02 PM | 17 Feb

EL CIELO SOBRE BERLÍN

EL CIELO SOBRE BERLÍN (1987). Los ángeles de Wim Wenders.

 

Win Wenders, según sus propias palabras, después de pasar una temporada en EEUU, quiso volver a Berlín con la idea de hacer un film sobre ángeles y sobre la ciudad dividida por el muro. Le pidió a su amigo y guionista Peter Handke que escribiera la historia . De modo que el film se elaboró partiendo de una idea o un concepto claro, pero sin un guión completamente finalizado. Se comenzaron a rodar escenas sueltas en una especie de “brain storming” con los actores. El primer resultado fue un film casi mudo al que luego  se le fueron agregando en off, voces y pensamientos de los personajes. Dos ángeles observan Berlín desde las alturas y se acercan a los seres humanos con inmensa ternura. El film cuenta con las actuaciones de Bruno Ganzen el papel del ángel Damiel y Solveig Dommartin como Marion, la trapecista que vuela sin alas. Otto Sander es el otro ángel, Cassiel, que acompaña a Damiel. Un gran elenco de actores europeos no conocidos en el mercado estadounidense conforman la historia, a excepción de Peter Folk(el conocido detective Colombo) que se interpreta a sí mismo como actor que llega a Berlín para participar en  una película de intriga sobre La Segunda Guerra Mundial ubicada en Alemania. Los ángeles Damiel y Cassiel forman una curiosa pareja. Están entre los humanos sin que puedan ser vistos, sólo los niños se percatan de su presencia. Tampoco pueden tocarlos, ni hablarles, son meras presencias que pasan desapercibidas entre las personas. Pese a su gran bondad y sus intentos de cuidar a los humanos, no pueden actuar para modificar el curso de los acontecimientos.

Son meros testigos de situaciones emocionales críticas que sufren los humanos. Otra de las grandes cualidades que poseen consiste en “poder escuchar” los pensamientos de las personas. De este modo, logran adentrarse en la intimidad mundo emocional de cada cual, llegando a percibir si una persona se siente triste, abatida, decepcionada, preocupada, sola o angustiada antes que los demás. Curiosa manera la de Wim Wender para mostrar todo un sentimiento colectivo centrado fundamentalmente en los desastres de la guerra. El relato comienza el día que uno de ellos, dispuesto a interaccionar más con los humanos, se enamora de una joven trapecista. Un complejo relato que se nos muestra como una gran alegoría de las vivencias en una ciudad que todavía no ha podido recuperarse de su pasado. La Gran Guerra terminó hace décadas, pero el famoso “Telón de acero” se encarga de mantener indemnes los  recuerdos de las inmundicias humanas. Berlín, gracias al inmenso trabajo fotográfico de Henri Alekan  aparece como una gran metrópolis en la que junto a majestuosos monumentos observamos páramos desolados y grandes ruinas, recuerdos del intenso bombardeo que desoló esa gran ciudad. Postdamer Platz era todavía un espacio abandonado y sus calles reflejaban aún la separación por el muro.
Con una ambientación congruente con la fecha de la película, 1987  y el telón de acero como fondo, Wim Wenders  utiliza la magia , valiéndose del gran trabajo fotográfico de Henri Alekan, para adentrarnos en el drama vivido por los alemanes durante su período de post guerra. Es una cinta rodada casi en blanco y negro en su totalidad, labor que llevó a cabo el fotógrafo francés. Para conseguir separar el mundo terrenal de aquel en que los ángeles aparecen en escena, se optó por utilizar el monocromo frente al color, el cual sólo tiene cabida en escenas puntuales. El blanco y negro utilizado por Alekan, es un blanco y negro que se nos antoja añejo, dota a las escenas de un espacio tiempo clásico, solemne, alejado del universo de colores pop de finales de los 80 que inundan la pantalla en los momentos donde se prescinde del monocromo. No se trata de un B/N nítido, más bien utiliza un tipo de tonos cercanos al sepia, con una especie de bruma que al mostrar bellísimas imágenes de la ciudad, ya sea desde el cielo en contrapicado o desde el suelo en poderosos ángulos, nos trasladan a otra dimensión en el tiempo. Es una película que se empezó a rodar apenas con varios diálogos, donde la imagen es un elemento más del guión y la fotografía como tal es abrumadora y poética. De hecho hay planos fijos con fotogramas que nos invitan a deleitarnos con encuadres de paisajes urbanos y contrapicados elaborados por la enorme sensibilidad de Henri Alekan.

Frase para recordar: 

“Cuando el niño era niño caminaba con los brazos abiertos.

Quería que el riachuelo fuera un río, el río un torrente y el charco el Mar.

Cuando el niño era niño, él no sabía que era un niño, todo en él era alegría.

Todo le parecía lleno de vida, y todas las almas una sola.

Cuando el niño era niño, no tenía opinión sobre nada, no tenía costumbres,[…]Y nunca hacía muecas al hacerse fotos.”

Título original: Der Himmel über Berlin  (Wings of Desire.

Director: Win Wenders.

Intérpretes: Bruno Ganz, Peter Falk, Solveig Dommartin, Otto Sander, Curt Bois, Hans Martin Stier, Elmar Wilms, Lajos Kovacs, Bruno Rosaz. 

Reseña escrita por Bárbara Valera Bestard

 

 

 

 

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01 PM | 17 Feb

BRUNO GANZ

El actor suizo Bruno Ganz, conocido por sus papeles en Cielo sobre Berlín o en la polémica El hundimiento, donde interpretaba a un Adolf Hitler encerrado en su búnker y enfrentado a un inexorable final, murió este sábado a los 77 años en su domicilio de Zúrich a causa de un cáncer. Es el desenlace de una larga trayectoria sin igual en el cine y el teatro europeos, en los que Ganz ha brillado a través de un abanico casi infinito de papeles y matices interpretativos. Actor de físico ordinario pero magnético, fue capaz de encarnar la bondad y la vileza, la dulzura y la perversidad. Hizo de galán y de patán, oponiéndose a la tradicional división entre protagonistas y secundarios. Y ejerció de estrella de un cine europeo y transnacional, actuando en todas las latitudes del continente, cuya negra historia parecía impregnar sus mejores interpretaciones.

Ganz nació en 1941 en Zúrich, hijo de un mecánico suizo y de un ama de casa italiana. Pese a crecer en una ciudad de fuerte tradición teatral, descubrió el escenario de manera tardía. “El teatro no pertenecía a mi clase social. Vivíamos en la periferia. Mi padre solo se interesaba por las cosas técnicas”, dijo a Le Monde en 2012. A los 16 años, un amigo que trabajaba como técnico de iluminación en la Schauspielhaus de Zúrich, uno de los escenarios más prestigiosos del teatro en alemán, le invitó a ver una obra entre bambalinas. Le fascinó tanto que empezó a acudir cada noche. Decía que lo aprendió todo observando a aquellos actores, en su mayoría judíos y comunistas que habían abandonado Alemania durante la guerra. “Viéndolos pensé: ‘Estoy seguro de que soy actor. Ahora debo hacer que los demás lo sepan’”, relataba Ganz.

Escogió la interpretación sin un plan b. Fue el gran director alemán Kurt Hübner quien le dio su primera oportunidad. En 1970, se convirtió en miembro fundador de la Schaubühne, el nuevo teatro berlinés que aspiraba a romper con las normas vigentes en el teatro europeo. De espíritu izquierdista y cooperativo, aspiraba a acercar las obras a la clase obrera y llegó a interpretarlas delante de las fábricas. No alcanzaron ese objetivo, pero transformaron el teatro de una época en que los jóvenes alemanes empezaban a preguntar a sus padres qué habían hecho durante la guerra. “Esa fue mi Heimat”, diría Ganz, aludiendo a la intraducible patria íntima a la que se refieren los alemanes.

El actor se quedó allí durante seis años, interpretando a Kleist o a Ibsen, hasta que llegó la llamada del cine. Un joven y ambicioso director, Wim Wenders, le había propuesto protagonizar El amigo americano y las normas de la compañía impedían trabajar en el séptimo arte, por lo que se vio obligado a escoger. Después repitió con Wenders en Cielo sobre Berlín y su continuación, Tan lejos, tan cerca, donde Ganz interpretaba a Cassiel, ángel de la soledad dispuesto a renunciar a su condición al descubrir la insospechada belleza de la vida de los mortales.

Ganz trabajó con otros renovadores del cine alemán, como Werner Herzog (Nosferatu, el vampiro de la noche) y Volker Schlöndorff (Círculo de engaño), pero en 1978 ya saltó al cine anglófono con Los niños del Brasil, sobre los experimentos de Mengele. Después, la industria hollywoodiense acudió a él con frecuencia para proyectos de todo tipo. Trabajó con Francis Ford Coppola (El hombre sin edad), Jonathan Demme (El mensajero del miedo), Stephen Daldry (El lector), Ridley Scott (El consejero) o Atom Egoyan (Remember). En el cine europeo, se puso a las órdenes de Theo Angelopoulos en La eternidad y un día, o de Jaime Chávarri, con quien rodó El río de oro cerca del monasterio de El Paular (Segovia). En los últimos años su actividad había sido frenética. Hizo de viejo hippy en la reciente The Party, de Sally Potter; de abuelo de Heidi en una producción familiar suiza, y de Sigmund Freud en la aún inédita The Tobacconist, además de participar en lo nuevo de Terrence Malick, Radegund. Ganz tiene en cartelera La casa de Jack, de Lars von Trier, donde ejerce de voz de la conciencia.

Pese a ese largo historial, su gran interpretación ha sido el Hitler de El hundimiento, papel que le costó años aceptar y que reprobó parte de su entorno, incluido su amigo Wenders. “Se dijo que no podíamos mostrar a un Hitler tan humano. Pero, ¿qué significa humano?”, se preguntó Ganz. “Hubiera preferido interpretar el ascenso de Hitler, pero nadie toca esa sustancia”, explicó en 2010 a Die Tageszeitung. Para encarnar al dictador, Ganz estudió el acento de la provincia austriaca donde nació y se internó en un centro de enfermos de Parkinson para estudiar sus movimientos. Reflejo de la desesperación tardía del personaje, pero también de la banalidad cotidiana durante sus últimos 12 días de vida, la interpretación de Ganz hizo historia. Para Ganz, que había interpretado a Hamlet y a Macbeth en el teatro, ese habrá sido su particular Rey Lear. Ganz era el portador del Anillo de Iffland, que ostenta el mejor actor en lengua alemana de forma vitalicia. Desde ayer, busca un nuevo propietario.

Alex vicente. El Pais

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08 PM | 14 Feb

PRESENTACIÓN DE CASABLANCA

El lado historicista del mito

Casablanca. Michael Curtiz (1942). Drama. Estados Unidos. VOS

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

No es nada sencillo resultar original hablando de Casablanca. Todo el mundo sabe que ganó tres oscars (mejor película, mejor director, mejor guion adaptado); que la Warner pagó más de 20.000 dólares por los derechos de Everybody comes Rick’s, una obra de teatro que ni siquiera había sido estrenada, para adaptarla; que el exotismo era una apuesta casi segura en el cine de los cuarenta; que Michael Curtiz era un mago de la taquilla; que el impulso definitivo para que Casablanca ascendiera a la categoría de mito absoluto se lo dio otra obra de teatro, Sam play again. En este caso de Woody Allen, quien, luego, la interpretó para el cine, (aquí la conocimos como Sueños de un seductor)… Vale, todo eso ya lo sabemos. Pero ¿se puede añadir algo más?

Hace poco leía yo La Nueve, de Evelyn Mesquida. En ella, la historiadora hispanofrancesa recuerda la epopeya de una compañía de blindados integrada por exiliados españoles que fueron los primeros en entrar en París, cuando la liberación, en agosto del 44. La mayoría de ellos, al terminar la guerra y exilarse por republicanos, habían debido alistarse en La Legión Extranjera para huir de los campos de concentración galos, o evitar la devolución a la España de la dictadura. Me llamó la atención un hecho poco conocido y realmente esperpéntico: muchos de esos españoles luchadores de la libertad desertaron de la Legión para incorporarse a la incipiente II División Blindada del General Leclerc. Una unidad potente y moderna, muy bien armada por los americanos, que acababan de desembarcar en el Norte de África en tres puntos: inmediaciones de Argel, Orán y en Casablanca, Estas fuerzas, en un primer momento, sufrieron la oposición violenta de algunas tropas leales Petain, o a Vichy, como se decía en la época. ¿De modo que desertores de una fuerza militar francesa para incorporarse a otra fuerza militar francesa? ¿De locos, no? Pues sí. Porque no olvidemos que en 1942, (recalco la fecha, 1942, el año en que se rueda Casablanca) hay nada menos que tres Francias: la Francia Ocupada por los nazis, con capital el París; la Francia rendida y colaboracionista, con capital en Vichy, y la Francia Libre. Esta última no tiene más virtualidad que la voluntad y el coraje de Degaulle, de Leclerc, de los españoles de La Nueve y de un número indeterminado de franceses optimistas, repartidos por las colonias y el interior, que toman las armas donde pueden, o intentan organizar La Resistencia.

En ese ambiente de extremada fluidez política, social y administrativa es en el que se desenvuelve la trama de Casablanca. Al tiempo que la refleja casi a la perfección. Por eso la Marsellesa, interpretada a coro frente a los oficiales nazis en el Café de Rick, sigue sonando tan vibrante y emotiva. En resumen, que de la modesta pretensión cinematográfica de los Estudios Warner, a saber, crear un buen producto (una entre las 50 películas que producían al año) que se desenvolviera con éxito en la taquilla, desde ahí, el talento de todos los implicados, la intuición del director y las circunstancias históricas se aliaron para alumbrar una obra sublime y eterna. Con el mérito añadido de la valentía que la productora demuestra al hacer una apuesta por el combate a favor de la libertad, en momentos en los que nadie se atrevía a pronosticar, todavía, un resultado bélico favorable a Los Aliados. Las tropas del III Reicht se empezaban a ver comprometidas en el frente soviético y en el Norte de África, pero aun faltaban años para el desembarco en Normandía.

Podríamos concluir diciendo que la Segunda Guerra Mundial fue el gran escenario para el cine de propaganda. Hubo mucho y buen trabajo en ese sentido. En él estuvieron concernidos personajes como Jonh Ford, Frank Capra, o Billy Wilder, por ejemplo. Pero seguramente no hay otro título que ataque al nazismo con más emoción y eficacia que Casablanca.

Ah, se me olvidaba que estamos en un ciclo de Bogart. Bogie, realmente lo borda. Inconmensurable. Eso Ustedes ya lo saben. Y la Bergman, también. Y el resto… Todos están magníficos. Pero el que alcanza la cima de la interpretación, el mejor, sin duda, es Claude Rains, (El Capitán Renault). Yo no conozco a nadie que sea capaz de decir con más cinismo: “Personalmente me adaptaré a lo que venga”.

Y ahora disfruten de Casablanca. ¡Egain!

 

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