
JOSEP RAMONEDA 18/10/2009
La multiplicación de los casos de corrupción, que se extienden como verdaderas plagas, como está ocurriendo estos días en la geografía del PP; la cuestión eternamente pendiente de la financiación; la sensación de que el nivel del personal seleccionado para los altos cargos ha bajado sensiblemente en los últimos años; los lamentables espectáculos que combinan la celebración de las unanimidades con las descarnadas peleas y deslealtades entre compañeros; la bochornosa exhibición de la servidumbre voluntaria, con un verdadero pánico a cualquier forma de crítica o discrepancia interna; y la sensación generalizada de estar ante una casta con intereses corporativos, alejada de la realidad cotidiana, han generado un descontento creciente de la ciudadanía respecto de los partidos políticos. ¿Tienen remedio? ¿O habrá que pensar en otras formas organizativas?
La Constitución dice que “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental de participación política”. ¿Cumplen estos requisitos? Sólo a medias. Las dinámicas de los partidos tienden más a frenar que a estimular la participación política. En realidad, operan mucho más como agencia de colocación de una profesión llamada política que como canal de discusión y de acción política abierto a la ciudadanía. Expresan el pluralismo político, pero la condición de cártel con la que actúan, más que estimularlo, lo restringe.
La formación y expresión de la voluntad popular se han deteriorado, con un sistema de democracia mediática que favorece el monólogo del gobernante, con las encuestas de opinión como casi única señal que viene de abajo. El complejo mediático-político, una promiscua trama de intereses, ha conseguido que no sea ningún disparate la distinción entre opinión publicada -la que emana de este complejo- y opinión pública.
Si las tareas principales de los partidos son asegurar la participación política y la representación de la ciudadanía, seleccionar el personal para los puestos de responsabilidad política, y formular y liderar propuestas de gobierno que atienden al interés general, hay que decir que en todas ellas las deficiencias son grandes.
¿Dónde están los problemas? En la propia lógica organizativa: se ha dicho que los partidos son la única herencia del leninismo que ha sobrevivido a la caída del muro de Berlín. Lo cierto es que la democracia interna es muy débil y los partidos se han convertido en máquinas de ocultación de las malas noticias, a mayor gloria del jefe. Al mismo tiempo, los sistemas de escalafón son muy rígidos, con efectos perversos como que muchos militantes llegan hasta la cima de la carrera política sin otra experiencia profesional que la vida de partido.
En las élites políticas hay una obsesión por la gobernabilidad, que se expresa en el gusto por el bipartidismo: un club privado de dos socios, los únicos que pueden alcanzar el Gobierno de España, en el que es casi imposible conseguir el derecho de admisión. Los dos gozan de tantos privilegios -económicos, mediáticos, técnicos- que sólo una debacle cainita podría apartarles de esta privilegiada posición. La misma obsesión por la gobernabilidad está en el origen de las listas cerradas, que es una vuelta de tuerca más en el control de la servidumbre.
Naturalmente, en la financiación encontramos una fuente de corrupción insaciable. Siempre se habla de la necesidad de una reforma a fondo, pero nadie la emprende. Hombres ilustres de la política han visto cómo brillantes carreras acababan salpicadas por la corrupción y, sin embargo, sigue sin hacerse nada. ¿Tan grande es el negocio? ¿Tantas son las ventajas de la opacidad que merecen tan alto precio? Si encima se extiende la peligrosa doctrina, desarrollada por la derecha, de que el voto blanquea la corrupción, la sensación de impunidad es insuperable.
Cada uno de estos problemas se podría afrontar con medidas concretas que, sin ser una gran revolución, mejorarían sensiblemente las cosas: legalización de las corrientes internas que darían más calidad a la representación, cambios en la ley electoral que desburocratizaran la política, transparencia en la financiación, obligatoriedad de unos años de experiencia profesional fuera de la política para poder gobernar, etcétera. Pero para el cártel político resulta más cómodo gobernar una sociedad que crece en indiferencia que favorecer la crítica, la participación y la dignidad de la política.

La Nouvell Vague fué grande como ninguna otra escuela cinematográfica, Javier Memba, autor de un estupendo libro sobre la modernidad del cine, empezó a conocerla por las reposiciones de al final de la escapada, hiroshima mon amour y los cuatrocientos golpes, en definitiva el tríptico inaugural, que pusieron en los cines de Madrid hace 25 años.
¿Cuando empezamos nosotros realmente a interesarnos por Godard, Resnais o Truffaut?, pues en los cines Astoria, Savoy o Capsa de Barcelona de los años 7O.Allí descubrimois el cine de subtítulos, allí descubrimos a Erice, pero curiosamente eramos y somos los mismos espectadores que ahora nos vemos los viernes en la sala Juan Negrín, eso sí, con mas cine a nuestas espaldas, lo que nos va a reportar un visionado mas fácil de “el año pasado en marienbad”.
Ahora mismo estan poniendo en el cine estudio de Madrid la película con la que comenzamos la andadura de inverno, y la anunciamos mandando una foto de su musa Jean Seberg ¿Sabiamos todos que se trataba de la maravillosa mujer que vendia el Herald Tribune por las calles de Paris en Á BOUT DE SOUFLE?. Bueno, en cualquier caso es maravilloso recordar aquellos 60.

Un mal resultado en las pasadas elecciones europeas dio pie a muchas preguntas sobre el desconcierto de la izquierda, las preguntas existenciales agónicas son parte de la naturaleza misma de la izquierda. No así la derecha, ya gane o pierda nadie se pregunta por su presente o futuro pues descansa sobre la certeza absoluta de que existe y existirá; aún más, de que la derecha es la expresión de la realidad. La derecha es “la gente normal”, “apolítica” y cree en el Derecho Natural. La derecha descansa en la metafísica, la izquierda teme ser una contingencia histórica.
Creo que hay motivos para preguntarse esta vez por la izquierda. El secretario del Partido Socialista Español afirmó que la izquierda había perdido las elecciones por incomparecencia. En ese caso, ¿dónde estaba? ¿De viaje? Pero desde entonces no ha reaparecido para decir “aquí estoy de vuelta”. ¿Y si se ha muerto?
Hace unos meses escribía aquí que, muerto el comunismo, a lo que existía habría que dejar de llamarle capitalismo, pues el capitalismo como ideología antagónica a aquél también pereció y lo existente pasó a ser otra cosa. ¿Y si resulta que la izquierda también está muerta? ¿Y si nos hallamos en un estadio nuevo en el que la dialéctica entre izquierda y derecha ya no es real, es una fantasía? Al cabo, estamos dentro de una crisis que está transformando la economía mundial y nuestras vidas.
El pasado va dentro de nosotros, pero el siglo XX se cerró completamente con Gorbachov, un siglo que llevó a cabo el programa nacido en Europa en el XVIII y el XIX. La “globalización”, siendo la continuación de lo anterior, es un periodo nuevo de nuestra civilización. Quizá sea ahora cuando alumbre algo nuevo el malestar expresado en las críticas a la modernidad desde el siglo XIX, sea desde el integrismo católico, desde las artes o desde la escuela crítica de la razón de Frankfurt. Nietzsche escribió para este tiempo. Izquierda y derecha no son mónadas atemporales, son creación social en un lugar, Europa, y un tiempo concreto, pongamos que la Revolución Francesa. Y son relativas una a otra. Durante el siglo XIX y parte del XX Europa hizo un gran esfuerzo ideológico para ocupar el espacio desalojado por la religión con ideologías que tenían que abarcarlo todo, desde la moral y la vida íntima, hasta la gestión del Estado y la economía. Pero derecha e izquierda se asentaron sobre la dinámica de la vida social, el conflicto entre inercia y fuerza, entre estatismo y movimiento, entre mantener el estado de cosas o cambiarlo. Entre realidad y deseo. Esa dinámica existirá siempre, pero en cada lugar y en cada momento adopta lenguajes, ideologías, programas distintos.Creo que no tiene mucho sentido seguir escudriñando nuestro alrededor en busca de una izquierda reconocible bajo el aspecto de socialdemocracia, revolución o cualquier otra forma histórica. Aunque me parece que es inevitable, necesitamos referencias, figuras, para reconocernos e identificarnos.
Se seguirá hablando de derecha e izquierda, pues aunque el tiempo histórico ha cambiado nuestras mentes necesitan saberse en un lado u otro. No nos basta afrontar cada dilema de modo particular y tomar posición en cada ocasión, necesitamos la doctrina y el grupo, pero no debiéramos exigir que esa tal izquierda se adapte a nuestra memoria generacional.
Creo que esa exigencia se le hace a la izquierda que hoy gobierna en España. Las políticas concretas de ese gobierno son mejores o peores, discutibles, mejorables, pero son un fruto de este tiempo; confrontarlas con las políticas del pasado no ilumina nada.
Bastantes de los males que le atribuimos a las izquierdas existentes son en realidad nuestras limitaciones. La izquierda está descalabrada en Europa porque los europeos no pretenden cambiar lo que hay, quieren detener el tiempo o volver a un pasado que les permitió veranear en Marbella, Mallorca, Cancún, Túnez, Eslovenia… Queremos organizaciones sindicales y políticas que nos garanticen que la vida va a ser como era antes, que nuestros puestos de trabajo no van a ser ocupados por inmigrantes a bajo precio, que nuestros productos no tengan que competir con las importaciones de otros productos fabricados con dumping… Menos los especuladores y la gran empresa, todos estamos afectados en nuestros intereses, nos está resultando muy difícil competir por los recursos y añoramos los marcos nacionales, pero nuestras muy comprensibles reclamaciones no son necesariamente de izquierdas.
Ya que necesitamos ficciones sociales seguramente sea necesario actualizar la izquierda a nuestro tiempo. Tendría que ser desde cada sociedad, convergiendo en una izquierda global. Pero una ficción, un argumento literario, se construye con uno o varios conflictos y con protagonistas. Los conflictos no es tan difícil localizarlos, pues igual que hay una izquierda que se imagina izquierda, también hay una derecha que se imagina derecha, y es muy activa. La derecha, con su ideología heredada, en la que finge creer, y su lista de intereses a defender, dibuja en hueco el programa de la izquierda.
En España, de trazar un programa de izquierdas se encarga esta derecha nacionalista, ultraconservadora, antisocial, autoritaria y defensora de privilegios heredados. Pero si la izquierda fuese meramente la respuesta al programa de la derecha se reduciría a una organización gremial de afectados por la derecha; si renace tendrá que hacerlo desde la gran tradición europea del Humanismo, pero abriéndose también a las corrientes humanizadoras que nacen en este nuestro mundo abierto.
Pues la melancolía, la imaginación de otra vida mejor y la crítica y el deseo de cambiar lo que parece injusto anidan en seres humanos de cualquier parte, no sólo en Europa.
Lo que no está tan claro es quiénes son los, las, protagonistas del argumento, dónde está el sujeto de la izquierda.
Los intelectuales que no se han pasado a la derecha están todavía perdidos buscando con su linterna, veremos si alumbran algo nuevo. Los trabajadores asalariados, representados por los sindicatos, lógicamente no pueden crear otro horizonte que no sea asegurar sus trabajos en peligro.
Y las generaciones jóvenes, que son los intérpretes del espíritu de su época, están atrapadas en una bolsa de irrealidad. Al negarles a los jóvenes hacerse adultos, mediante su reducción a peterpanes consumidores y negándoles un trabajo con perspectiva que les permita integrarse socialmente en el continuo de generaciones, los hemos encerrado en un limbo, un perpetuo presente sin futuro. Si Europa no tiene más izquierda es porque los europeos no la quieren.
artículo de suso del toro en el diario el pais