Crítica Cinematográfica

09 AM | 15 Ene

AMOUR FOU

AMOUR FOU (2014)

MUNDOS QUE SE DESMORONAN. PARTE I POR MANU ARGÜELLES

Henriette arregla un ramo de flores. No la vemos mientras habla y arregla los tallos. Es un jarrón con mucho color. Y en ese sencillo plano ya tenemos definida la protagonista principal de Amour Fou, una metódica y milimétrica farsa satírica sobre las trampas del idealismo romántico y la crónica de un estrato social condenado a perder su posición en el pico de la pirámide social. Porque si existe un leitmotiv en esta edición del SEFF’14 no es otro que el de mundos que se desmoronan. Lo vemos aquí, pero también lo veremos en Turist (Ruben Östlund, 2014) o en Leviathan (Andrei Zvyagintsev, 2014). Nos detendremos en ellas. Iniciamos así nuestra andadura en el Festival de cine europeo de Sevilla de la mano de Jessica Hausner, que nos propone un viaje en el tiempo, remontarnos al S.XIX cuando el gran imperio prusiano ya agonizaba y daba sus últimos coletazos. Nuevos aires de libertad llegaban desde Francia, mientras una aristocracia se negaba a cualquier cambio que pudiese suponer la pérdida de su status.

Amour Fou 2

En ese clima en el que los campesinos han dejado de pertenecer a un señor feudal y que se impone la recaudación de impuestos, obligatorios para todas las clases sociales para tratar de evitar el colapso económico, un personaje detrás de una naturaleza muerta, la aristocracia con sus costumbres y sus códigos rígidos.

AMOUR FOU, EN CONSECUENCIA, EXHALA UNA INCOMODIDAD ANTE LA CARENCIA DE LO NATURAL.

La misma que produce un adorno floral en una habitación, que pretende incorporar el elemento de lo vivo y de la naturaleza en un espacio cerrado y trucado. Porque un comedor, por poner un ejemplo, no deja ser un habitáculo en el que se distribuyen una serie de elementos inertes y fabricados, lo opuesto a lo orgánico. Porque hay una sutil pero evidente mirada alucinada ante un grupo de personas que parecen autómatas, un extraño híbrido entre seres vivos y estatuas, como reflejo de una clase social desconectada, ensimismada en sus privilegios, narcotizada en su ocio y asfixiada en su hastío. De hecho, Amour Fou buscará el efecto intencionado de asistir ante tableaux vivants donde en todo momento parecen prisioneros de un cuadro, algo enfatizado gracias a una estática y pétrea puesta en escena de clara raigambre pictórica 1 que estudia de forma obsesiva las composiciones, da pertinencia de lo invisible (los sentimientos que permanecen ocultos) y acentúa su tono de extrañeza ante las actitudes gestuales y los comportamientos antinaturales que los personajes adoptan.

Tomemos como ejemplo la secuencia de presentación de Heinrich, el poeta, y Henriette. Se trata de una estampa cotidiana, un acto en el hogar de la protagonista donde varios invitados asisten a una interpretación musical. Hausner para registrar a los integrantes de la reunión utilizará planos generales que seccionan en dos mitades a los participantes. En un sector tendremos a Heinrich y en el otro a Henriette. Todavía están en espacios separados, gracias a la acción de la cámara que nos segmenta la visión. No obstante, Hausner y su director de fotografía de forma muy hábil desenfocan ligeramente a todos los personajes y definen a Henry y Henriette, los destaca de forma muy discreta gracias al efecto de la lente aplicado al resto, de la misma manera que los une aunque no compartan plano. Esta directriz visual ya nos anticipa que serán dos personajes que van a ser más importantes que el resto y que además vendrán a encontrarse. De hecho, más tarde, aunque compartan el mismo campo visual no compartirán espacio hasta que Henriette no acepte del todo la inusual propuesta del afligido poeta. Mientras ella mantiene resistencias el plano/contraplano será el sistema visual que estructure su relación o bien encuadres que en todo momento remarquen la distancia entre ambos.

Amour Fou 2014

El metódico y fabuloso trabajo visual de Amour Fou, su detallismo y su marcado caracter litúrgico si bien parece buscar la verosimilitud de una época recreada, a tenor del esmerado trabajo de los ambientes, consigue un fascinante trabajo de irrealidad, Es decir, produce el efecto contrario que lleva consigo tanto rigor en cuanto nos transmite una sensación de embargador artificio, como si estuviésemos en un instante embalsamado e ilusorio donde las personas actúan como marionetas de la liturgia. La ficción encuentra así su autonomía frente a lo histórico, se desliga de su cumplimiento de lo que se supone que fue el S.XIX y Hausner se apodera de su propio universo, reclamándolo como un mundo suyo y particular. En Amour Fou impera en todo momento el sentido de representación, el que los personajes forzadamente ejecutan dentro de la acción, el que la propia directora transmite al recrear el S.XIX.

Ante esta visión mecanicista del cuerpo llevada a su extremo el conflicto deviene ante la perturbación de lo subjetivo, eso que trata de azuzar Henry, víctima del tedio. Así, algo le sucede a Henriette que no entiende ni ella ni su entorno. Henry, conquistado por el ideal romántico donde el amor se encuentra con la muerte busca su compañera ideal no para vivir juntos sino alguien con quien suicidarse. Esa idea chocante, de donde se desprende una contagiosa comicidad por lo marciano, permanece presente en toda la película, en cuanto Hausner juega muy habilmente con el contraste. El que se otorga a través del cromatismo de la puesta en escena, colores vivos como los de las cortinas rojas o ambientes bucólicos e idealizados como los del parque en contraposición a lo gris tanto de los personajes, hundidos en una mediocridad y superficialidad como el que se deriva de un estatismo visual. Es el mismo efecto desencajado del jarrón dentro de un espacio cerrado, la perturbación interna de Henriette frente a la atonía anímica del ambiente. Tiempo después, volveremos a verla, ya prácticamente seducida por Henry, volviendo a arreglar otro jarrón. Ahora, en cambio, sí la vemos a ella. Los tallos son más pobres, el adorno floral es más mustio. Fuera suenan las campanas. Su criada indica que son de funeral. Ella le contradice, son de vida, porque en cierta manera está viviendo un proceso de emancipación, aunque éste no surque por los cauces más idóneos. Amour Fou relata esa transmigración, esa forma de salir de su entorno aristocrático, desprendiéndose de la materialidad fuertemente apuntalada en el film. Hausner nunca aplica el cinismo con sus personajes, aunque no estén obrando correctamente. Frente a ese hechizo de lo absurdo de la empresa de Henry, fruto de ensoñaciones ridículas, el tesón, la fidelidad y el respeto del marido de Henriette, el auténtico romántico del film.

PUBLICADO EN  Cine Divergente http://cinedivergente.com

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01 AM | 05 Ene

el huevo de la serpiente

 Gloria Benito

El huevo de la serpienteIntercalada entre las líneas de crédito que presentan la película encontramos una imagen inquietante, que aparecerá ligeramente modificada al final de la narración, donde cobrará un alto contenido simbólico respecto al sentido del título y el significado global del filme. Se trata de un plano en blanco y negro tomado desde una perspectiva superior en  suave picado, de un grupo de personas que se mueven a cámara lenta inclinadas por un ligero balanceo, agobiadas por una cierta indolencia y un cansancio infinito.

Sugieren el agotamiento de una sociedad oprimida y anestesiada por el desánimo que les roba las fuerzas y la energía necesarias para levantar la cabeza y salir del grupo o empujarlo hacia delante, hacia cualquier objetivo. Esta sociedad sin rumbo ni esperanza sirve de marco en que se desarrolla la historia de unos personajes que parecen no poder escapar a un destino terrible, cuyo germen se gesta en los años 20 en el Berlín de la República de Weimar.

Abel Rosemberg (David Carradine), trapecista del circo del señor Hollinger, se ve obligado a permanecer en Berlín debido a la lesión de muñeca sufrida por su hermano Max, que junto a su esposa Manuela forma parte del trío de acrobacia del programa circense. Abel y Max son judíos norteamericanos de Filadelfia a donde emigraron sus padres cuando ambos eran niños y buscaban una vida mejor que la que podía ofrecerles la Alemania de principios de siglo.

Eso explica que Abel sea a la vez protagonista y observador de aquella sociedad enferma de muerte y desolación, como un viajero que contempla los dolorosos acontecimientos que le tocará vivir entre la indiferencia y el estupor, desde la frialdad de la distancia y la intensidad de la angustia.

El nacimiento del nazismo retratado por Bergman

El maligno veneno social: los espacios

La primera vez que el espectador oye hablar de envenenamiento es en la secuencia donde Abel le entrega a Manuela la carta apenas legible, escrita por Max antes de su suicidio. El cabaret donde trabaja su cuñada es un espacio de un mundo inferior habitado por putas, enanos y maricas.

El veneno es una incógnita en estos momentos iniciales de la historia, pero ya hemos percibido el rasgo común de los espacios a través de los cuales se desplaza el protagonista: el deterioro de las fachadas de paredes desconchadas, las calles oscuras y pobremente iluminadas, mojadas por una lluvia pertinaz y constante, por una niebla helada e impregnada de olores húmedos y acres.

El huevo de la serpienteLa suciedad de los exteriores llenos de escombros y basuras se proyecta también en los interiores de burdeles, pensiones y prisiones, donde el óxido de barandillas y barrotes se mezcla con el polvo que hace el ambiente irrespirable. Las plazas y callejones siempre están mojadas y brillantes por la luz de las farolas, envueltas en una amenazadora semipenumbra que anuncia un agujero oscuro al final del viaje nocturno y alucinado de Abel, en el que éste va percibiendo la acción lenta e inexorable del veneno que se ha infiltrado en todos los rincones de la sociedad alemana.

Son muchas las películas que han relatado y relatan, con mayor o menor fortuna, el nacimiento del nazismo y los sufrimientos del Holocausto. En este caso, Bergman lo hace con su particular estilo y huye de la anécdota para penetrar en el interior de los personajes y extraer de su circunstancia aquello que explique su sufrimiento.

Para ello, somete a la sociedad y a sus criaturas a un incisivo y profundo análisis que permita comprender al director y a los espectadores las causas que originaron este terrible periodo de la historia europea. Y lo hace desde el principio, mediante un guión donde diálogos e imágenes se articulan para exponer un universo cerrado y perfecto en el que todo, lo interno y psicológico junto a lo externo y social, forma parte de una narración sin fisuras, donde todo está atado y bien atado.

El primer atisbo del síntoma que aqueja a la sociedad berlinesa lo encontramos en la comisaría a la que ha acudido Abel, convocado por el inspector Bauer (Gert Frobe, Los crímenes del doctor Mabuse, 1960) para ser interrogado respecto al suicidio de su hermano. Tras la visita a la morgue, otro viaje al inframundo en el que el protagonista ha tenido que mirar a víctimas de envenenamiento, ahogamiento y suicidio, ambos conversan sobre el estado de las cosas.

El primer atisbo del síntoma que aqueja a la sociedad berlinesa lo encontramos en la comisaría a la que ha acudido AbelLa indiferencia de Abel (“Qué importa nada, mañana todo desaparecerá”), contrasta con el discurso del inspector, que hace un resumen de la depresión económica, la imparable inflación y el posible golpe de estado de un tal Hitler. Sus palabras reflejan el pensamiento de Bergman y su diagnóstico inicial: es el miedo lo que ha infectado a la sociedad y a las personas (“Todos tienen miedo y yo también… el miedo no me deja dormir… nada funciona bien excepto el miedo”).

El lúcido análisis de Bauer se completa con la mención de la necesidad del trabajo diario de la gente corriente para compensar el caos, y la irónica mención a las borracheras de Abel como evasión de la realidad (“¿Usted se emborracha todas las noches? Eso también es respetable”).

En este instante se plantean las líneas temáticas que estructuran la historia, las claves que explicarán las acciones y conductas de todos los personajes: el reconocimiento del miedo que destruye a los hombres y la ausencia de acciones para combatirlo. También se produce ahora la infección de Abel, que hasta el momento se había mostrado distante y lejano ante lo que le rodeaba. A herr Hollinger, su jefe, le había dicho que sólo tenían problemas los estúpidos, fueran o no judíos (“Yo no seré estúpido y no tendré problemas”), pero ahora siente crecer dentro de sí la desconfianza y, poseído por un terror incontrolable, se lanza fuera del despacho en una huida por escaleras y pasillos  que forman un laberinto infernal sin salida.

Antes había  transformado su miedo en las odiosas palabras: “sé por qué hace esto, porque soy judío”. A partir de este momento, Abel asistirá a los terribles acontecimientos que sucederán entre el 3 y el 11 de noviembre de 1921: los primeros linchamientos y humillaciones de judíos, la indiferencia policial ante los desmanes, asaltos e incendios, la pérdida de recursos para sobrevivir, la pobreza, el hambre, la enfermedad y la muerte. Una voz en off explica que el 6 de noviembre todo estaba impregnado por “el olor acre del temor e imperaba la desolación, el sufrimiento y la desesperanza. Todas las cosas y las personas estaban afectadas de un envenenamiento interno que les llevaba al espasmo, a la nausea“.

El espacio responde a esta visión pesimista y sin futuro

Bergman nos remite así al abandono y dolor existencialistas que constituyen una constante en la concepción de los personajes de la mayor parte de su obra cinematográfica y teatral. El espacio responde a esta visión pesimista y sin futuro. Abel persigue a Manuela a través de solares abandonados, escombros, sucios charcos, oscuros pasajes e inquietantes pasillos, por patios abandonados llenos de desperdicios en descomposición.

El final de tan angustioso itinerario es una casa escondida en el interior de un laberinto como una trampa sin salida. También son oscuros y laberínticos los caminos del archivo de la clínica Santa Anna, donde va a trabajar Abel gracias al favor de un conocido de la infancia y actual investigador médico, el doctor Vergerus.

La ciencia prenazi sabe de otro veneno que afecta a la sociedad y no se trata del miedo que la paraliza sino de la diversidad y la diferencia de los seres humanosEsta semipenumbra de los espacios contrasta con el brillante blanco de los laboratorios donde Vergerus (Heinz Bennet) realiza sus experimentos con seres humanos. Pero el acceso a este siniestro lugar es descendente como el de los burdeles, y la luz no impide que el espectador sea consciente de que el viaje de Abel es a los infiernos. El blanco representa la asepsia y frialdad de la razón y la ciencia reflejadas en el impasible rostro del científico que recita su escalofriante discurso perfectamente argumentado.

La ciencia prenazi sabe de otro veneno que afecta a la sociedad y no se trata del miedo que la paraliza sino de la diversidad y la diferencia de los seres humanos. Su fundamento, como dice Vergerus, es considerar al “hombre como una deformidad, una perversión de la naturaleza“, y su eugenésico objetivo es moldear la forma básica humana, una vez definida. Éstas son las terribles palabras del fanático y maligno doctor: “liberamos las fuerzas destructoras y controlamos las productivas. Exterminamos lo inferior y aumentamos lo útil”.

He aquí, según Bergman, la incipiente y destructora combinación de virus infecciosos que engendraron el nazismo: depresión económica y social, miedo generalizado, indiferencia ante la injusticia y fanático sueño de una sociedad y un hombre  perfectos. El director, a través de las palabras de Vergerus, explica el porqué del título de la película: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.

Unos personajes tratando de subsistir en la miseria y la oscuridad

Abel, la angustiosa apatía

En este filme, la historia se construye alrededor de un personaje, Abel Rosenberg,  protagonista antiheroico cuyos comportamientos son el paradigma de una sociedad destruida y vencida. Abel es parte del paisaje, forma con él un todo, pues refleja como individuo los conflictos sociales que le rodean a la vez que contribuye a incrementarlos.

En la primera secuencia se muestra como una simple silueta, tan húmeda y oscura como el callejón delimitado por el contraluz de un arco. Es un hombre indiferente, débil y pasivo que se deja llevar y que no es capaz de conseguir dinero, casa o trabajo para sobrevivir, ya que depende de las iniciativas y dinero de Manuela. Su reacción ante el miedo creciente que le va invadiendo es la evasión y la huida. Primero, corre para ponerse a salvo de los hombres negros que humillan y apalean a los judíos, después entra en un cabaret, una taberna o un café para beber hasta caerse desmayado o dormido. Se opone a los proyectos de su cuñada para afrontar juntos la adversidad y luchar contra el infortunio. Nunca hace nada pues es un personaje apático y pesimista.

La historia se construye alrededor de un personaje, Abel Rosenberg,  protagonista antiheroico cuyos comportamientos son el paradigma de una sociedad destruida y vencidaSu depresión le lleva a mirar u otro lado, a acostarse con prostitutas y a agarrar con fuerza la botella. Ante cualquier petición de acción respecto a un proyecto siempre dice lo mismo: “es imposible“. Sus conductas son el modelo para aquellos que no quieren reconocer el problema que tienen ante sus ojos y no quieren ni pueden reaccionar. Abel está atrapado en un bucle que le lleva de la visión alucinada e indolente de la realidad al alcohol, y vuelta a empezar una y otra vez.

Sin embargo, tiene conciencia de su angustia, aunque no haga nada para evitarla y salir de ella, y así lo expresa ante la insistencia de Manuela: “Despierto de una pesadilla y descubro que la vida es más cruel que el sueño“. Su carácter de víctima le lleva a huir por las escaleras de la comisaría y a gritar su miedo, pero no hay agua para calmar su sed, como vemos cuando está en su celda y saca la mano entre los barrotes para mojar sus manos en el grifo que gotea.

Su relación con Manuela es igualmente pasiva y es incapaz de concederle lo único que ésta le pide: un poco de ternura. Cuando ella le dice que sólo desea que le abrace, él lo intenta pero se separa enseguida. Ella le ruega que al menos se quede a su lado y él sabe que no puede. Lo único que le mueve a actuar es la curiosidad por descubrir lo que ocurre en los archivos y en los laboratorios de la clínica. Entonces se mueve, corre, pega y mata movido por el ansia de saber, aunque la realidad que le muestra Vergerus sea aterradora.

Cuando descubre que sus sufrimientos y los de su hermano y cuñado son el resultado de los despiadados experimentos que llevan al ser humano hasta el límite de la crueldad y la locura, su rostro refleja el horror del conocimiento y la desesperación por la ausencia de soluciones para enfrentar la descomposición moral de la sociedad. Una voz en off nos dice que, tras la destrucción de la clínica y la detención de sus responsables, Abel desaparece y no se sabe nada más de él. Y entonces se acaba la película.

David Carradine, protagonista del filme

Manuela, la víctima

La cuñada de Abel representa la figura maternal cuya conducta es la contraria a la de éste. Manuela se enfrenta a la desgracia de una forma activa y acepta cualquier trabajo para sobrevivir a los pequeños instantes de la vida cotidiana. No se hace demasiadas preguntas porque su interés se centra en encontrar la energía suficiente para comer y vivir un día más. Cuida de Abel y comparte con  él techo y recursos con la fuerza de los que conservan una ingenua confianza en el futuro y creen conocer los medios para salir del túnel. Parece poseída de una especie de caridad cristiana que le lleva a justificar el haberse acostado con Hans Vergerus “por compasión“.

La cuñada de Abel representa la figura maternal cuya conducta es la contraria a la de ésteMediante este personaje, Bergman se adentra en el análisis de dos aspectos del ser humano que son una constante en su obra: la soledad y la culpa. Manuela se siente sola y demanda una comprensión y una ternura que le son negadas. Cuando demanda perdón por su culpa al sacerdote católico que se muestra indiferente a su dolor, sólo lo consigue si ella perdona a su vez y es castigada a irse sin consuelo pues no sabe si la oración que reza servirá para algo. La duda, la falta de fe en un dios ausente y alejado de los hombres incrementan el sufrimiento de este personaje que acaba por aceptar su inevitable soledad.

Cuando Abel, impotente para ayudar y entregarse, le niega sus abrazos y su consuelo, Manuela permanece quieta y febril, entre la vigilia y el soñar despierta con los recuerdos de una infancia feliz. El primer plano de su rostro suplicante y angustiado ante la mirada fría del sacerdote se transforma ahora, ante el abandono de Abel, en un rostro que va descendiendo derrotado para entregarse a la agonía y a la muerte.

Max es un personaje en la sombra, casi en off. De él solo percibimos su figura al fondo de una habitación, recostado en un camastro y con la cabeza apoyada en una pared manchada por la sangre. Su suicidio es el desencadenante de la historia, el comienzo de todo.

Bergman rodó en Alemania su personal visión de la ascensión del nazismo

La razón y la locura

Hay dos investigadores en esta película: el inspector Bauer y el doctor Vergerus. El primero se mueve por la necesidad de saber, de conocer las causas de los crímenes, los orígenes del mal. Cree haber encontrado las respuestas a las muertes y a la situación política que vive Alemania. Cuando al fin suelta a Abel y le recomienda marcharse con el circo, se permite hacer un pronóstico sobre su país que resulta muy irónico si tenemos en cuenta los terribles sucesos que acontecieron durante el régimen nazi: “lo de Hitler fue un fiasco descomunal. Subestimó la fuerza de la democracia alemana”.

Ingmar Bergman y Sven Nykvist, su director de fotografíaEl doctor Vergerus representa la sinrazón de una utopía científica fundamentada en unos argumentos nacidos del fanatismo. Sus investigaciones son los antecedentes de los experimentos eugenésicos del nazismo al servicio de la pureza de la raza. No le preocupa su muerte, pues sabe que otros continuarán su trabajo en un futuro cercano. Su discurso sí es premonitorio y lúcido respecto a lo que vendrá. “Es lógico” -dice mientras comenta la imagen del grupo que vimos al comienzo del filme- “ellos no pueden hacer una revolución. Están temerosos, derrotados, humillados.

Sus palabras demuestran que los locos son los únicos que saben lo que sucede y por eso se adueñarán del mundo y lo controlarán. Vergerus le explica a un espantado Abel que en diez años aparecerá una generación cuyo idealismo e impaciencia desplazará al odio de los cansados e indecisos, pondrá su valor al servicio de una nueva sociedad y “habrá una revolución… y nuestro mundo se hundirá en sangre y fuego”. Su discurso es uno de los más inquietantes y perturbadores de la filmografía de Bergman, que seguramente se identifica con su personaje-testigo al escuchar las últimas palabras del doctor:

-“Puedes contarlo, nadie va a creerte”.
-“Cualquiera puede ver el futuro: es como el huevo de la serpiente”.

Pero lo contó. Y nosotros le creímos. Lo hizo con la colaboración de Sven Nykvist, cuya fotografía dota a la película de una luz cercana a la poesía de las sombras de los condenados a los infiernos en la tierra. Y con esa cámara que encuadra a los personajes y los sigue con delicadeza hasta los lugares que habitan para mostrar el interior de sus almas. Hombre y paisaje fundidos en lentos planos-secuencia, del exterior de las calles al interior de los conflictos universales del ser humano. Una obra perfecta.

Ingmar Bergman
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03 PM | 25 Dic

SACRIFICIO

Sacrificio

Offret, Andrei Tarkovski.

Por  Joaquín Juan Penalva

Sacrificio, cartelPara alguien a quien le guste el cine, descubrir al realizador ruso Andrei Tarkovski puede suponer un nuevo bautismo en el séptimo arte; como afirma Ángel Sobreviela, “se tiene la sensación de estar asistiendo al redescubrimiento del cine; como si la historia del cine pudiera comenzar de nuevo con películas como El espejo Sacrificio“. Y es que, no en vano, las películas de Tarkovski han estado, hasta fechas muy recientes, al alcance de muy pocos. En cierto modo, Sacrificio (Offret, 1986), su último largometraje, estrenado el mismo año de su muerte, supone una excepción, pero también una buena forma de descubrir toda su filmografía, que consta de ocho largometrajes, un documental y dos cortos. El de Sacrificio es el único guion que Tarkovski escribió sin la colaboración de otro coguionista, quizás porque se trataba de un proyecto personal largamente acariciado que finalmente pudo llevar a cabo en Suecia, en la isla de Gotland, en el mismo lugar donde Ingmar Bergman pasaba largas temporadas. Aunque no lo parezca, Sacrificio es una película sobre el fin del mundo, sobre cómo ese acontecimiento inesperado puede despertar la fe en un personaje como Alexander (Erland Josephson), antiguo actor convertido en intelectual y crítico de arte. Como bien señala Rafael Llano, “Tarkovski evita toda distensión geográfica y temporal de la acción: en Sacrificio, todo sucede en apenas doce horas alrededor de una dacha a unos mismos personajes. La narración respeta escrupulosamente, según Tarkovski, las leyes clásicas de la dramaturgia”.

Toda la acción se enmarca en un mismo lugar, y el metraje empieza y acaba en un mismo espacio, junto al lago. Según la interpretación de Carlos Señor, la película se abre con un travelling lateral porque, en ese momento, predomina lo terrenal, mientras que, al final, en un largo plano‑secuencia, vemos cómo la cámara enfoca de cerca el mismo árbol que salía al principio y recorre su tronco y sus ramas secas hacia arriba, en un claro movimiento ascendente que enlaza con la dimensión espiritual del film. El descubrimiento de la fe es el tema principal de la película, algo que no debe extrañar, pues el cine de Tarkovski es fundamentalmente religioso y espiritual, pero de una forma no excluyente, pues admite otras lecturas desde un perspectiva no creyente.

Offret, SacrificioNadie ha fotografiado la luz escandinava como Sven Nykvist, el director de fotografía de Bergman, que es capaz de captar las noches blancas como nadie, y que, en Sacrificio, ha logrado acompañar ese presagio del fin del mundo con una continua degradación del color, ausente casi por completo de algunos planos. Sin duda, el tándem Tarkovski-Nykvist ha funcionado a la perfección en su única colaboración, y eso a pesar de que al director ruso le gusta mucho mirar directamente a través de la cámara, algo que a los directores de fotografía no les suele gustar.

En cierto modo, Sacrificio, dedicada a su hijo, con el que, tras su exilio, únicamente pudo reencontrarse al final de su vida, es una suerte de legado espiritual, un auténtico testamento fílmico en el que Tarkovski va recopilando elementos dispersos a lo largo de toda su filmografía: la música (El violín y la apisonadora), la guerra (La infancia de Iván), los iconos (Andrei Rublev), otros mundos (Solaris), el desastre nuclear (Stalker), lo espiritual (El espejo) y la crisis de fe del mundo contemporáneo (Nostalgia).

Sacrificio, fotogramaSacrificio es una película sobre la ausencia de la espiritualidad en nuestro mundo, un largometraje lírico, una parábola poética en imágenes. Si Eisenstein, en El acorazado Potemkin (1925), situaba al ser humano frente a la Historia, Sacrificio lo sitúa ante Dios. Tarkovski captura la vida como un reflejo, como un sueño. Como todas sus películas, Sacrificio es una exploración sobre la conciencia humana, tal como afirma Carlos Tejeda en la monografía que le ha dedicado al director de Solaris. El suyo es un cine trascendente, filosófico, religioso en el sentido más amplio del término. Como afirma el propio Tarkovski, “es imposible una película en la que en sus planos no se advirtiera el flujo del tiempo”. Para conseguirlo, utiliza planos muy largos, en los que se nota fluir el tiempo, ya que los personajes desfilan por delante de la cámara, que se mueve con ellos, que los deja salir de plano, que se acerca, que se recrea, en fin, hasta lograr planos‑secuencia de más de diez minutos.

Sacrificio, de Andrei TarkovskyTodo el cine de Tarkovski tiene que ver con esa idea de “escribir en el tiempo”, de “esculpir en el tiempo”, de crear el tiempo necesario sobre la pantalla: “El ritmo cinematográfico está determinado no por la duración de los planos montados, sino por la tensión del tiempo que transcurre en ellos”. El sacrificio al que se refiere el título es el del propio protagonista, Alexander, que ofrece todo cuanto tiene a Dios, a un Dios al que ha hablado por vez primera. En ese fuego purificador que aparece al final arde toda su vida anterior, pero poco importa, pues el mundo vuelve a caminar y se ha salvado gracias a un solo hombre, que ahora, en consecuencia, debe cumplir la promesa hecha a Dios y renunciar a todo, incluso a su hijo.

Al cabo, eso es lo que encontramos en Sacrificio, un viaje por el interior de un ser humano, por su espiritualidad recién descubierta. La última escena -el niño que recupera el habla, el árbol seco, el agua del lago, la luz del sol…- cierra una de las filmografías más insólitas de la historia del cine, pero, al mismo tiempo, más coherente e innovadora.

http://www.elespectadorimaginario.com/pages/junio-2011/criticas/sacrificio.php

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