legal impuesto por Dios no puede ser tachado ni de erróneo ni de cruel; por lo tanto, todo lo que decrete debe ser «justo» aun cuando se halle más allá del entendimiento humano. Las acciones de Dante -la tortura deliberada del prisionero preso en el hielo, su sórdido deseo de ver al otro prisionero ahogarse en el lodo- deben ser entendidas (dicen los comentadores) como una humilde obediencia a la Ley y a una incuestionable Autoridad Mayor.

Un argumento similar es propuesto hoy en día por quienes argumentan contra la investigación y condena de los torturadores. Y sin embargo, habrá pocos lectores de Dante que no sientan, al leer esos pasajes infernales, un mal sabor de boca. Quizás sea porque, si la justificación de la aparente crueldad dantesca yace en la naturaleza de la voluntad divina, entonces, en lugar de sentir que las acciones de Dante son redimidas por la fe, el lector siente que la fe es envilecida por las acciones de Dante.

De la misma manera, el implícito perdón a los torturadores, sólo porque los abusos ocurrieron en un pasado inmutable y bajo la autoridad y ley de otra administración, en lugar de alimentar la fe en la política del Gobierno actual, la envilece. Peor aún: tácitamente aceptada por la Administración de Obama, la vieja excusa de «sólo obedecí las órdenes» adquirirá renovado crédito y servirá de antecedente para futuras exoneraciones.

G. K. Chesterton dijo alguna vez: «Obviamente, no puede haber seguridad en una sociedad en la que el comentario de un juez de la Corte Suprema, diciendo que asesinar está mal, sea visto como un epigrama original y deslumbrante». Lo mismo puede decirse de una sociedad que, bajo no importa qué circunstancias, rehúsa investigar y condenar infames actos de tortura.

Alberto Manguel es escritor y crítico literario argentino.

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04 PM | 18 May

Mario Benedetti

 

 

 

 

 

Chau número tres

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

 

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