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09 PM | 09 Jun

EL CIELO DE FLORENCIA

Hay revoluciones secretas. Hacia 1425, en el taller de un convento de Florencia, un pintor que era fraile dominico hizo algo que no había hecho nunca nadie hasta entonces: en vez de cubrir con una lámina de oro el fondo de una escena sagrada, pintó en él un trozo de cielo azul muy profundo, el que vería uno sobre los tejados y las colinas de la ciudad, por la ventana a la que se asomara el fraile pintor, a quien nadie llamaba todavía Fra Angelico. Ese cielo de azul ultramar es más luminoso ahora porque acaban de restaurarlo en el Prado. Es el azul del cielo por encima de los árboles del Jardín del Edén y el del manto de la Virgen, y el de las bóvedas salpicadas de estrellas del edificio donde sucede la escena de La Anunciación.

También el edificio es una novedad de ruptura, y hasta el formato mismo de la tabla, un rectángulo perfecto, sin arcos ni cresterías góticas, como era la moda de la época. Nuestra mirada aturdida ve una Anunciación pintada en el siglo XV y la califica de inmediato de respetable antigualla. Pero resulta que el piadoso dominico al que imaginamos pintando como si rezara, sumido en contemplaciones místicas, era un hombre de su ciudad y de su tiempo; de la ciudad tecnológica, económicamente, culturalmente, más avanzada de Europa, y estaba conectado con los más innovadores de sus contemporáneos. El uso de la perspectiva en esta Anunciación se parece mucho al que estaban introduciendo Donatello y Ghiberti en sus bajorrelieves. El edificio con sus columnas y sus arcos de limpia arquitectura clasicista se parece a la Loggia del Hospital de los Inocentes que acababa de diseñar Filippo Brunelleschi. Y fue probablemente el mismo Brunelleschi, con su desdén de arquitecto innovador por las formas del pasado inmediato, quien inspiró en Fra Angelico ese rectángulo despejado que facilita la percepción unitaria de la obra.

Los cuadros decisivos uno está mirándolos siempre por primera vez. Al tenerlos de nuevo delante de los ojos se nos vuelven presentes todas las contemplaciones anteriores. El placer de las cosas reconocidas se corresponde con el de las que ahora estamos descubriendo, las que nos parece mentira no haber observado antes. La sensación, desde luego, es más poderosa cuando vemos el cuadro después de una restauración tan admirable como la que han llevado a cabo con La Anunciación en el taller del Prado. También cuando lo encontramos sumergido en esa atmósfera vibrante que irradian las otras obras de la exposición sobre Fra Angelico y el Quattrocento en Florencia: pinturas suyas, de sus maestros y sus contemporáneos, y además muestras de cantería, bajorrelieves en terracota, tejidos suntuosos, esculturas policromadas. El mundo ilusorio de los cuadros se vuelve tangible en esas telas que formaban parte de la riqueza industrial de Florencia y con las que los pintores cubrían a sus personajes sagrados. La antigua rigidez de las representaciones bizantinas se convierte ahora en una vitalidad arrebatada: una Virgen de Donatello es una madre delgada y muy joven que no logra sujetar al Niño Jesús que se le revuelve entre los brazos. En un bajorrelieve, la Eva que acaba de surgir del costado de Adán es una mujer verdadera y carnal que no acierta a dar un primer paso y tiene que sujetarse al manto de Dios Padre. Las escenas de martirios, milagros o episodios evangélicos suceden con una extraña naturalidad en calles comunes de Florencia, y los personajes sagrados con sus togas arcaicas se mezclan con transeúntes de la ciudad, vestidos a la moda de su tiempo. En todo hay un esquematismo de decorados de teatro: casas como maquetas, rocas y montañas de evidente cartón.

No es un efecto casual. Muchas de las escenas de los cuadros reproducen funciones teatrales religiosas. En un ensayo apasionante del catálogo, Ana González Mozo explica que la Anunciación se representaba en las iglesias con gran aparato de escenografía. En un tablado muy alto, Dios Padre entregaba al arcángel Gabriel las tres azucenas que éste debía llevar a la Virgen. Sujeto a cuerdas y poleas, el actor vestido de arcángel descendía desde las alturas sobre las cabezas de los fieles y se arrodillaba delante de María, a quien por cierto interpretaba un hombre, ya que a las mujeres les estaba prohibido participar en tales representaciones. En el momento culminante, el estallido de un cohete indicaba la irrupción del Espíritu Santo. “Estos mecanismos suscitaban un estado de estupefacción y la impresión de estar ante una visión misteriosa y aterradora”, escribe González Mozo.

El pasado es mucho más extraño de lo que podemos imaginar. La luz divina atraviesa el espacio de la intimidad doméstica en rayos paralelos de lámina de oro, pero en esa estancia donde María recibe al arcángel también hay una claridad de mañana terrenal, teñida de verdes de vegetación, que entra por una ventana y se proyecta como un rescoldo suave en una pared, en una habitación modesta en la que hay un banco corrido y un arcón. La paloma del Espíritu tiene una orla de santidad dorada, con incisiones de orfebrería: pero cerca de ella, junto a un capitel, se ha posado una golondrina, tan ajena a la escena sagrada como al valor simbólico que a ella misma se le pueda atribuir.

Pero Fra Angelico no es menos religioso por ir haciéndose más naturalista. El huerto contiguo a la casa de la Virgen resulta ser el paraíso terrenal, un poco a la manera de esos espacios de los sueños que son varios lugares a la vez. Los fondos sumarios de la pintura religiosa se convierten aquí en un prodigio de variedad y precisión botánica: palmeras exóticas, hierbas y flores comunes, manzanas de la tentación y el pecado, granadas de la redención y la pasión futura de Cristo. Deteniéndose a pintar las plantas y los pájaros tal como son, Fra Angelico es tan piadoso como cuando pone un detallismo extremo en el oro de las alas del arcángel. Lo sagrado es visible a los ojos de la fe y lo visible atestigua en su perfección y su singularidad la providencia divina, el gran milagro bíblico de la creación del mundo. El cielo de Florencia que él veía a diario y que pintó con tanto cuidado en La Anunciación era al mismo tiempo para Fra Angelico el cielo abstracto de la teología, y por él volaban con la misma naturalidad las golondrinas y los ángeles.

Antonio Muñoz Molina EN BABELIA

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02 PM | 02 Jun

TODO ERA MENTIRA

El prime dinero que gané enmi vida lo gané trabajando para Convergència i Unió, la coalición de Jordi Pujol. Fue hace justo 40 años, durante la campaña de las primeras elecciones municipales democráticas. Por aquella época yo estaba a punto de cumplir los 17, y el trabajo, apasionante, consistía en ensobrar propaganda electoral; por suerte me acompañaban mis amigos del barrio. Nos conocíamos de toda la vida, de la Devesa, en Girona, un suburbio de clase media donde convivían familias de emigrantes y familias de catalanes de pura cepa, aunque en el colegio donde estudiábamos se enseñaba en castellano y la lengua predominante en el grupo era el castellano. Ninguno de nosotros era nacionalista. En realidad, éramos más o menos ácratas, pero sobre todo pasotas, rockeros, porreros y cerveceros, así que, entre nosotros, CiU y todo lo que CiU representaba —el catalanismo burgués, católico y conservador— era objeto de general pitorreo. Cuando terminábamos de trabajar, íbamos a gastarnos en libros el dinero ganado.

Fue la señora P la que nos consiguió aquel trabajo. La señora P era la madre de uno de mis amigos del barrio; también era catalana de pura cepa, como su marido, y militaba y trabajaba en Convergència (o en Unió: ya no me acuerdo). Era una mujer pequeñita y risueña, que siempre tenía una palabra amable para todo el mundo y siempre iba corriendo a todas partes, porque, además de trabajar fuera de casa, tenía que sacar adelante a sus cuatro hijos y a su marido (las mujeres de aquella época también sacaban adelante a sus maridos). No recuerdo haber hablado jamás con ella de política, porque la señora P no hacía proselitismo, pero para mí fue siempre la encarnación del catalanismo burgués, católico y conservador que CiU representó desde su creación; en todo caso, durante años fui incapaz de verla sin asociar su amabilidad sin impostura y su sonrisa diligente a la energía de unos catalanes que, al principio de la democracia, pelearon por recuperar la dignidad de ser catalanes, de hablar su lengua y recuperar su cultura y sus instituciones de autogobierno tras la devastación del franquismo. Kurt Vonnegut escribió que la calidad moral de una persona se mide por la opinión que tienen de ella sus vecinos; si esto es así (y yo estoy seguro de que lo es), la señora P era, básicamente, una buena persona, que es lo más difícil que se puede ser. Murió hace unas semanas. Cuando me enteré de la noticia estaba de viaje, y, como mis mejores amigos siguen siendo mis amigos del barrio, llamé por teléfono a su hijo; entonces, mientras le daba el pésame, me acordé de la última vez que había visto a la señora P. Fue en el barrio, un domingo en que ella había salido a pasear con mi amigo y yo iba a comer con mi madre. Para entonces hacía un tiempo que estaba en marcha el procés, y la señora P, que a pesar de su edad se conservaba física y mentalmente muy bien, ya no militaba en CiU. Nos saludamos y de repente, sin previo aviso, la señora P se lanzó a hablar de política. Estaba muy agitada, y al principio sólo entendí que hablaba de lo que pasaba en Cataluña, de su partido o del que había sido su partido, mientras su hijo, mi amigo, intentaba calmarla. “Todo era mentira, Javier”, entendí por fin: la señora P gesticulaba mucho, parecía furiosa, tenía los ojos muy abiertos. “Son una pandilla de ladrones. Eso es lo que son: una pandilla de ladrones. Créeme, Javier, todo era mentira”.

Todo era mentira. ¿Lo era? Con los años yo también me hice catalanista, como la señora P y como mis amigos del barrio —todos creímos que era bueno que Cataluña tuviera una lengua, una cultura y unas instituciones fuertes—, pero ahora ya no sé si lo soy, porque no sé si el catalanismo es viable sin el nacionalismo, que ha demostrado ser incompatible con la democracia. Por lo demás, la melancolía no me alcanza para añorar el catalanismo católico, burgués y conservador de CiU, pero sí para preguntarme cómo es posible que se haya podrido tan pronto el idealismo generoso y razonable de tantos catalanistas honestos, a cuántos catalanes de pura cepa como la señora P engañaron los políticos del procés. Y dónde están.

JAVIER CERCAS

 

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08 PM | 28 May

Hamlet se va de negocios

En el Helsinki actual, el príncipe Hamlet se ha convertido en el accionista mayoritario de un poderoso grupo empresarial que se propone acometer la fabricación de patitos de goma. El poder político-nobiliario de la fortaleza danesa es sustituido por el económico-financiero del capital finlandés. Mediante diálogos secos, simplificación de los asuntos y supresión de lo retórico, la peculiar adaptación actualiza eficazmente el esquema shakesperiano

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