Análisis de Películas

01 AM | 19 Dic

SOBRE EL DECÁLOLGO 6, día 23 después de No matarás.

SOBRE DECÁLOGO #6 “NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS” DE KRZYSZTOF KIEŚLOWSKI: UNA EXTRAVIADA REFLEXIÓN A PROPÓSITO DEL AMOR

14/09/2021

Convengamos que el verdadero significado en torno a la concepción del amor sigue siendo un apasionante misterio, o acaso no podríamos aceptar que existe una única y concertada definición para denominarlo. Con el advenimiento de la posmodernidad (¿y de la posposmodernidad?), los límites —y acuerdos— sobre la idea del amor se tornan híbridos y difíciles de fijar.

Hacia fines de los años 80, cuando la sociedad aún no conocía nada acerca del fulgor virtual que trajeron consigo las redes sociales y la revolución informática, prevalecían otras formas de voyeurismo. Krzysztof Kieślowski (director y co-guionista junto a Krzysztof Piesiewicz), en la sexta entrega de su célebre obra Decálogo, nos expone una de esas posibles miradas, si no la más reconocida y revisitada a lo largo de la historia del cine: un joven introvertido e inseguro espía a una mujer mayor desde la ventana de su dormitorio, a través de un preciado catalejo robado. La obsesión del joven, que en primera instancia puede resultar inocente, ingenua, casi instintiva para un muchacho de su edad, se va tornando problemática y extremada.

El sojuzgamiento moral inherente.
Relecturas éticas de una sólida moral

Dentro de ese muchacho, llamado Tomek (Olaf Lubaszenko), se impone la necesidad de llevar al extremo la ambición por ver a esa figura en el departamento de enfrente, de manera constante, y esto lo lleva a cometer ciertos actos que concuerdan con una primera lectura, inicial, del mandamiento que Kieślowski invoca para esta representación: “no cometerás actos impuros”. Cabe aclarar que nos estamos encuadrando en la fórmula catequética ofrecida por el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, y no la formulación básica traducida como “no cometerás adulterio”, puesto que resulta evidentemente menos atinada para este caso.

Pero no todo es tan simple, puesto que se nos presentan los interrogantes: ¿acaso esos comportamientos del joven circunscriben una forma de manifestación propia del amor? ¿Es aquello realmente amor? ¿Son simples consecuencias de ese afecto desmedido? ¿O se trata más bien de una obsesión compulsiva propia de un pobre joven desequilibrado psíquica y emocionalmente, por diversos motivos? Y si así fuese, ¿cuáles podrían ser estos motivos?

Decálogo 6 (Kieslowski, 1990)

Sin lugar a dudas, uno de ellos puede recaer en la figura de la madre castradora, con la que Tomek convive en su departamento (Stefania Iwinska). Decimos “castradora” en términos freudianos: sabemos —intuimos y luego ratificamos— que esa figura materna que cuida de Tomek y lo cría como a un hijo, es en verdad la madre de su amigo, que ha partido hacia la guerra. Nuestro protagonista es huérfano desde la niñez. La caracterización un tanto grotesca y caricaturizada de este recurrente personaje, nos muestra a una madre empecinada en su cuidado obsesivo por advertir a Tomek de la perversión inherente al mundo social que lo rodea (habla explícitamente de lo que —según ella— buscan hacer las mujeres adultas con chicos inexpertos como él). Inferimos entonces que su presencia puede llegar a ser una clara evidencia de los desequilibrios internos del joven.

Ahora bien, lo singular es que la mirada alerta y permanente de Tomek en su voyeurismo de vigilancia no hace más que representar a la entidad psíquica superyoica, identificable en el sojuzgamiento permanente de los comportamientos humanos y de las restricciones a las que nuestras pulsiones más impuras deben ser sometidas constantemente. Nos regimos por códigos morales preimpuestos que nosotros mismos legitimamos en nuestra sombría cotidianeidad mecanizada, en nuestro día a día, en nuestras corrientes interrelaciones socioculturales. De eso mismo se alimenta el Superyó, psicoanalíticamente hablando.

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