07 PM | 03 May

De epidemia a pandemia

 FRANCES CARRERAS

Cuando se usan banalmente, las palabras llegan a perder su auténtico significado y acabas evitando emplearlas para no caer en la más pura trivialidad. Eso ha sucedido en los últimos años con el término globalización: da vergüenza utilizarlo de tanto como se ha abusado de él. Ahora bien, esta palabra de moda describe muy bien la realidad. La marcha hacia un mundo global es, desde hace mucho tiempo, imparable pero, desde hace pocos años, su naturaleza ha mutado debido a que su ritmo se ha incrementado aceleradamente. Y la gripe porcina, o como se la quiera llamar, presuntamente originada en México, es un buen ejemplo para comprender su significado.

 

Un viejo y excelente manual de historia de las ideas políticas, cuya primera edición en inglés data de 1938, traducido tres años después al castellano por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, a quien tanto debemos, está escrito ya desde una perspectiva globalizadora. El autor de dicho libro es R. H. S. Crossman, un conocido teórico perteneciente a la segunda generación de fabianos ingleses, los inspiradores del laborismo británico. La versión española lleva por título Biografía del Estado moderno y en sus primeras páginas, para que se entienda la diferencia entre el mundo medieval y el contemporáneo, contiene el siguiente párrafo que me permito reproducir.

“Hoy vivimos en un mundo en el cual la pérdida de la cosecha de goma en Malasia afecta profundamente a los trabajadores en Birmingham o en Detroit, mientras que una negociación en la bolsa neoyorquina puede arruinar a los productores de cacao del África occidental, quienes apenas conocen la existencia de Londres y seguramente no saben nada de acciones y valores. La ciencia nos permite viajar hacia donde nos plazca y comerciar con quienes tengamos el deseo y el poder para ello. Esta facilidad de comunicación, posiblemente más que ningún otro factor, ha producido la interdependencia económica de nuestro mundo moderno. El hombre medieval se encontraba atado al país en que vivía: los caminos de la época eran mucho peores que lo habían sido bajo el imperio romano y su comercio estaba confinado, en la mayor parte de los casos, al mercado local. La economía de la época, eminentemente agrícola, bastaba para satisfacer las propias necesidades y las ciudades dependían para la alimentación de los distritos campesinos más cercanos a ellas”.

Este párrafo sobre la globalización, aún sin usar esta palabra, está escrito antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin duda encontraríamos precedentes mucho más antiguos. En la misma obra de Marx, casi un siglo antes, la perspectiva es ya la de un sistema económico globalizado. Y si nos vamos remontando en el tiempo, iremos a parar a Colón descubriendo América, a Vasco de Gama dando un rodeo por el sur de África y a Marco Polo llegando a China. La globalización significa, antes que nada, la posibilidad de conectar las distintas partes del mundo mediante rutas de diverso tipo. Primero por tierra y por mar, después por teléfono, por radio, por televisión, ahora por el misterioso ciberespacio. La ciencia y la técnica han hecho posibles, en cada momento, estos distintos métodos de comunicación al transformar, mediante una revolución silenciosa, la economía, la sociedad, la política y la cultura. Ha sido, y es, la revolución más auténtica, la que ha activado todas las grandes transformaciones humanas.

En el último año hemos comprobado cómo unas hipotecas mal gestionadas en Estados Unidos provocaban una crisis económica de dimensiones globales. Y en estos días, en esta semana, una extraña gripe detectada en México, aunque váyase a saber de dónde viene, está causando la alarma en el mundo. De lo que antes era una epidemia, una enfermedad que se propaga durante un tiempo en un determinado país, hemos pasado a una pandemia, es decir, una epidemia que se extiende a todo el mundo. De la interdependencia en economía -de la que hablaba Crossman- a la interdependencia en los virus: nadie está hoy a salvo, también en cuestiones de vida y muerte.

Todo ello nos debería hacer pensar. Pensar en las enormes desigualdades sociales entre el mundo desarrollado y el mundo pobre, en la enorme distancia que los separa. Hace ya un tiempo que en el primer mundo existe una extendida conciencia de la injusticia que esta desigualdad supone, de la relación causal entre la riqueza de unos y la pobreza de los otros. Las ayudas financieras y la cooperación han aumentado mucho en los últimos tiempos. Pero la generosidad de unos pocos no basta. Son simples gestos, humanamente admirables, pero insuficientes. La solución a estas desigualdades vendrá por el camino del egoísmo: cuando el mundo rico se dé cuenta que la pobreza de los demás pone en peligro su prosperidad. Es entonces cuando empezarán a preocuparse y a buscar soluciones.

Toda crisis económica tiene un lado malo, el más evidente, y un lado bueno, la necesidad de ponerle remedio. La pandemia que nos preocupa es una metáfora de otras muchas pandemias no virales: la inseguridad, el terrorismo, el deterioro del medio ambiente, el paro, el fanatismo. Hasta que no tomemos conciencia de que en este mundo globalizado todos vamos en el mismo barco, cualquier virus, real o simbólico, puede acabar con el confort relativo de quienes vivimos en los países desarrollados. ¿Por quién doblan las campanas? ¡Sin duda están tocando por ti!

FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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