...

Fomento de la cultura y profundización de los valores democráticos y del medio ambiente

Críticas

11 PM | 18 Jun

Toni Erdmann

EL DRAMA DISFRAZADO

Nos podemos plantear la historia de un padre preocupado por el bienestar de su hija. Y podemos plantear que está dispuesto a intervenir en la vida de ella. Y podemos plantear el desarrollo como una comedia… Y podríamos ver, por ejemplo, Es por tu bien (Carlos Therón, 2017), una película en la que tres padres tratan de borrar a los respectivos novios de la vida de sus hijas, en el estilo de las comedias americanas contemporáneas.

Toni Erdmann, sin embargo, se mueve en parámetros radicalmente distintos. En primer lugar porque, aunque sea nuestra primera tentación, no podemos etiquetarla como comedia. En segundo lugar, por su densidad argumental. Y todo ello se debe a las sucesivas capas que su directora, Maren Ade, ha trazado, tanto desde el guion como de la puesta en escena. De hecho la cinta arranca con un tono de comedia grotesca, con la entrega de un paquete a domicilio y la recogida por parte de un individuo que se dedica a bromear con el repartidor, hablando de paquetes bomba y adquiriendo una doble personalidad. Pero Maren Ade no duda en integrarnos en una historia realista. Y, pese a los toques de humor, podemos entender que no estamos en una comedia al uso. Inmediatamente después de reírnos con la humorada absurda de Winfried Conradi, veremos que no es un personaje alegre sino un hombre triste y solitario, que vive con un perro viejo y ciego, un profesor de música que es abandonado por su único alumno particular, que cuida de una madre dependiente, y cuya ex mujer le tolera pero no le mantiene al día de temas tan íntimos como la fiesta de cumpleaños de su hija. Para contarnos todo ello Maren Ade introduce en un relato que se mantiene fiel a los códigos de la realidad la distorsión propiciada por el humor absurdo. Winfried, que ha optado por maquillarse como un zombi al igual que sus alumnos va de la celebración escolar a la fiesta familiar sin quitarse la pintura del rostro. Winfried, mediante la broma y la simulación, está tratando de evitar la tristeza que le envuelve. No será hasta que vea a su hija, una elegante y seca ejecutiva agresiva, que opte por desmaquillarse. Y entonces entendemos que no estamos en una comedia y que Winfried es un personaje tremendamente triste.

Winfried juega en Toni Erdmann el papel equivalente a la brillantísima Gitti de Entre nosotros (Alle anderen, Maren Ade, 2009), una joven que trata de tirar adelante una pareja en base a una energía desbordante y un humor imparable. En aquel, largometraje anterior de Ade, la directora empleaba una estrategia semejante siguiendo a una pareja durante unas breves vacaciones en las que los motivos de crisis, la desidia por parte de él, la evitación de los problemas por parte de ella y el aburrimiento para ambos, iban surgiendo imparablemente y a los que ella se enfrentaba con juegos y humoradas. Maren Ade desarrolla la estrategia en Toni Erdmann hasta romper todos los límites. Winfried, preocupado por Ines, la visita inopinadamente en su trabajo en Bucarest. No consiguiendo conectar con ella a nivel emocional, y viendo su estresada vida (lejos de la imagen bucólica de triunfadora) a caballo de conferencias telefónicas, reuniones con superiores y equipo, entrevistas tensas con los clientes y salidas como cicerona con la pareja del Director general, Winfried decide adoptar una doble personalidad y reaparecer como Toni Erdmann, un personaje imposible, grotesco, que va infiltrándose en la vida personal y profesional de Ines hasta conseguir distorsionar los parámetros de la realidad cotidiana.

Podríamos pensar en Lord X, el personaje creado por Nestor Patou para evitar que su adorada fulana ejerciese como prostituta con otros hombres (Irma la dulce, Irma la douce, Billy Wilder, 1963). Y, en cierto modo, así es. Erdmann, el personaje, adquiere progresivamente tal consistencia como persona que acaba no sólo infiltrándose en la vida de Ines Conradi sino que se introduce en su mundo profesional, intercambiando opiniones con sus colaboradores y clientes. Sin embargo, Maren Ade va más allá de la divertida, inocente comedia de Wilder. Erdmann consigue poner en entredicho no tanto la vida de su hija Ines sino a todo el sistema. Entre bromas y medias verdades veremos cómo un magnate trata de cerrar una fábrica y despedir a la plantilla mediante argucias y como otra empresa elabora un plan de (supuesta) mejora para justificarlo, asumiendo la culpa. Ines Conradi es como el Ryan Bingham de Up in the Air (Jason Reitman, 2009). Son creadores de excusas, proveedores de buenas razones, promotores del cinismo necesario para que el sistema económico siga funcionando. La economía prosperará, Rumanía construirá fábricas más modernas y lucirá resultados, pero parte del país quedará en el paro y algunos empresarios engrosaran su cuenta de beneficios sin quedar en evidencia, gracias a la intermediación de empresas y personajes como las de Ines Conradi.

Toni Erdmann, personaje, llega a tirar todo ello en cara de su hija, desequilibrándola sin conseguir tranquilizarla. Toni Erdmann, película, nos lo muestra en un desconcertante equilibrio entre su auténtica identidad como drama y el lenguaje de comedia que emplea en la mayor parte de las escenas. Alternando con las salas de reuniones, las discotecas y restaurantes de lujo, Maren Ade nos muestra, como de pasada, los callejones de Bucarest y sus miserias, las barracas en las que malviven sus trabajadores o sus parados. Alternando con las presentaciones impolutas de Ines, vemos como se establece un paralelismo entre las relaciones de poder entre empresas y las existentes entre sus trabajadores. El Director general exige a Ines la elaboración de planes estratégicos, pero la humilla obligándola a acompañar a su amante a unos almacenes. Ines demanda puntualidad y precisión a sus colaboradores pero les recuerda que son sus subordinados y que, cuando es preciso, deben incluso ofrecerle su ropa para evitar manchas (literales) en la imagen de su superior.

Maren Ade, afortunadamente, no se conforma con ello y en un brillantísimo giro de guion lleva el absurdo al clímax. Un absurdo propiciado a nivel de tono por la escalada llevada a cabo por Toni Erdmann, testigo de la acción y agente de cambio en la vida de Ines, y desencadenado por el azar, por una invitada llegada un poco antes de lo esperado, tal vez en el momento adecuado… La fiesta de equipo se transforma en un desafío insólito, en un rechazo nudista a lo establecido, en una pequeña revolución que dinamita las relaciones interprofesionales, destapa literalmente las vergüenzas y culmina con un acto de amor. Maren Ade, finalmente, emociona con una obra tan insólita como revulsiva, tan triste como hilarante.

Coherentemente, hay un epílogo. Un epílogo en el que Ade nos ofrece una bofetada final. Las formas han cambiado, son más suaves; pero no hay lugar para el humor o la ilusión. La vida sigue. La vida sigue igual.

MIRADAS DE CINE

Compártelo:
01 PM | 11 Jun

MAGNOLIA

 Magnolia es una película que se sale fuera de lo común. Cada “pétalo” impregna un olor que será difícil de olvidar. Las nueve historias que llenan el metraje están perfectamente entrelazadas, dando la sensación de que, en realidad, vemos una sola película. Además, Paul Thomas Anderson juega limpio desde el principio, ya que, desde la gran puesta en escena inicial, nos da dos pistas. En la primera nos advierte de que no sólo en las películas se dan los encuentros casuales o las raras coincidencias, sino de que en la realidad todo puede ocurrir. Y la segunda, más que una pista, es una sinopsis global o presentación de lo que será el resto del metraje. Anderson hace un gran trabajo, tanto con el guión como con la dirección. En el primero primero de los casos hay que decir que hila de manera muy fina los nueve textos, dándoles sentido y uniéndolos de una manera sólida, coherente. Y, lo mejor de todo, le da múltiples puntos de vista a cada historia que cuenta, ofreciendo la posibilidad de hacer diferentes lecturas. En cuanto a dirección se refiere, hace gala de una buena diversidad de planos, lleva un buen ritmo y nos transporta de historia en historia sin que nos demos cuenta. Hace que cada diálogo y cada escena sean necesarios y tengan bastante peso en el metraje. La fotografía también desempeña un papel de peso, nunca varía de tono y ayuda a conectar las diferentes situaciones, además de ser bastante elegante, sobria y atrayente. Otra variable que se puede destacar es la difícil labor que ejerció haciendo el montaje de tantos kilómetros de celuloide, ya que cada historia fue rodada casi independientemente de las demás, y el resultado final mezcla perfectamente toda esta amalgama de escenas paralelas. Y como gran película que es, obra maestra para más de uno, viene aderezada con una excelente banda sonora que nos guarda una grata sorpresa casi al final del metraje. En definitiva, Anderson sigue manteniendo el gran nivel que demostró con su anterior film, Boogie Nights. Resulta realmente difícil destacar alguna interpretación del excelente elenco de actores que componen Magnolia. A primera vista llama mucho la atención el cambio de registro que experimenta Tom Cruise con su papel. Lo borda, saca a la palestra sus cualidades interpretativas y demuestra a más de uno que no sólo está ahí por su cara bonita. Su rol es realmente complicado, sobre todo teniendo en cuenta el cambio dramático que experimenta. Otro papel destacable es el de Julianne Moore, que repite nuevamente con Anderson y, esta vez, con matrícula de honor, llevando al límite cada momento que aparece en pantalla. A la misma altura quedan los demás actores, cada uno con su porción de protagonismo. Philip Seymour hace de carne y hueso a un simple enfermero, Philip Baker Hall emula a la perfección a un presentador de televisión que ya está de vuelta, Jeremy Blackman realiza un “prodigio” de actuación, William H. Macy da credibilidad a su extravagante papel, John C. Reilly se transforma en un convincente policía, Jason Robards (recién salido de un coma) nos sigue dando buen cine con su brillante interpretación de un enfermo decrépito, Melora Walters logra con buena nota un papel complicado. Y complicado es buscar alguna fisura o laguna en cualquiera de las interpretaciones, porque en esta película no hay un actor principal o alguien que destaque por encima del resto. Resulta extraño pero se podría decir que todos los papeles son secundarios y principales a la vez, otro logro más de Anderson, que además corrobora con las siguientes palabras: “no hay ningún papel estelar. Todos los personajes son iguales, simples porciones de las vidas que vivimos actualmente”. Y es que Magnolia es vida, amor, lazos familiares, perdón, segundas oportunidades, casualidades, encuentros y el lado oscuro de la sociedad. La sensibilidad de Anderson hace que pasemos del patetismo a la compasión, sin buscar la lágrima fácil pero encontrando un gran dramatismo y emotividad en cada diálogo y en cada plano. Siempre es fiel a su eslogan, que repite varias veces durante el metraje: “podemos dejar el pasado, pero el pasado no nos deja”. Esta frase la deja clara en cada personaje que nos presenta y además, no le falta razón. Y es que cada uno tiene su tormento interior y de alguna manera necesita ser perdonado o perdonar. Lástima que a Anderson sólo le hayan premiado con un Oso de oro (que ya es bastante) y la academia se limitase a nominarla para tres categorías. Sí, la película puede resultar excesiva, tanto en el fondo como en la realización, y esto a algunos les podrá molestar. A mí no, cuando se está ante una obra de esta magnitud los defectos dejan de tener importancia. Con una película que llega a lo más hondo de una forma tan sincera no creo que tenga importancia si Anderson ha querido abarcar demasiado, si el exceso raya en lo soportable, si el final seudo-positivo es lo que tocaba o si es un film desparejo.

Blog El lado oscuro. Aula de Cine

Compártelo:
12 AM | 05 Jun

Las mil y una noches de Gomes

“Ha llegad01_01_milyunao a mis oídos, oh Rey bienaventurado, que en el más triste de los países donde los hombres sueñan con ballenas y sirenas, el paro se extiende. En algunos lugares, los bosques se queman por la noche a pesar de la lluvia, y en otros hay hombres y mujeres que patalean de impaciencia por arrojarse al agua en pleno invierno. A veces, los animales hablan, aunque no es probable que nadie les escuche. En ese país donde las cosas no son lo que parecen, los hombres poderosos se pasean a lomos de camello y esconden una erección permanente y vergonzosa; esperan que llegue el momento de la colecta de impuestos para poder pagar a un brujo que…” (Scherezade).

Siguiendo el esquema de los cuentos inventados por Scherezade, y mezclando reportaje y relato, el portugués Miguel Gomes (“Tabú) ha pintado en “Las Mil y Una Noches. Volumen 1. El inquieto” (As Mil e Uma Noites: Volume 1, O Inquieto) un fresco “del marasmo de la vida cotidiana a base de ficciones fabulosas” que escenifican las inquietudes que traspasan su país de punta a punta. Primera entrega “de un tríptico demente que pretende contar los tumultos políticos y sociales del mundo contemporáneo”.

Mezclando fantasía y realidad, Gomes cuenta los acontecimientos que acaecieron en Portugal entre junio de 2013 y septiembre de 2014, “en pequeños capítulos tragicómicos independientes como los cuentos de Scherezade”. En tres volúmenes, con una duración total superior a las seis horas de proyección cuajadas de metáforas “que unen el docuento social y la fiebre poética, el realismo y lo maravilloso” (Didier Peron, Libération), describe el Portugal empobrecido y moribundo que se vio brutalmente afectado por la crisis y el fracaso de las leyes de austeridad de un gobierno, ridiculizado por Gomes, quien lo considera cruel e irresponsable, en las interpretaciones de Crista Alfaiate, Chico Chapas, Luisa Cruz…Desde el cierre de los Astilleros de Viana do Castelo, 600 trabajadores en la calle, y la desaparición de las abejas víctimas de una plaga de avispas, hasta del gallo que grita demasiado al cantar al alba, el bombero pirómano y la anécdota de los representantes de la Troika (“los empalmado”), llegados a Portugal para explicar a los ciudadanos la felicidad que les van a proporcionar los nuevos recortes sociales, afectados por una crisis de virilidad provocada por la poción que les pulveriza un brujo africano en el pene…

Cine dentro del cine, docu-ficción, en las primeras escenas de la película, el propio Miguel Gomes aparece angustiado, con la cabeza entre las manos, confesando en voz en off que está empeñado en un proyecto casi imposible y que durante seis meses ha filmado una ficción a base de hechos locales, si saber realmente lo que estaba haciendo. En un relato fílmico que tiene múltiples connotaciones con el trabajo de cineastas italianos (Moretti, Fellini, Pasolini…), el realizador decide escapar perseguido por la coguionista, el ingeniero de sonido, el cameraman…; otra metáfora más de una sociedad dominada por la escasez de trabajo y en la que difícilmente las personas encuentran el lugar que les corresponde, que da paso a la aparición de esa nueva Scherezade que va narrando noche a noche las historias, y cuando llega el día se interrumpe en lo más interesante, para ganar así otras 24 horas de vida. Otra forma de borrar la frontera que existe entre el documental y la ficción. “Las incesantes referencias a los cuentos de las Mil y una Noches se dan la mano con éxitos del pop internacional de un ahorterada emocionante, Ros Stewart o Lionel Ritchie. Las voces en off intentan imponerse sobre los textos en sobreimpresión. Los mismos actores interpretan papeles sucesivos, en ocasiones de distintos sexo. Las historias encajan unas con otras, se responden, se multiplican”.

Poética y política. La primera entrega de estas Mil y Una Noches del siglo XXI se cierra con una escena de fraternidad emocionante: los obreros en huelga que el día de fin de año se lanzan a nadar en las heladas aguas del Atlántico.

Compártelo:
11 PM | 22 May

ELLE

ELLE, DE PAUL VERHOEVEN

Elle, de Paul Verhoeven

En la Europa que no puede conciliar el sueño europeo, en la Francia que asiste impotente a la hemorragia originada en el fundamentalismo. En el mismo escenario en que vecinos y allegados se dan la mano para llorar por Charlie Hebdo y el partido de Marine Le Pen crece para proyectar la sombra de la ultraderecha. Allí la hipocresía y la corrección política se presentan como herramientas preferidas de una sociedad mezquina en la que también nos miramos. Allí y aquí, en el mismo sitio, la corrección política es la espada del fascismo.

Paul Verhoeven ha dedicado su carrera a destruirla. Lo ha hecho de manera natural, no como proposición sino como un impulso desde que siendo un niño cogiera la pelota con la que otros niños jugaban y la lanzara al agua. Hay, en Verhoeven, una vocación innata que le lleva a agredir cualquier discurso empeñado en normativizar a conciencia nuestros pasos, nuestra vida. Nace desde dentro, y sabe que asomarnos a nuestras esencias como seres humanos significa mirar donde los límites desaparecen en el abismo. Nos lo ha repetido una y otra vez, y en Elle no lo puede decir ni más alto ni más claro. Además, ha encontrado un perfecto aliado: Oh…, la novela de Philippe Djian en la que se basa la película, es material exquisito para su cine, un cotidiano pulverizador de tabúes con dosis intensas de sexo y oscuridad a la luz de la clase media-alta parisina. El personaje de Michèle, que relata en primera persona sus 30 insólitos días desde que un encapuchado entra en su casa y la viola, era una suculenta figura para el director holandés. Atrás quedan heroínas supervivientes como la Rachel de El libro negro (Zwartboek, 2006) o reciclajes amorales de la femme fatale pasados por el filtro de Alfred Hitchcock, caso de la Catherine de Instinto básico (Basic Instinct, 1992). Michèle parece haber sido todas ellas, estar de vuelta de todas las mujeres verhoevenianas. Los gestos de Isabelle Huppert no podrían ser más apropiados para esa heroína sin gesta, esa mujer que ha atravesado el horror y luego lo ha escupido, que devuelve una mirada con desdén a la vida cada vez que intenta destrozarla. Quizá no exista personaje más honesto ni más franco en toda la filmografía del holandés, y por eso resulta tan divertido verle despedazar la mentira y el cinismo a su paso, como si el mismo Verhoeven se paseara entre altivos círculos de burgueses desarmando su ficción propia y dejando al descubierto sus miserias.

elle_01

Huppert es, en fin, la expresión más directa del cineasta, una natural bomba de sarcasmo y misantropía que desafía cualquier presupuesto moral y se resiste a seguir el camino señalado. A su alrededor se construye un relato y cosmos de secundarios que hace equilibrismos junto al vacío. Comidas, cenas de Navidad, situaciones cotidianas que el holandés convierte en oscuras estampas de una normalidad que está a punto de estallar en pedazos. Lo que hay bajo esa realidad frágil es un submundo en el que los códigos quedan invalidados y los instintos se apoderan de todo. En ese estrato, ya no somos dueños de nuestro destino y el sexo, en su manifestación más violenta y tortuosa, sale al encuentro de los protagonistas. Elle sigue descendiendo allá donde Instinto básico se detenía, hasta cruzar el punto de no retorno y abrirnos las puertas mismas de la muerte. Su invitación, sin duda, dejará a muchos en el trayecto, pero pocos se atreverán a poner en duda lo hermoso que resulta el modo en que concibe de manera tan (aparentemente) sencilla una tormenta perfecta de pulsiones, humor negrísimo y fatalidad asumida. Como si el Arnaud Desplechin de Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, Desplechin, 2009) saliera al encuentro de Henri-Georges Clouzot y de Luis Buñuel y ese encuentro, casual y desenfadado, nos retara a abandonar complejos y descubrirnos en la tempestad. La carcajada que activa ese viaje de conocimiento puede llegar a ser tan brutal como amarga, removernos las tripas en medio de la complicidad, del mismo modo que el horror más rotundo puede dejar entrar un hilo de luz. En esta película, como en el mejor cine de Verhoeven, no hay margen paras las certezas, pues el suelo sobre el que caminan sus personajes es siempre movedizo y su mundo inestable. Y para nosotros, no hay mejor noticia que encontrarnos de nuevo con un autor siempre dispuesto a empujar los límites de su universo expresivo y, con ellos, los nuestros propios.

Compártelo: