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02 AM | 08 Abr

bergman, su gran año

En el año 1957, el cineasta sueco Ingmar Bergman estrena El séptimo sello, dirige cuatro obras de teatro, entre ellas la superproducción con fama de irrepresentable Peer Gynt, rueda su primer telefilme, Llega el señor Sleeman,mantiene cuatro relaciones sentimentales al alimón, con dos amantes, una esposa y una cuarta mujer, con la que acabará casándose años después, tiene una úlcera que le causa terribles dolores, se encierra en un sanatorio pero allí saca tiempo para escribir Fresas salvajes, que acaba rodando a su salida, y pergeña En el umbral de la vida, que estrenará a principios del año siguiente. En esos días, a los 38 años de edad, escribe en su diario: “…Pero, claro, tengo cinco hijos y…”. A pesar de relatar el presente, se equivoca. No tiene cinco hijos: tiene seis, con tres mujeres diferentes.

BERGMAN, SU GRAN AÑO

Dirección: Jane Magnusson.

Intervienen: Liv Ullmann, Lena Endre, Roy Andersson, Thornsten Flinck.

Género: documental. Suecia, 2018.

Duración: 116 minutos.

No es extraño que la documentalista Jane Magnusson haya elegido 1957 para ambientar Bergman, su gran año,película centrada en la vorágine creativa y humana de un tiempo esencial, pero que además se despliega con criterio hacia el pasado y el futuro de aquellos volcánicos 365 días, para así aclarar lo seguramente inexplicable. El genio de un artista soberbio, en la doble extensión de la palabra, capaz de enamorar y de humillar, de estar rodeado y de sentirse aislado.

Magnusson entra a todas: política, sociedad, religión, familia, psicología, arte, salud, alimentación, amor, sexo y, sobre todo, cine. E incluso aporta exclusivas, como una antigua entrevista de los años ochenta con el hermano de Ingmar, nunca emitida por el veto del ser todopoderoso que todo lo dominaba, que abre posibles nuevas interpretaciones sobre sus infancias y, claro, sobre Fanny y Alexander. Y lo hace con un gran sentido de la didáctica en lo cinematográfico y una formidable capacidad para el retrato humano complejo del ser más contradictorio. A veces, incluso parece una tesis ilustrada (con convicción y estilo), conformada a partir de material de archivo y de entrevistas actuales, en la que Magnusson va virando por cada uno de los temas sin que se noten los volantazos y sin resultar esquemática.

Hablan sus amigos, pero también, si no sus enemigos, sí sus críticos y detractores, a los que destrozó o intentó destrozar, que destapan el lado oscuro del genio. Y, por encima de todo, en el documental, respetuoso pero fiscalizador, está presente su cine, apoyado, cómo no, en su vida: un brillante legado de sensibilidad, pureza, trascendencia y estética, que se entiende mucho mejor a partir del complejo retrato del hombre.

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10 AM | 26 Mar

LA CICRATIZ

Polonia, años 70. En pleno régimen comunista, Bernard es un empresario cuyas convicciones entran en contradicción con las pautas laborales y estructurales impuestas por unos gobernantes que han vivido la esencia del sistema al que representan: obligado por el gobierno a dirigir una empresa en medio del bosque, debe alejarse de su mujer y su hija generando en é una cicatriz interior la cual le lleva a un malestar en su vida laboral. Kieslowski nos muestra en esta película los problemas del protagonista por conciliar su vida familiar y profesional, y la agobiante burocracia del régimen comunista.

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12 PM | 23 Mar

Los delitos de la dictadura, 50 años después

Los delitos de la dictadura, 50 años después

En 1969, la dictadura franquista reprimió con dureza la protesta en la Universidad de Madrid por el asesinato de Enrique Ruano. Hubo apaleamientos, torturas, maltratos, detenciones y expulsiones

Los delitos de la dictadura, 50 años después
ENRIQUE FLORES

Quizá seamos todavía una sociedad herida por un pasado traumático con dos fases, una brutal y breve, la Guerra Civil, y otra brutalmente disfrazada de interminable paz, la dictadura franquista. ¿Está todo curado? Solo está en vías de curación, con mucho trecho andado, sí, pero con claras recaídas peligrosas, como les sucedía a los viejos estalinistas. Estas recaídas de la derecha desorbitada de hoy son peores, y tienen antecedentes democráticos funestos, como las dos legislaturas de Aznar y su venenosa renacionalización de la derecha atávica con nostalgias de tiempos mejores.

Una persistente idea de Javier Pradera sostenía que una sociedad necesita en torno a cien años para quedar liberada de traumas de la magnitud de los que vivió España. Nos queda aún un buen tramo, entre otras cosas porque la dictadura engendró una segunda tipología de víctimas que no fueron abatidas en guerra sino en una paz hipócrita: encarceladas, secuestradas, perseguidas, intimidadas, avasalladas, amenazadas, rapadas, apaleadas, multadas, maltratadas y, por supuesto, torturadas y asesinadas con la impunidad de un Estado terrorista.

Pero parece que esto es pura exageración de yonquis del rencor antifranquista, ese viejo marxismo que no dio una, o esos nostálgicos de la utopía castrista. No es verdad: esta es una versión veraz y limpia, historiográficamente irreprochable, de la práctica real de una dictadura sostenida por el Ejército, con un jefe militar al frente, y objeto de admiración apasionada de dos generales golpistas y asesinos probados, como Pinochet en Chile y Videla en Argentina. Por eso quizá uno de los cánceres subterráneos más corrosivos de la actualidad consiste en el coqueteo o incluso el compromiso activo con una versión lightdel franquismo, esas formas que eluden tocar la momia de Franco por parte de Pablo Casado, el postureo retórico de algunos dirigentes de las derechas o, por supuesto, el facherío neofranquista que antes votaba al PP como partido único de la derecha, y ahora puede votar sin complejos a Vox. Todo son formas locales del nacional-populismo digitalizado que abandera Trump con el fin geopolítico de reproducir su discurso en Italia, en Francia o en España. Se hacen sus cómplices activos al echar mano del pasado para activar un sustrato social de lealtades dormidas.

Pero su condición estructural es otra. Para que suceda lo que sucede hoy han necesitado no solo la desfachatez unilateralista del independentismo catalán sino también una subterránea operación de blanqueo activo del franquismo, la trivialización de una dictadura militar y homicida, la banalización de sus mecanismos corruptos como vía de relegitimación histórica. No exime a los líderes de la derecha la probable ignorancia sobre ese pasado real ni les excusa el interés partidista del presente: precisamente por no saber demasiado bien quién y para qué daba el golpe de Estado de 1981, o por no tener demasiado clara la maquinaria represiva y asesina de la dictadura, están obligados a no empantanarse en usar el pasado de forma instrumental. La frivolidad es casi peor que la trivialización porque en esa estrategia subyace la semilla para neofascismos populistas con representación parlamentaria, o posfascismos democráticos en pleno capitalismo globalizado.

También la dictadura usó el fomento de la desinformación. Por eso en mayo de 1969, hace cincuenta años, un puñado de valientes acudieron a la máquina de escribir analógica y redactaron 16 páginas a un solo espacio plagadas de agravios reales, con testigos, frustraciones y muchas lágrimas invisibles. O lo hacían las víctimas o nadie iba a hacerlo porque la ocupación de la Universidad de Madrid por parte de la Policía Armada y los agentes de paisano de la Brigada Político-Social fue amplia, masiva y olímpicamente ignorada por la inmensa mayoría de la población en “un vergonzoso y desolador silencio de lo que ocurre realmente en la Universidad”: vivían bajo el estado de excepción firmado por Franco el 25 de enero.

El documento del Sindicato Democrático no pedía nada más que el desalojo policial de las instalaciones y el fin de los cacheos, los apaleamientos, las detenciones, las deportaciones, los maltratos y las vejaciones de estudiantes. El estado de excepción se había dictado a los dos días de que el régimen mercadease con el cadáver de un estudiante recién ingresado en el Frente de Liberación Popular, Enrique Ruano. Lo había asesinado la policía fabulando que se había precipitado por una ventana y el Abc difundió disciplinadamente la versión promovida por el ministro Manuel Fraga Iribarne. Se sucedieron desde entonces deportaciones de los profesores Elías Díaz, Gregorio Peces-Barba, Javier Muguerza, Raúl Morodo o Paulino Garagorri y detenciones instantáneas de estudiantes, suspensiones de matrículas, procesamientos arbitrarios y amañados, condenas sin juicio previo, inhabilitaciones para exámenes, expulsiones de la universidad de por vida. Algunos pasaron de “uno a cuatro meses” en la cárcel a la espera de “que se ultimasen los trámites de inhibición del Tribunal Militar”.

Para no pecar de imprecisos ocupan hasta diez páginas en el pormenor con nombres y apellidos como el de Arturo Mora, “golpeado y torturado, siendo obligado a permanecer varias horas en cuclillas con los brazos esposados entre las piernas”, o José María Igual, forzado a permanecer durante “dos y tres horas boca arriba sobre una mesa con la mitad inferior del cuerpo fuera de la misma”, o Miguel Ángel García Montero, “torturado y golpeado en los testículos”. La lista de “detenidos y deportados” incluye a Manuel de Lope, a Carlos Elordi, que también es torturado y sigue en mayo detenido en Carabanchel, como tantos otros siguen encarcelados mientras redactan el informe, o Ángel S. Harguindey, golpeado en la Dirección General de Seguridad, o Javier Valero, “tres veces detenido, deportado”, como el mismo Enrique Camacho (que es mi generoso proveedor de esta denuncia ciclostilada).

A otros solo les prohíben entrar en la Facultad, como a Enrique Curiel y a Joaquín Arango; a Fernando Savater lo detienen también, y a Manolo Rodríguez Rivero lo mandan además al Tribunal de Orden Público. La peor delincuencia del Estado recayó sobre Ruano, “detenido por miembros de la Brigada Político-Social, objeto de malos tratos y, por último, asesinado por miembros de la social”; a José María Mohedano le cae “orden de caza [SIC]y captura” con “petición de 12 años de prisión”, mientras otros, como Jaime Pastor o Ramón Uría, con peticiones militares similares, optan por el exilio.

Pasaron muchas más cosas en esa primavera de 1969, y entre ellas la fabricación del nombramiento de Juan Carlos como sucesor a título de Rey de Franco, a 22 de julio. Algunas de esas cosas las conmemoramos hoy con la efusiva alegría de la gratitud histórica por hacernos la vida más alta y más feliz. La fundación de las editoriales Anagrama y Tusquets, Visor y Kairós es otra de esas cosas. Sucedía todo exactamente ahora, mientras a los chavales se les hacía oscuro de golpe en plena primavera de 1969 y la vida se iba a pique.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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01 PM | 19 Mar

Presentacion SIN CONCIENCIA

Sin conciencia. (The enforcer. Bretaigne Windust, Raoul Walsh. 1951)Cine negro. Estados Unidos. V.O.S.

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

La de hoy, siendo como es una película menor, merece estar en esta penúltima sesión del ciclo por tres motivos innegables:

Primero, porque Bogart realiza una interpretación digna de cualquier guion, de cualquier director y de cualquier presupuesto. Una evidencia palpable de lo que venimos diciendo desde el día de la presentación: si algo tenía este hombre, (más allá de su talento), era profesionalidad disciplinada y constante. Claro que en este caso barría para casa. Y esto nos introduce en el segundo motivo de por qué ver hoy Sin conciencia. 

Segundo, aunque no aparece de modo explícito en los títulos de crédito, Sin conciencia fue uno de los cuatro films producidos por Santana Pictures, el estudio del actor. Desconozco los intríngulis de ese negocio, pero viendo que aparece la Warner como productora, algo tendría que ver en él la particular relación amistosa y mercantil de Jack Warner con Humphrey Bogart. Recuerden que también eran socios, junto con Raoul Walsh, en la propiedad del Hipódromo Hollywood Park de Los Ángeles.

Y tercero, veremos esta película por expreso y contumaz deseo de mi presidente en el Colectivo, Félix Alonso.

Él, con su empeño permanente por rescatar lo que llama “cine invisible” de la invisibilidad, la ha encontrado y la ha puesto en la ampliación del ciclo. Debo confesar que a mí no me causa ninguna contrariedad. Más bien satisfacción, porque estamos ante un ejemplo palpable y evidente de lo injusto que puede ser el azar del mercado visual, condenando injustamente al desconocimiento (a la invisibilidad) determinadas obras plenas de talento y calidad narrativa. Gracias, pues, Félix por tu incansable búsqueda en la caverna del cine invisible.

Pues bien, Sin conciencia, una película del año 51, cuando ya están realizados todos los grandes títulos del cine negro clásico, El halcón… El sueño eterno, Perdición, La jungla de asfalto, etc, fue dirigida inicialmente por Bretaigne Windust, y terminada por Raoul Walsh, ante el abandono por enfermedad del primero. Y desde luego, lleva la impronta inequívoca del segundo en las escenas de acción.

Pero en mi opinión lo interesante de Sin conciencia es la presentación de un Bogart al servicio de la ley, bajo la piel de un meticuloso e inteligente ayudante del fiscal. Si en la década anterior la ambigüedad moral permeaba cualquier guion negro (y no es que hubiera condescendencia con el delincuente, no. Es que la sospecha proyectaba su sombra (iluminación y fotografía de rasgo expresionista) sobre policías, jueces, magnates y en general las gentes de orden), ahora, sin embargo, parece que el repliegue conservador de la censura obliga a perfiles más certeros y precisos a la hora de separar los buenos de los malos. Desde esta óptica perdemos la agudeza crítica frente al sistema que representaron las grandes obras de la literatura y el cine negro, para ceder a una concepción más moralizante del mensaje que enviar a

l espectador.

En cualquier caso, la envoltura (impecable) evoca las grandes realizaciones de los Hawks, o los Huston. Pero atención, y aquí viene lo bueno: en un giro, que los más sagaces pueden ver venir con suficiente antelación, la trama nos lleva a un punto final en el que se habría sentido cómodo hasta el mismísimo Alfred Hitchcock.

Para terminar diré que hoy,  Sin conciencia, es una película prácticamente desconocida, que vamos a tener el privilegio de ver aquí gracias al empeño de nuestro querido Félix. Y ahora no se pierdan detalle de la peli en la que Raoul Walsh jugó por un rato a ser Hitchcock.

 

Un saludo.

Alfonso Peláez

 

 

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