Opinión

11 AM | 23 May

MORAL DEL PEDO

La formulación de la moral del pedo la debemos a Rafael Sánchez Ferlosio, químico de la realidad doctorado por la Universidad de Coria. En su día Sánchez Ferlosio explicó que, en un espacio cerrado, el nacionalismo opera siguiendo una dialéctica similar a la de la socialización

 de los gases intestinales. Provoca un efecto inverso en función de si eres sujeto activo de la acción o si por el contrario eres receptor. Mientras que la fragancia que desprenden los evacuados por uno mismo más bien nos pasa desapercibida, en cambio las ventosidades que han sido expulsadas por los demás nos incomodan como una nube tóxica.

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06 PM | 29 Abr

SOBRE DERECHO PENAL

“Las salvaguardias de la libertad
se han forjado frecuentemente en
controversias que afectaban
a gente no muy agradable”
Juez Felix Frankfurter disintiendo
en el caso U. S. vs Rabinowitch ( 1950)

El valor Justicia, expresado en el artículo 1.1 de la Constitución, inspira los cimientos sobre los que se construye el Estado de Derecho. En esa arquitectura de normas que es el Estado de Derecho el Código Penal ocupa un lugar destacado. Se trata de un instrumento extraordinariamente poderoso para intervenir en las patologías más importantes y peligrosas que puedan suscitarse en el seno de la sociedad. Cómo se estructure la respuesta a esas, cómo se aquilate la proporcionalidad entre conductas punibles, naturaleza y lesión de bienes jurídicos y las sanciones anejas a todo ello, revelará si el legislador se inclina por una respuesta autoritaria o liberal a la hora de configurar el contenido del Código Penal.

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02 PM | 15 Ene

CIEN AÑOS DESPUÉS

JOSE LUIS PARDO

En el año recién terminado han pasado casi inadvertidos los centenarios de la toma del Palacio de Invierno y la presentación del urinario ‘Fuente’. Dos tentativas de subversión en una misma atmósfera: el fin del mundo moderno

Cien años después
RAQUEL MARÍN

Ay, qué pesado, qué pesado

Siempre pensando en el pasado

Se nos ha ido un año tan lleno de convulsiones, contusiones y sainetes que la palpitante y siempre tiránica actualidad ha hecho que nos pasaran casi inadvertidos, entre muchos otros, dos centenarios que en otras circunstancias habrían dado bastante que hablar. Uno, el que a primera vista parece más serio, es el de la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo por el Ejército Rojo, que dio pie al establecimiento de la URSS. Este hecho extrae ante todo su seriedad, como todas las revoluciones políticas, del elevado número de cadáveres con los que abona el campo de batalla (y que a medida que crece hace más difícil admitir que los que murieron lo hicieron “para nada”), pero le añade a esta gravedad histórica una seriedad moral: la de haber supuesto, para muchísimas personas y durante muchísimo tiempo, un foco de esperanza política que señalaba a la humanidad el camino de su futuro.

¿El que hayamos pasado como de puntillas sobre este centenario se debe solamente a que ya no existe la Unión Soviética y, por lo tanto, el foco ha desaparecido, llevándose con él el prometido final feliz de la historia universal? No creo que este sea el principal motivo, sobre todo porque el final del “socialismo real” ha coincidido con una cierta revitalización del comunismo, al menos como vocablo, que intenta por todos los medios desprenderse de su funesto pasado histórico y engancharse a las nuevas circunstancias. Pienso más bien que la causa fundamental de la ausencia de conmemoración de la revolución de octubre es la infinita vergüenza que produce, sobre todo en el ámbito intelectual y de la opinión en general, el haber permanecido ciegos durante décadas y décadas ante la evidencia hoy irrefutable de lo que fue aquel “socialismo real”, que hoy aún reconocemos en los Estados comunistas residuales como China, Cuba o Corea del Norte y sus adláteres, en los que lejos de ver un estadio “degradado” del proyecto comunista podemos experimentar en vivo la cruda realidad de lo que fue desde el principio aquel “socialismo” en el que ya en 1920, en su visita a Lenin, Fernando de los Ríos vio “las tenebrosidades de un mundo policíaco”. Incluso podría suceder que el alboroto con el que hoy nos escandalizamos ante las “posverdades” que fabrican los gabinetes de prensa especializados en producir “hechos alternativos” para justificar ciertas políticas nos oculte, más o menos interesadamente, la facilidad con la cual durante tanto tiempo las élites culturales y los líderes de opinión occidentales contribuyeron, amparados en una racionalidad moral superior, a negar una siniestra realidad que conocían bien, convirtiéndose en aliados objetivos de los aparatos de propaganda de esos regímenes policíacos.

El otro centenario ha sido el de la presentación, por parte de Marcel Duchamp, de un urinario firmado con el seudónimo de Richard Mutt y bautizado como Fuente a una exposición de artistas independientes en una galería de arte de Nueva York. Comparado con la revolución de octubre, este “atentado simbólico” puede parecer solamente una broma (aunque una broma pesada), como sin duda se lo pareció a muchos de sus contemporáneos, quién sabe si también a su propio autor. Pero el caso es que, andando el tiempo, y mucho después de su desaparición material, ha llegado a ser considerado como la obra de arte más influyente del siglo XX, según dictamen de 500 expertos internacionales en el año 2004. Y ello no sólo porque representa el gesto fundador del arte conceptual, sino porque acaso resume mejor que otras piezas la intención profunda de las vanguardias históricas, convertidas hoy en una suerte de clasicismo del arte contemporáneo. Se diría que no existe entre estos dos hechos revolucionarios más relación que la de que el azar los ha reunido en el mismo año.

Y sin embargo se trata de dos tentativas de subversión inmersas en una misma atmósfera: la que anunciaba, con el telón de fondo de la guerra mundial, el final del mundo moderno (de lo que entonces se llamaba “la sociedad burguesa”) y su sustitución por otro diferente y mejor. En segundo lugar, así como la revolución de octubre no pretendía ser una revolución política entre otras, sino la que pondría fin a la política en cuanto tal (ya que culminaría con la desaparición del Estado, que es el marco que en la modernidad confiere sentido al término “política”), tampoco la revolución vanguardista quería ser una revolución artística más (como lo habrían sido el barroco o el neoclasicismo), sino que aspiraba a terminar con el arte como institución y como esfera diferenciada para diluirlo en la vida común, del mismo modo que el comunismo prometía, en palabras de Lenin, abolir la diferencia entre una cocinera y un jefe de Estado. Por último, el estadio histórico-cultural que ambas revoluciones querían superar es en los dos casos lo que hemos dado en llamar la representación; y aunque no se puedan identificar de forma simple la representación estética y la representación política, ambas aluden a todo un entramado de mediaciones (el parlamento y la separación de poderes en un caso, la autonomía de los valores estéticos y la crítica de arte en el otro) que ese nuevo mundo post-burgués vendría a invalidar mediante el paradigma de la inmediatez. Y a todo ello ha de añadirse que, durante la primera mitad del siglo pasado, las complicidades, connivencias, alianzas y dobles militancias entre los miembros de los ismos políticos y los de los artísticos fueron moneda corriente y hasta casi obligatoria en algunos períodos concretos.

Pero, ¿no se podría objetar que, pese a todo, la revolución de octubre fracasó, mientras que la revolución de Duchamp ha tenido éxito? No es tan seguro. Las dos revoluciones fracasaron en la medida en que el mundo post-moderno del que se consideraban la avanzadilla no llegó a existir o, lo que es peor, sólo pudo hacerlo con los tintes infernales del totalitarismo. Pero ambas nos han dejado como herencia el síndrome de “despreciar al burgués” (hoy convertido en “despreciar al ciudadano”, que después de todo es lo que significaba “burgués”), junto con una desconfianza frente a la representación pública y artística y una nostalgia de la inmediatez estética y política que ha dado lugar a un linaje de artistas incómodos en su propia condición, de la que les gustaría liberarse, y a otro de políticos que habitan las instituciones representativas al mismo tiempo que las ponen en entredicho. Y a lo mejor la discreción con la que hemos atravesado estos dos centenarios tiene que ver con un cierto y comprensible afán de cubrir nuestras vergüenzas que, sin embargo, podría conllevar una desagradable falta de reflexión sobre nuestro pasado y, en definitiva, un déficit de explicación con nosotros mismos y con el porvenir de las sociedades de nuestro tiempo.

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09 PM | 05 Sep

¿HACIA UN CONFLICTO NUCLEAR?

Corea del Norte-Estados Unidos, hacia un conflicto nuclear

 

Rafael Fraguas ||

Periodista y sociólogo ||

La guerra ideológica y psicológica que antecede a todo conflicto bélico ha estallado ya entre Corea del Norte y Estados Unidos. De su evolución o freno va a depender la viabilidad -o no- de una temible confrontación militar abierta, ya que se libraría, muy probablemente, esgrimiendo el empleo de armas nucleares. El actual conflicto entre Pyongyang y Washington exige hoy, por ello, analizar detenidamente la información que llega de la zona, para poder descubrir qué aspectos son mera propaganda unilateral de cada contendiente y cuáles pertenecen a la realidad objetiva.

 

Corea del Norte es uno de los países más desconocidos de la Tierra. Cuenta con más de 24 millones de habitantes. Ocupa un territorio de 120.000 kilómetros cuadrados, menos de la mitad de la extensión de la península asiática septentrional coreana, situada entre los mares Amarillo y del Japón, con límites terrestres con Rusia y China. Una quinta parte del país, de textura agroindustrial, incluye tierra cultivable. De consistente homogeneidad étnica, el país ha sufrido graves desastres naturales que han refrenado su desarrollo, semejante al de otros países asiáticos evolucionados, hasta mediados los años 70 del siglo anterior.

Su sistema político se define como una República Popular Democrática; cuenta formalmente con varios partidos políticos, siendo el hegemónico el Partido de los Trabajadores, nacional-comunista. Su economía está estatalizada casi al completo, con servicios sanitarios y educativos gratuitos. Su población está alfabetizada al 100%. Su líder es Kim Jong un -hijo menor de Kim Jon il, muerto en 2011-, y nieto de Kim Il Sung, líder histórico carismático, mentor de la idea Zuche. Se trata de una teoría-práctica ideo-política, con elementos del antiimperialismo, el comunismo, el nacionalismo y las religiones ancestrales, con el acento en el carácter de masas del régimen. Posee un ejército considerado entre los más numerosos del mundo: en torno a 1.100.000 efectivos más varios cuerpos paramilitares y voluntarios que multiplican varias veces este contingente.

La información sobre Corea del Norte, siempre excesivamente sesgada y criminalizada por medios occidentales, tropieza de entrada con dos importantes obstáculos políticos, a saber: la impenetrabilidad informativa del régimen de Pyongyang, capital norcoreana; y una actitud estadounidense de apagón informativo o de extremada descalificación al respecto, según los casos, cimentados ambos en el designio hegemónico de Estados Unidos hacia Asia, iniciado en Corea con su presencia militar directa en la península asiática desde 1950, coincidente con el estallido de la llamada Guerra de Corea. Cinco años antes, en agosto de 1945, Estados Unidos había lanzado dos bombas atómicas sobre las populosas ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, bombardeo que causó más de 150.000 muertes instantáneas en dos días consecutivos, hechos que acrecentaron la hostilidad continental, señaladamente la coreana, hacia Washington, que demostró de tal manera su poderío como superpotencia inaugurando la llamada Guerra Fría.

Hasta 1953 y durante tres años, la península septentrional asiática de Corea fue escenario de una cruenta guerra civil con la presencia directa de tropas norteamericanas e internacionales, bajo mandato de la ONU, sobre el territorio coreano, así como por contingentes militares chinos y armamento soviético que apoyaban al  dirigente comunista, Kim Il Sung; este líder guerrillero nacionalista dirigió la lucha popular contra la ocupación japonesa de Corea durante la Segunda Guerra Mundial y fue el  mentor de un rotundo mensaje ideo-político antiestadounidense.

El ascendiente ruso y chino sobre Corea del Norte concede a China y Rusia un evidente margen negociador para disuadir a los Estados Unidos y también a Corea del Norte de una intervención militar-nuclear en la conflictiva península asiática.

La Guerra de Corea (1950-1953) quedó en tablas. La Casa Blanca destituyó en 1951 al general Douglas Mc Arthur, destacado anticomunista y comandante en jefe de las fuerzas allí destacadas, que había pedido al Presidente Harry Salomón Truman, al que profesaba abierta enemistad, arrasar Corea del Norte con armas nucleares. La guerra culminó con la partición del país en dos a lo largo del paralelo 38 y con el establecimiento de un régimen capitalista y pro-estadounidense al Sur, con capital en Seúl, y un régimen comunista al Norte, con capital en Pyongyang, apoyado por Pekín y Moscú. Tras la descomposición de la URSS, China y Rusia han tomado cierta distancia respecto de Pyongyang, pero conservan allí notable ascendiente. Aquella enemistad norcoreana-estadounidense prosigue con intensidad intermitente hasta nuestros días.

 

Escalada

En líneas generales el esquema del conflicto se expresa así: Corea del Norte, a través de su líder desde 2011, Kim Jong Un, despliega una política con la que va escalando los peldaños de una carrera para acrecentar su dotación de armamento nuclear; con plutonio obtenido en su central nuclear de Yongbyon, podría disponer, al menos, de una quincena de armas nucleares; mientras tanto, realiza pruebas con misiles de alcance medio, Nodong, y largo, Tepodong-2; con uno y otros, amaga amenazar enclaves estadounidenses, en principio en el océano Pacífico, como la base militar isleña de Guam, otrora posesión oceánica española; a finales de agosto de este año, Corea del Norte atemorizó a Japón con el lanzamiento y sobrevuelo de un proyectil balístico provisto de una ojiva, presumiblemente del tipo Taepodong-2, por encima del principal aliado de Washington en Asia, el país nipón; el misil cayó sobre el mar a unos 1.080 kilómetros de la costa oriental japonesa.

Y, más recientemente, el 3 de septiembre de 2017, dos movimientos sísmicos consecutivos, de al menos 5,7 y 4,6 grados de intensidad en la escala de Richter, registrados a nivel de la cota del suelo en las inmediaciones del polígono de experimentación nuclear de Punggye-ri, a 350 kilómetros al noreste de la capital norcoreana, permitieron asegurar que Corea del Norte había detonado una bomba de Hidrógeno, en la que sería su sexta prueba con armas nucleares reales. Pyongiang confirmó horas después el experimento, en el que podría haber deflagrado una potencia explosiva de decenas de megatones, según algunos expertos. Empero, tal proximidad de explosiones podría significar o bien un accidente consecutivo a la primera deflagración, o bien un sabotaje para impedir la prosecución de más pruebas de este tipo.

Kim Jong Un inspecciona lo que Pyongyang cataloga como su última bomba de hidrógeno.

 

Precedentes

Estados Unidos había determinado a partir de 2008 un riguroso bloqueo económico y tecnológico sobre Pyongyang, secundado por Corea del Sur, más Japón, Suiza, México y Australia. No obstante, los embargos aceleraron la carrera nuclear norcoreana a la que actualmente asistimos. Washington ha desplegado asimismo consecutivas maniobras militares conjuntas con su aliado surcoreano en las inmediaciones de la frontera con Corea del Norte, mientras se apoya en Japón y moviliza alianzas internacionales para truncar los aparentemente indescifrables planes norcoreanos.

El precedente de la actual escalada nuclear se inició el 9 de octubre de 2006 con la primera prueba nuclear norcoreana, con una potencia estimada entre 0,5 y 0,8 kilotones, aunque se proponía alcanzar otra, de hasta 4 kilotones; de ella dio cuenta al Gobierno de su vecina China con 20 minutos de antelación. Así lo ha escrito Wade L. Huntley, del Simons Centre de Disarmament and Non-Proliferation del Instituto Liu de la Universidad canadiense de Columbia británica.

Ya en 1985, el régimen norcoreano se había adherido al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TPN). Desde el siguiente año, se cree que acumulaba plutonio procedente de la central de Yongbyon, en una cantidad estimada entre 27 y 29 kilos para el año 1994; empero, en el mismo año se firmó un acuerdo-marco entre Estados Unidos y Corea del Norte, que determinó el cierre de la central de Yongbyon y el precinto de las 8.000 barras de combustible allí irradiado. En 1992, Pyongyang y Seúl habían firmado otro acuerdo para mantener la península coreana libre de armas nucleares. El programa nuclear norcoreano quedó así detenido entre los años 1997 y 2002.

En 2002, tras ser acusado el régimen norcoreano de reiniciar un ulterior programa nuclear a base de uranio, el acuerdo con Estados Unidos quedó roto y Corea del Norte abandonó el Tratado de No Proliferación, en el primer caso oficial de salida del TNP por parte de un país miembro. Tras recibir sanciones de la ONU, un año después, Pyongyang decidió poner en marcha de nuevo el reactor de Yungbyon, que iba a ser ampliado hasta una capacidad de 50 megavatios de los 5 iniciales, y comenzó el reprocesamiento del plutonio almacenado hasta entonces.

La posible anteposición de los intereses propiamente japoneses por una paz con Corea del Norte respecto de los intereses estadounidenses en Asia causa dolores de cabeza a la diplomacia norteamericana.

Bloqueo-escalada

El contexto geopolítico en el que se desarrolló esta escalada hasta nuestros días tuvo su origen en distintos hechos. Uno de los principales se atribuía a los efectos internos de los bloqueos económicos y tecnológicos externos impuestos a Corea del Norte por su conducta nuclear, que causaron el agravamiento de una crisis humanitaria sin precedentes tras la pérdida de, al menos, 200.000 de sus habitantes durante una hambruna desencadenada por desastres naturales, cuyos efectos devastadores el boicoteo impuesto desde el exterior impidió paliar.

Tiempo después, los cambios operados por el presidente George Bush en 2008 respecto a Corea del Norte, a la que unilateralmente exigió zanjar su política nuclear y amenazó con nuevos bloqueos financieros y de importaciones, intensificaron sobremanera las tensiones. En 2010, con la llegada al Gobierno de Corea del Sur del ex empresario Lee Myung bak, alcalde de Seúl, este puso fin a diez años de parcial distensión con Corea del Norte mediante una política de colaboración exigua, reducida a contrapartidas muy estrictamente delimitadas.

Desde esas fechas, la acentuación  acelerada de la confrontación con Estados Unidos y Corea del Sur, así como con Japón en menor escala, se ha intensificado. Analistas y observadores se preguntan qué propósito hay, en verdad, detrás de la carrera nuclear norcoreana. Todo el mundo sabe que el empleo de las armas nucleares acarrearía respuestas consecutivas, con desenlaces devastadores e inciertos sobre quienes se decidan a emplearlas. Por ello, todo apunta a que el régimen norcoreano no solo persigue hacerse un lugar -que ya casi ha logrado-, en el club nuclear mundial, junto a las cinco grandes potencias, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, más la India, Pakistán e Israel; el régimen de Kim-Jong-un se propone establecer una confrontación asimétrica con el gigante geopolítico estadounidense, lid que permite a quien la despliega mantener en jaque a su superior rival sobre la base de la amenaza de una destrucción mutua, total o parcial, asegurada por el eventual empleo de armas nucleares, todas ellas devastadoras.

Tal asimetría resulta, al cabo, mucho más gravosa para la superpotencia que la afronta, por cuanto que la extensión de los intereses que defiende, en población y recursos, es muy superior a la del adversario, de proporción mucho menor. Por ello, mantener ese desnivel asimétrico proporciona al inductor de este tipo de estratagema un poder creciente respecto de una negociación, poder que solo puede ser conjurado, en este caso, mediante la eliminación de Kim Jong un y la de su régimen, en el cual, aparentemente, no se observan fisuras.

Otro factor a tener en cuenta es la histórica vinculación de Pyongyang con Pekín, que en ocasiones empleó su ascendiente sobre Corea del Norte para amagar, a través suyo, a terceros países, incluido Estados Unidos. China, sin duda, como primera potencia asiática y país fronterizo con  Corea del Norte, se vería involucrada en la contienda, extremo que Washington no parece por el momento desear. Sin embargo, desde la guerra de Vietnam, es constante su política de tensión y rivalidad en torno al bajo vientre marítimo de China, a la cual disputa allí la hegemonía naval en torno a las islas Paracelso y Spratley, de alto valor estratégico para el control del área y del Pacífico central. Taiwan, la antigua isla de Formosa, situada en el Mar de China, aliado de Estados Unidos en la zona, es el reducto del nacionalismo anticomunista chino de Chiang Kai chek, expulsado militarmente del continente por las tropas de Mao Tse tung antes de la proclamación de la República Popular comunista, en 1949.

Por otra parte, la pequeña franja fronteriza de Corea del Norte con la Siberia rusa involucra igualmente en el conflicto a Moscú que, históricamente, mantuvo lazos muy estrechos con Pyongyang. Con todo, el ascendiente ruso y chino sobre Corea del Norte concede a China y Rusia un evidente margen negociador para disuadir a los Estados Unidos y también a Corea del Norte de una intervención militar-nuclear en la conflictiva península asiática. Toda solución al conflicto, pasa asimismo por Pekín y Moscú, ambas potencias nucleares.

A su vez, la posible anteposición de los intereses propiamente japoneses por una paz con Corea del Norte respecto de los intereses estadounidenses en Asia, ahora que Tokio ansía más autonomía respecto de Washington, causa dolores de cabeza a la diplomacia norteamericana: se halla confrontada por un potente impulso aislacionista a la retirada de algunos escenarios internacionales, conforme a los deseos del actual inquilino de la Casa Blanca. Donald Trump afronta en esta crisis una prueba decisiva para su mandato ya que, o bien le puede permitir concentrar energías en un enemigo exterior que mitigue los graves conflictos interiores que encara, o bien le puede arrastrar, si no sortea el trance adecuadamente, hasta una escalada nuclear capaz de acabar no solo con él, su presidencia y su gente, sino también con casi tod@s nosotros.

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