Crítica Cinematográfica

12 AM | 05 Nov

HISTORIA DE UNA PASIÓN

DE ENTRE LOS MUERTOS

Top 2016 Historia de una pasiónEmily Dickinson, cumbre de la lírica mórbida, se dedicó en vida —eso que ella definiría como “la innecesaria antesala antes del eterno descansar”— a disponer todo lo necesario para cuando lo inevitable aconteciese. Sus instrucciones están ahí, en su poesía: hacia dónde había que orientar sus despojos, el olor que le gustaría que desprendiese la madreselva, la calidad de la piedra que conformaría una losa llamada a deshacerse sobre sus huesos; en definitiva: el obsceno modo como todo seguiría su acontecer, sin que su paso por el mundo hubiese significado otra cosa que una guirnalda de flores secas, un desgastado grupo escultórico y, quizás, un sarcástico epitafio (el suyo fue “me llaman”, bella prolongación de sus cuitas existenciales).

Terence Davies, cronista sutil del desespero silente, nos cuenta en Historia de una pasión su creciente aislamiento, ese tenebrismo en el que escribía, esa lucidez sin amargura que se infiltraba hasta en sus contados juicios morales. Emily y su familia aguardan con impaciencia el final y por el camino se flagelan a sí mismos, proselitistas ad nauseam del valle de lágrimas, el rostro contrito y la dicha inmerecida. El desapasionado circular de las agujas del reloj no tiene aquí nada de derroche épico, de cántico espiritual al estilo Malick. El espacio-tiempo queda constreñido en cuatro o cinco estancias, en un sendero que circunda el hogar, en media docena de visitas y varias tentativas de hacer felices a los demás. Labor infructuosa: la Dickinson no está aquí para echarle leña a la hoguera de las vanidades ajenas. Por eso la veréis día tras día levantarse antes de la salida del sol y escribir todavía rodeada de tinieblas lo que le ocurrirá —a su cuerpo y a su espíritu— cuando ya no esté, cuando pase a peor vida el último testigo de su existencia (no contó con la literatura y su querencia por los genios agónicos, casi espectrales).

Un texto de 

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09 PM | 16 Oct

LO QUE QUEDA DEL DÍA

‘Lo que queda del día’: lo que te queda de vida

Es posible que no os digáis jamás eso que os morís por decir, creyendo que tenéis todo el tiempo del mundo

MIGUEL ÁNGEL ORTEGA LUCAS

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Imagen de la película Lo que queda del día (1993)

14 DE AGOSTO DE 2017

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No se lo dirás nunca, ¿verdad, amiga mía? Te dices que sí, que sucederá, que alguna vez tendrá que suceder (hay tantos, tantos días –piensas– en esta vida, en este mundo…). Pero déjame decirte hoy, esta noche, ahora que no nos oye nadie y que en verano todo importa un poco menos, se perdonan más las faltas, que quizás no se lo digas nunca.

Pero vives, ¿verdad?, con esa esperanza furtiva, agazapada. Quizás le veas todos los días, en la ciudad, en tu pueblo, en el trabajo o en la calle, siempre a la misma hora, cruzándoos puntuales  en esa encrucijada que esperas con la impaciencia exacta con que esperabas otra señal hace siglos, en el colegio, en el instituto: cuando un solo gesto cómplice de él, del otro él de entonces, te rompía en el pecho con la campanada en secreto de la euforia. (Recordarás,  seguramente, aquellos versos tan ñoños de Bécquer que leías entonces: “…hoy la he visto… La he visto y me ha mirado… / Hoy creo en Dios”.)

Se diría que vuelves a creer en Dios –como cuando niña, ni siquiera ya de adolescente– cada vez que te lo cruzas y él te sostiene la mirada, como prometiéndote algo ahí al fondo de sus ojos como faros. Hace demasiado que perdiste la fe, y él –lo que imaginas de él– te la devuelve casi intacta con sólo mirarte, durante ese segundo en que parecéis contaros el cuento entero de vuestra vida hasta aquí. Y sin embargo nunca le cuentas nada; nada relevante quiero decir, nada que comprometa tu vida. Tu vida secreta, digo: la única verdadera. Ésa que se sucede hacia adentro, como la proyección de una película clandestina que no confías a nadie, mientras el mundo gira –no deja nunca de girar– con su ruido alrededor.

TU VIDA SECRETA, DIGO: LA ÚNICA VERDADERA. ÉSA QUE SE SUCEDE HACIA ADENTRO, COMO LA PROYECCIÓN DE UNA PELÍCULA CLANDESTINA QUE NO CONFÍAS A NADIE, MIENTRAS EL MUNDO GIRA

Porque es posible que te parezca una estupidez, todo esto que te digo. Puede que pienses que es absurdo, a estas alturas, pensar que no le dices lo que quisieras decirle –lo que te mueres por decirle– por miedo. A estas alturas de tu vida, y habiendo Tinder, y What’s App, y Facebook, y todas las opciones que la tecnología pone al alcance del homínido contemporáneo para no tener que jugarse las cosas cara a cara (o asegurarse antes de que no se la van a partir). Qué tontería. Y sin embargo no lo haces, no se lo dices: y es por miedo. Hay otros nombres más adultos para el miedo, no te creas. Pueden ser eso que llaman, con criterio harto falsario, vergüenza, orgullo, pudor, prudencia… Y también ésa, tan pasada de moda ya, decoro, que gobierna hasta el delirio la película ésta que estamos viendo esta noche (perdona, que estoy viendo yo solo, en este cine al aire libre, aunque tú no tardarás en ir a buscarla).

Te parecerá absurdo, tal vez, comparar tu moderna y desacomplejada situación con la del mayordomo y el ama de llaves de un lord inglés de principios del siglo XX. Te parecerá estúpido, insinuar que ese resorte pueril por el que no le decías nada en el instituto (al otro él de entonces) es prácticamente el mismo por el que no le dices nada a él, al él de ahora, cada vez que vuelves a cruzártelo y el estómago te redobla como un tambor de guerra.

Pero ¿cuál es tu excusa, amiga; por qué no le dices nunca lo que le quieres decir? Antes, más arriba, he escrito la palabra secreto: ¿Crees –en secreto, sólo para ti– que te rechazará? ¿Que no vales? ¿Que no podrías soportar la vergüenza si te rechaza? ¿Que tu posición o la suya, sean cuales sean, os lo prohíbe? ¿Que sería, por cualquier motivo, un escándalo? (Esa palabra también domina toda esta película: no porque haya peligro alguno de ello, sino porque el silencio de ambos alimenta todo eso que no dicen hasta que el silencio mismo es un escándalo como un incendio estrepitoso, pero que sólo les carboniza a ellos por dentro, irónicamente: el mundo exterior respira tranquilo en su orden impoluto.)

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