05 PM | 14 Abr

ESTA TIERRA ES MI TIERRA

De la generación de cineastas estadounidenses surgida en la mítica década de los setenta, sin duda Hal Ashby ocupa un lugar de privilegio, tanto por su peculiar forma de concepción cinematográfica como por su carácter maldito, sustentado éste por su temprana muerte acontecida en la década de los ochenta. Ashby fue el rockero de su generación. Su estética semejante a un guitarrista del incipiente heavy metal, su generosa barba estilo amish y su lírica de la derrota, del final de una era de esplendor para dar paso a una etapa donde el desgarro y la elegía triunfaban en el ambiente, punto este ideal para dejar el peso de sus tramas a unos personajes desequilibrados sitos en los márgenes de la sociedad, ha trascendido más allá de su época. Y es que Ashby fue un artista conceptual, virtuoso, compositor de unas melodías sugerentes a base de folk, rock y psicodelia, donde las letras de sus composiciones irradiaban ese vacío inherente al tormento, pero siempre apostando por un humor negro refrescante y reparador. Gracias a ello el autor de Harold and Maude se alza como uno de los mejores retratistas del final del sueño americano.

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De entre sus muchas y reivindicables películas siento una especial afinidad por Esta tierra es mi tierra. No solo por ser una de sus obras menos rescatadas y por tanto más olvidadas, sino por su consideración de obra menor, quizás por ser un biopic para nada al uso, quizás por no tener en su reparto una de esas estrellas que permiten alcanzar la inmortalidad o quizás por su poética melancólica, triste y desmitificadora de los años de la Gran Depresión de finales de los años veinte. Esos años idealizados por las novelas de John Steinbeck y por las posteriores películas producidas por Hollywood con aires algo impostados que tenían más de leyenda que de realidad. Todos estos puntos fueron tirados a la basura por un Ashby quien decidió moldear una película sobre la biografía de uno de los líderes del movimiento sindical americano, el cantante y poeta Woody Guthrie —uno de los referentes de la música folk americana sin cuya aportación seguramente no hubieran existido ni Bob Dylan ni Bruce Springsteen, ambos confesos admiradores de Guthrie—, a partir del material de su propia autobiografía, pero de un modo divergente.

Y es que el autor de El regreso desechó aquellos aspectos ligados a las experiencias estrictamente personales de la leyenda, para concentrase en los ambientes sociales y paisajes humanos que brotaban de las páginas de la biografía de este defensor de los derechos de los oprimidos por un sistema laboral fundado en la explotación de la mano de obra, obligando a la misma a sobrevivir bajo condiciones infrahumanas para mayor beneficio de los patrones y propietarios de las grandes fincas agrícolas.

En este sentido la película adoptará la forma de una epifanía protagonizada por un Woody Guthrie (interpretado por un David Carradine muy de moda en esos años por su papel en la serie Kung-Fu, quien canta con una entonación muy atractiva las canciones compuestas por su personaje sin trampa ni cartón otorgando así el realismo necesario a una obra adscrita en los márgenes del neorrealismo) convirtiendo a este apátrida en una especie de Jesucristo que observará en primer plano las injusticias que castigan a los proscritos por la crisis económica, tomando de este modo conciencia de lucha en favor de los oprimidos, evangelizando a través de su música y sus ideales a toda una masa de fieles anhelantes de la aparición de un mesías que los guiase hacia las orillas de la libertad y la dignidad. Esta apuesta lanzada por Ashby, conecta directamente Esta tierra es mi tierra con el biopic del afamado sindicalista cantante Joe Hill dirigido por el sueco Bo Widerberg en la década de los setenta, que imprimía una mirada apostólica también a la figura del homenajeado.

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De este modo, la trama seguirá los pasos de Guthrie desde su Oklahoma natal, dejando en casa a su esposa e hijos, para emprender una aventura en solitario, en compañía de vagabundos, familias desesperadas y demás desplazados, a través de las vías de ferrocarril del oeste americano con destino a California con la idea de buscar trabajo como pintor de anuncios de establecimientos, tras la demolición del asentamiento donde se halla el hogar de este intrépido personaje causada por una virulenta tormenta de arena. Ashby expondrá muy bien sus cartas, abriendo la película con una bella presentación del carácter y paisajes propios de un Guthrie que se moverá como pez en el agua entre la arena, carestías económicas y casas de madera de su pueblo y sus lugareños, para tras esta media hora de pura poesía humanista trenzar el viaje de partida de este héroe de halo griego mostrando sus andanzas por carreteras desiertas haciendo autostop o su devaneo como polizón en los vagones de los ferrocarriles de mercancías que transportaban en su seno a toda una galería de personajes de diferente pelaje, pero unidos por su deseo de alcanzar la tierra prometida californiana —tanto negros sin oportunidades laborales castigados por una sociedad racista, como prostitutas, como familias numerosas, como campesinos, como ladrones, como buscadores de camorra y también pobres de solemnidad—. Todos ellos en el centro de la diana de los vigilantes del ferrocarril quienes no hacían ascos a impartir feroces palizas y en disparar hasta causar la muerte a quienes osaran transgredir las normas de ocupación de los trenes de mercancías.

La película no se detendrá en retratar los aspectos más íntimos del personaje, dejando que la propia atmósfera objeto de fotografía sea la encargada de empapar el devenir de los acontecimientos, actuando así como hilo conductor de la historia. En este sentido, seremos testigos de la aparición de diversos personajes que aportarán su granito de arena representando de forma fidedigna la realidad de esa Gran Depresión erigida por solitarios vagabundos desvalidos de toda ayuda y que por tanto únicamente podrían alcanzar sus objetivos desde la fuerza que proporcionaba la colectividad que auspiciaban los sindicatos agrarios. Como la bella Pauline, una rica viuda propietaria de un establecimiento de comidas al que arribará nuestro protagonista, iniciando así una extraña historia de amor y atracción que caerá inevitablemente en desgracia debido a la diferencia de clase e ideológica existente entre ambos. O el joven Luther Johnson (Randy Quaid), un bisoño inmigrante y padre de familia reflejo de la indefensión de los humildes ante el sistema. Y fundamentalmente Ozark Bule (magistral Ronny Cox), un sindicalista que arriba a los campamentos de trabajadores con la intención de concienciar a los mártires gracias a su alegre música, sin duda el personaje que atraerá a Guthrie hacia la política de lucha de clases y al empleo de su arte y talento para componer melodías contestatarias y combativas en favor de los pobres y en contra de las injusticias contempladas.

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A partir de este momento, la película recorrerá un camino hermoso siempre en los terrenos del realismo más desgarrador, pero también tintado con ciertas gotas de buen humor, exhibiendo el complejo itinerario seguido por Guthrie como jefe sindical y poeta. Incorruptible ante los poderosos. Siempre ajeno a los cantos de sirena del sistema. Capaz de renunciar a un contrato millonario en la estación de radio más escuchada del sistema por defender sus ideales rechazando pues las imposiciones dictadas por los poderosos. Una voz imposible de silenciar a pesar de los esfuerzos y chantajes de los magnates detentadores del poder. Y esta travesía fue pintada por Ashby con cariño y ternura. Desde la frontera de las historias corales de vértices cruzados. Desde la dignidad de los pobres, reproduciendo la escasez y la falta de medios existentes en la California de los veinte, pero la abundancia de ilusión y honestidad presentes en esos campamentos de campesinos que brotaron en los alrededores de las plantaciones californianas. Unos cuadros pintados por el autor americano a través de brochazos de inspiración realista, muy cálidos e inspiradores, irradiando así un paraje humano y social de gran valor cultural.

Las secuencias musicales montadas en medio de la noche en estos campamentos son simplemente hipnóticas y mágicas. A las maravillosas melodías compuestas por Guthrie se unió una interpretación sin igual y magnética por parte de los actores del film, siendo especialmente emblemáticas las vertidas por Carradine y Cox, pero asimismo las ejecutadas por héroes anónimos que engalanaron con su voz desesperada la oda al fin del sueño americano compuesta por el autor de Bienvenido Mr. Chance. 

Si bien en el último tramo del film a Ashby no le quedó más remedio que insertar ciertos parajes ligados a la vida personal del protagonista, descubriendo su temperamento indomable, su inestable relación con su esposa reflejada en sus frecuentes y virulentas discusiones de pareja —más interesada ésta en mantener los privilegios que la fama y el dinero traen consigo que en defender la postura antisistema de su cónyuge—, o sus vaivenes con los propietarios de las radios estatales quienes tratarán de pervertir el mensaje que desprendían las canciones del sindicalista en vano, la película funciona como un sólido intento de ofrecer una imagen no distorsionada de la Gran Depresión sin pretender enfatizar en los personalismos ni en las frivolidades típicas de la gran mayoría de los biopic realizados en el cine. Puesto que Esta tierra es mi tierra se construyó como una biografía no sustentada en los aspectos más microscópicos y por tanto sensacionalistas y subjetivos de la vida de Woody Guthrie, sino otorgando el poder narrativo a los elementos macro y por ello más atractivos desde el punto de vista de conformar un legado de una época. Una biografía que se adapta como la seda a la propia personalidad de la figura dibujada. Un hombre humilde, forjado por la mitología del pueblo. Una figura de minorías frente al poder mayoritario. Un emblema de la colectividad frente a la individualidad inherente al pueblo americano. Alguien que prefería un cambio estructural en el contexto social frente a sus problemas personales. Sin duda por todo ello Esta tierra es mi tierra es uno de esos biopic imprescindibles que no puede caer en el olvido, guardando esa maestría, modernidad y buen sabor de boca que dejan tras de sí las mejores películas de ese artista revolucionario, tierno y sensible que era Hal Ashby.

Escrito por Rubén Redondo

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