Críticas

03 PM | 01 Abr

TARDE PARA LA IRA

Bajo el Sol asfixiante de Madrid, la ópera prima de Raúl Arévalo nos sumerge en un intenso thriller instalado en la España castiza. El tratamiento estilístico y un excelente elenco, comandado por Antonio de la Torre, recrudecen la violencia latente en una historia de venganza.»

“Raúl Arévalo en los rodajes no interpretaba, aprendía.” Estas palabras enunciadas por Daniel Sánchez Arévalo hacia José Luis Cuerda sobre Tarde para la ira sintetizan la sorprendente contundencia del director novel. Pedro Almodóvar, Icíar Bollaín, Antonio Banderas, Alberto Rodríguez o los directores mencionados anteriormente conforman una inmejorable lista del talento con el que se ha empapado Raúl Arévalo en su amplia filmografía como actor. No obstante, de la enumeración sobresale una influencia reveladora: Alberto Rodríguez. En los últimos años, el cine español de calidad se ha instaurado en el género thriller. Celda 211 (2009), No habrá paz para los malvados (2011) o La isla mínima (2014) han ganado el Goya a la mejor película recientemente. Esta última es el papel más reconocido del director debutante, dejando trazas de su naturaleza detrás de las cámaras y permitiendo sumar su nombre al de Daniel Monzón, Enrique Urbizu y el propio Alberto Rodríguez. Si Raúl Arévalo era el caballo ganador para el Goya al mejor director novel; al saltarse el aprendizaje necesario en un principiante para encontrar un estilo propio, mira directamente a los ojos de sus referentes y se postula como un firme candidato a mejor director. Sin duda, la etiqueta ópera prima no hace más que añadir valor a una de las películas españolas del año.

Bajo el calor abrasador de Madrid en agosto, Curro espera impaciente en su coche. El asalto a la joyería se ha torcido y no ve la manera de que la fuga con sus compañeros se produzca con éxito. Así es el espectacular arranque de Tarde para la ira, en el que este suceso marcará el destino de distintas familias. Pasados ocho años, Curro va a salir de prisión y retomar su vida pasada. En ese momento, la cámara viva de Raúl Arévalo persigue sin descanso a un desconocido. Es José, un nuevo amigo en el seno familiar de Curro. Pese a los continuos primeros planos, José no muestra ningún signo de emoción en su rostro. El pasado le persigue, al igual que la pantalla le acosa, sintiendo el aliento en la nuca. A los pocos minutos del visionado, el feroz estilo impuesto al filme nos sumerge en una tensión sofocante. El ambiente está calmado, sin embargo, todos los recursos nos conducen a una furia latente. Desde la decisión estética de filmar en súper 16mm y sus texturas, hasta la impaciente música original de Lucio Godoy.  Mediante una estructura dividida en capítulos se van colocando las piezas de manera gradual. El guión de Raúl Arévalo y David Pulido es el punto más débil con diferencia, sintiéndose inferior respecto a la dirección. Aun con un argumento manido y la dificultad de trascender más que las imágenes, el libreto es suficientemente sólido como para acompañar el pulso narrativo. El secreto está en hablar sobre elementos familiares, dominando todos los elementos de la España castiza.

Un bar en un barrio de clase obrera de Madrid y el pueblo de los padres del director en Segovia son los escenarios más relevantes de Tarde para la ira. La autenticidad de las imágenes es resultado de pasar una vida en esos lugares, donde el director se siente como pez en el agua. De las situaciones más cotidianas se saca partido, como la fantástica conversión de una partida de mus a media tarde en toda una declaración de intenciones. Arévalo no va de farol y añade las peculiaridades de los localismos castizos. El humor no puede faltar en las fiestas veraniegas de un pueblo, así como la importancia de la celebración de la primera comunión. Mas el factor más significativo del filme es el calor. La pantalla se ahoga en el infatigable bochorno madrileño. Asfixia y sudor que conducen directamente a una influencia: La caza (1966) de Carlos Saura. La historia de venganza o el tono pueden llevar a otros nombres como Sam Peckinpah o Jacques Audiard; no obstante, el clima abrumador es heredero del clásico español. Esa inconfundible sensación de no encontrar una sombra, desvaneciéndose toda posibilidad de hidratarse y otear compasión. Al igual que los espectadores, los actores tampoco pueden respirar. Realizando magníficas interpretaciones ensalzando la crudeza del relato.

Con la extensa filmografía que ostenta Raúl Arévalo como actor; al igual que los directores, ha trabajado con los mejores intérpretes del país. Sabiendo del potencial de actores fuera de los focos, ha conformado un excelente reparto. Tarde para la ira está protagonizada por Antonio de la Torre, compañero del director en numerosos proyectos. El actor interpreta a José desde el hermetismo, sin lograr sonsacarle una emoción de su expresión. El admirable trabajo de Antonio de la Torre no es ninguna sorpresa, centrándonos en el excelso trabajo de los actores menos célebres. La pareja compuesta por Luis Callejo y Ruth Díaz es digna de elogio. Él es un animal irracional atrapado por la violencia impulsiva; mientras que ella transmite el tormento de una mujer a la que el miedo le ha privado el derecho de vivir su vida. Con la cámara enfocando de cerca los rostros de los actores, su trabajo no hace más que acrecentarse y ganar cuerpo, casando a la perfección con el estilo impuesto por el director. Sin embargo, todas las  alabanzas se las acaba llevando Manolo Solo. Desde que aparece su figura, roba el espectáculo componiendo un papel memorable. Si no se hace justicia en la temporada de premios; el hueco en la memoria del público lo tiene más que asegurado. Lo que termina de redondear el gran trabajo del elenco.

En conjunto, Tarde para la ira supone un intenso thriller y un debut más que prometedor en la dirección de Raúl Arévalo. La confianza y claridad de ideas del realizador no son corrientes en principiantes, convirtiendo los aciertos en un sólido ejercicio estilístico. Al moverse sobre seguro en terreno conocido y la compañía de un equipo técnico y artístico de sumo talento no han permitido la creación de fisuras en las que caerse por la falta de experiencia. Raúl Arévalo se ha saltado varios pasos, pasando del calificativo de director de futuro a presente. Con su pulso y un guión más sustancial, el potencial y las expectativas de proyectos futuros no hacen más que elevarse. Hasta entonces seguiremos en busca de una sombra donde refugiarnos del Sol abrasador.

Tarde para la ira - Crítica

Sinopsis Madrid, Agosto de 2007. Curro entra en prisión tras participar en el atraco de una joyería. Ocho años después sale de prisión con ganas de emprender una nueva vida junto a su novia Ana y su hijo, pero se encontrará con una situación inesperada y a un desconocido: José, que le llevará a emprender un extraño viaje donde juntos se enfrentarán a fantasmas del pasado y se hundirán en el abismo de la venganza.
País España
Director Raúl Arévalo
Guión Raúl Arévalo, David Pulido
Música Lucio Godoy
Fotografía Arnau Valls Colomer
Reparto Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo, Alicia Rubio, Raúl Jiménez, Font García
Género Thriller
Duración 92 min.
Título original Tarde para la ira
Estreno 09/09/2016

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07 PM | 12 Mar

Crítica | Tribunal (Court)

Court

Kafka en los tribunales de la India

crítica de Court (dirigida por Chaitanya Tamhane, India, 2014).
Las leyes que conforman la presente Constitución de la India no distan mucho de las originales, instauradas en 1949 después de la creación del nuevo país. Durante la elaboración de la naciente legislación india, los magistrados se inspiraron en la constitución británica que regía durante la época victoriana. Motivo que explicaría la vigencia en 2014 de decretos tan arcaicos como la ley de sedición: orden que sanciona todo tipo de sublevación por parte del pueblo; ya sean protestas organizadas, contenidos literarios o simples comentarios públicos sobre el mal funcionamiento del gobierno. Naturalmente, con los años, la incongruencia legislativa de la india ha interferido en su sistema judicial. Los tribunales de la ex colonia británica se han convertido en un forzado punto de encuentro entre corruptos fiscales, títeres del gobierno que desean castigar a todo presunto activista, y los abogados de aquellos que han sido acusados sin fundamento. Pese a la buena voluntad de los letrados que pretenden amparar a sus clientes, sus esfuerzos nunca son suficientes. Pues, tanto los individuos procesados como sus defensores quedan atrapados en esa laberíntica realidad. La voluntad de exhibir la incoherente prisión judicial que día tras día atrapa a los miles de desvalidos ciudadanos indios se ve reflejada en la opera prima de Chaitanya Tamhane, Court (2014), el polémico film que tras ser premiado con el León del Futuro en la sección Orizzonti del pasado certamen veneciano, compitió en la categoría Rellumes del Festival de Gijón.
Inspirándose en el verdadero aprisionamiento de Jeeten Marandi, Chaitanya Tamhane muestra en Court la absurdidad del pleito del sexagenario Narayan Kamble (Vira Sathidar). El anciano cantautor, y profesor de una escuela de primaria, es acusado de incitación al suicidio mediante una de sus composiciones que el gobierno considera de innegable índole activista. Según indica la implacable fiscal Nutan (Geetanjali Kulkrani) sus malvadas intenciones se cumplieron dado que un hombre fue hallado muerto dos días después de que se celebrara el acto en el que participó el reo. Vinay Vora, el abogado de Narayan interpretado magistralmente por el actor y productor Vivek Gomber, lucha contra un caso que antes de ser expuesto ante el tribunal el espectador ya conoce su resolución. Vora defiende con uñas y dientes a Narayan, enfrentándose a testigos comprados por el gobierno, acusaciones falsas, documentos extraviados, y una sucesión de pruebas incongruentes que pretenden manipular la opinión del juez. Con este argumento, Court podría tratarse de otra adaptación de la pesadillesca y célebre novela de Franz Kafka, que Orson Welles también llevo a la gran pantalla con su película de título homónimo El proceso (1962). Sin embargo, las intenciones del realizador indio van más allá de la adulación al clásico literario. Pues, dejando a un lado la evidente denuncia al sistema judicial de su país, la opera prima de Chaitanya Tamhane representa el contraste entre la India moderna y el arcaísmo que frena su progreso.

Court, de Chaitanya Tamhane

«La sensación de inmovilidad que el director consigue mediante el estatismo de sus tableaux se convierte en una metáfora del estancamiento jurídico y, a la vez, una alegoría de la impotente pasividad de sus víctimas».

Para representar a ambas posturas, el director convierte al personaje del abogado y al de la fiscal en arquetipos de cada bloque, enseñando su día a día fuera de los tribunales. Por un lado, el letrado Vinay Vora pertenece a la elitista India globalizada, cuyos miembros compran en la sección gourmet de los supermercados, abasteciéndose con vinos y quesos occidentales, o frecuentan bares nocturnos donde bellas mujeres indias cantan baladas en portugués. En cambio, cuando la fiscal Nutan termina su jornada laboral, recoge a su hijo de su escuela pública y prepara la cena; manjar que más tarde consumirán, tras la llegada del marido, mientras observan silentes y atónitos cualquier tontería que se proyecte en su módico televisor. La familia de Nutan nunca sale a comer fuera, pero cuando se da la ocasión no van a restaurantes chic como Vora. Más bien comparten comedor con gente similar a la que Nutan desea encarcelar. En este sentido, la singularidad de Court se halla en la elección del personaje que representa su arquetipo. Hubiese sido más fácil para el público que Nutan perteneciera a una casta social más elevada que sus acusados, hecho que explicaría la completa apatía que siente por ellos. Sin embargo, Tamhane propone lo opuesto, exhibiendo un despiadado odio hacia el prójimo. También resulta interesante la lectura que el cineasta plantea sobre el personaje de Vora. Curiosamente el letrado que se comporta como un europeo, y que pide al tribunal que se hable en inglés durante todo las vistas, es el único que está al corriente de la injusticia judicial que subyuga a la población india. Su superioridad económica e intelectual le causan una indirecta responsabilidad social, mediante la cual se autoproclama defensor del pueblo. Pues, no sólo ejercer de abogado, sino que da conferencias gratuitas sobre la corrupta jurisprudencia de su país. Aunque Court posea un argumento propio del thriller, el debut cinematográfico de Chaitanya Tamhane subvierte el género del drama jurídico porque altera todos los lugares comunes que deberían desarrollarse en él. En primer lugar, el autor opta por una lentitud rítmica que se acentúa con el uso reiterativo de la cámara fija durante las recreaciones de los pleitos en los tribunales de Bombay. Método contrario al que se emplea en la filmación de los exteriores que visitan Vora y Nutan; escenas en las que abundan escuetos travellings. La sensación de inmovilidad que el director consigue mediante el estatismo de sus tableaux se convierte en una metáfora del estancamiento jurídico y, a la vez, una alegoría de la impotente pasividad de sus víctimas. Asimismo, la inerte atmósfera derivada de la puesta en escena de Court viene acompañada del gusto del cineasta por una cromática desaturada, pero sobre todo por los silencios. A diferencia de las demás películas que pertenecen a este género, en las que carismáticos letrados pronuncian larguísimos e intimidatorios discursos, Chaitanya Tamhane se decanta por la brevedad de los monólogos del abogado y la fiscal en los juicios. En este sentido, en Court el contenido verbal no es necesario dado que la situación que Tamhane denuncia habla por sí sola. | ★★★★★ |

Carlota Moseguí
© Revista EAM / 52º Festival de Gijón

Ficha técnica

India, 2014, Court. Director: Chaitanya Tamhane. Guion: Chaitanya Tamhane. Productoras: Zoo Entertainment. Lenguas: Marathi | Gujarati | Inglés | Hindi. Presentación Oficial: Mostra de Venecia 2014. Montaje: Rikhav Desai . Diseño de producción: Somnath Pal, Pooja Talreja. Música: Sambhaji Bhagat. Fotografía: Mrinal Desai. Reparto: Vira Sathidar, Vivek Gomber, Geetanjali Kulkarni, Pradeep Joshi, Usha Bane, Shirish Pawar, Bipin Maniar, Panna Mehta. Duración: 116′.
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12 PM | 05 Mar

Violette. El existencialismo según Provost

El director francés Martin Provost ha demostrado a lo largo de su, por ahora, corta pero muy interesante, carrera un especial interés en el retrato de personajes femeninos en conflicto, ya sea interno o externo o ambos. En su quinto largometraje, Violette, Provost se adentra en un período de la vida de la escritora Violette Leduc para narrar no sólo sus problemas personales, sino también para hablar de una época, y, sobre todo, para narrar la construcción de una escritor

Violette es una película cuya narración se abre hacia diferentes direcciones. Construida a base de capítulos nominados cada uno de ellos con el nombre de una persona que, de una manera u otra, influyó en la vida de Violette Leduc (1907-1972), comienza a media res, con ésta, una impresionante y magnífica Emmanuelle Devos conviviendo con el malogrado escritor Maurice Sachs en los albores del fin de la Segunda Guerra Mundial, sobreviviendo cómo pueden gracias al mercado negro, ocupación que Leduc no abandonaría hasta mucho después. Provost va desvelando al personaje, mostrando cómo de manera casi fortuita se convierte en escritora. Y lo hace no por cuestiones, o no sólo, de cariz intelectual, como aquellos escritores y filósofos con los que acabará relacionándose casi contra natura, sino por cuestiones personales, existenciales. El contexto cultural en el que se desarrolla la película es precisamente el existencialismo francés, por lo que Violetteno deja de ser un retrato atmosférico y anímico de una época, personificado en Leduc, pero haciendo hincapié en el aspecto personal: la futura escritora, como decíamos, llega a serlo como vía de escape, utilizando la literatura como fuga de una existencia que la reprime en todos los sentidos. Curioso resulta cómo el director crea un fuerte contraste entre los escritores que rodean a Leduc y ésta: mientras para ellos todo parece un juego, o una manera de alcanzar notoriedad, en algunos casos impostando demasiado su intelectualidad, para ella es algo mucho más serio, más personal: la literatura es la única manera de que alguien la escuche, de que alguien la tome en serio.

La creación literaria no es muy cinematográfica de mostrar, al fin y al cabo, ver a una persona sentada escribiendo no es demasiado operativo ni interesante. Por eso resulta excelente como Provost, que sólo muestra a Leduc ante la escritura en contadas ocasiones, busca el mostrar esa creación mediante un trayecto personal: aquello que plasma sobre papel no es otra cosa que la extrapolación de sus vivencias personales, de sus emociones, de sus miedos. Mediante la llamada autoficción, que en Francia y en otros países se desarrolló décadas antes de que se pusiera de moda la etiqueta, Leduc exorcizó sus demonios, desde la infancia hasta su presente, mediante la escritura. Una creación en proceso que Provost va mostrando a base de esos capítulos que marcan una estructura perfectamente cronológica pero fragmentada, atento a cada persona que de una forma u otra fue importante para el desarrollo personal y artístico de Leduc, eliminando todo ornamento narrativo.

Como biopic, resulta muy particular, pues tan sólo narra el período de vida de la escritora comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el final de la década de los sesenta, cuando consigue el éxito con su obra La bastarda. Entre ambos momentos, Provost se centra en hablarnos de la problemática de una mujer y de su época, de su relación con Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), quien ayudará y no poco a Leduc a llegar a ser quién fue, aunque su relación fuera controvertida. El director francés juega con el cine de época tan francés, como también lo hiciera con Séraphine, película con la que Violette guarda no pocas relaciones, también un retrato de una artista, en este caso pintora, enfrentada a problemas. A Provost le interesa menos la reconstrucción de una época como mostrar ésta en relación a los personajes. Aunque el diseño de producción es brillante, el cineasta lo toma como mero contexto en el que mover a sus personajes, de ahí una puesta en escena en la que no se busca los grandes planos panorámicos, ni el enfatizar el paisaje. Los detalles hablan por sí mismos, e importa el paisaje humano. Provost, no obstante, relaciona bien a los personajes y al decorado situando a éstos en su interior mostrando la opresión que siente en una época dorada de la literatura francesa pero cuyas bases no eran otras que un malestar generalizado tras la guerra. Ayudado por el siempre excelente director de fotografía Ives Cade, el director construye una película oscura, con el negro como color predominante, transmitiendo cierta angustia, desasosiego, una manera magnífica de definir tanto a Leduc como a su entorno.

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07 PM | 26 Feb

SUNSET SONG

Un par de semanas después de su visionado, Sunset Song (2015) vuelve a mi retina una y otra vez. Sabíamos que el cine de Terence Davies se anclaba en el melodrama clásico. Pero, habitualmente, se metamorfoseaba, acunado por melodías populares, mediante travellings y fundidos. Sin embargo, Sunset Song, adaptación de una novela popular en la Escocia del primer tercio del siglo XX, evita mayormente tales estratagemas y remite directamente al cine de King Vidor, tal vez también al de John Ford o David Lean. Sunset Song nos recuerda, repetidamente, que lo único permanente es la tierra y que todos estamos de paso. Pero también nos recuerda que sólo el Amor justifica esta vida temporal.

Luciendo unos exteriores rurales bellamente fotografiados (inmensos campos de trigo meciéndose en la naturaleza) en contraste con interiores retratados con luces artificiales, Davies parece esforzarse en hacer aparente el artificio en el que se mueven los personajes. Un artificio, una representación, que es la película pero que es la misma vida. La historia de una joven inteligente a la que la tradición le cierra un futuro profesional pero que puede superar la miseria se desliza ante nosotros, estación tras estación, año tras año, mostrando el paso y la relatividad de nuestras vidas. Sunset Song resulta un tanto desequilibrada en su narración, en la que pesan algunas imágenes estridentes y, muy especialmente, el flashback, un salto a otro espacio geográfico que se hace físicamente inadecuado tras dos horas de escenarios arcádicos. Sin embargo la obra se redime mediante otras secuencias bellísimas y, muy especialmente, gracias a una historia de amor antológica, delicada y veraz, con la sutil aproximación de dos amantes destinados a estar juntos.

 en Miradas de cine

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