09 AM | 04 Oct

YA NO PODEMOS

Duns Scoto, profespíritu del 45esor y pensador de agudo ingenio, al inicio del siglo XIV sintetizó en el célebre axioma “Potuit, decuit, ergo fecit” (“Podía, convenía, luego lo hizo”) el argumento que en el siglo XIX sustentaría para la cristiandad el dogma de la Inmaculada. Utilizando dicho axioma, en otro contexto y siglo, podemos aplicarlo de algún modo a la decisión mantenida por Podemos en la investidura de Pedro Sánchez en la pasada legislatura: “Pudieron votar sí, convenía que lo hicieran, pero no lo hicieron”. Sin entrar a analizar las diferencias matizables entre “un cambio” y “el cambio”, resulta paradójico que quienes abogaban por el cambio, ante un aceptable aunque no total cambio como ellos pretendían, prefirieron votar NO. En el documento que habían presentado como programa para las elecciones del 20D y 26J apoyaban llevar a cabo los consensos necesarios para que “nuestro país pudiera tener lo antes posible un gobierno que garantizase un programa de cambio y de progreso”; con su irresponsable negativa lo que tal vez sí han garantizado durante otros cuatro años es un gobierno conservador.

Por esta manifiesta irresponsabilidad de “principiante atrapalotodo” (quererlo “todo y ya”), sin autocrítica alguna y sin estrategia ni previsión de las consecuencias: “queremosun gobierno –decían, casi exigían,- que priorice el rescate de las personas, cree empleos dignos y con derechos, que revierta los recortes en los servicios públicos, comprometido con la regeneración democrática; un gobierno que acabe con la corrupción y el nepotismo; un gobierno del cambio para impulsar una segunda transición, ya no sirve la del 78; un gobierno capaz de estar a la altura de los de­safíos que, en este momento histórico, tiene nuestro país en el ámbito social, institucio­nal y territorial; un gobierno de la gente y no de la casta…”, nos enfrentamos sin embargo a una situación no ya de un cambio viable que hubiera podido renovar la corrupta gestión del Partido Popular, sino de aguantar otros cuatro años a Rajoy y a su partido con “más de lo mismo”.

Quienes alzaron la voz contra los privilegios de la casta política y denunciaban que “sus señorías” apenas pisaban la Cámara baja en los meses inhábiles de julio y agosto, pronto se han mimetizado con su tan criticado parlamentarismo de moqueta. Según información de “Vozpopuli”, los despachos de la cuarta planta del Congreso de los Diputados, donde se encuentran los herederos del “no nos representan y los paladines del cambio”, están cerrados a cal y canto a escasos días del debate de investidura; solo falta el cartel de “cerrado por vacaciones”. La consecuente realidad es que Podemos está en estos momentos fuera del foco político. Su presencia apenas se hace notar; es casi irrelevante. El hecho de que Iglesias y sus líderes de compañía estén tan callados se podría interpretar o como una necesaria autocrítica o que, como hablaron y se expusieron demasiado, se han dado cuenta de que poco tienen ya que decir en esta situación de espera. Y, lo que es peor, sin que sus votos sirvan para poder conseguir un gobierno progresista capaz de revertir el desastre económico, educativo y social causado por las políticas de recortes aplicadas por el Partido Popular. Es una de las consecuencias de reducir la política a tacticismos y estrategias para alcanzar el poder.

Es cierto que lo que ha logrado PODEMOS, especialmente su equipo impulsor y dirigente, en tan solo tres años ha sido importante: construir, desde un sentimiento de profunda indignación política y social, un partido que ha llegado a convertirse en la tercera fuerza política, sin contar apenas con cuadros experimentados, sin respaldo financiero y sin ayudas internacionales de cierta entidad, es algo inédito en nuestra historia democrática. De ahí que nadie discuta su éxito, que no es tanto el resultado de sus políticas -apenas se conocen- sino debido a las deficiencias del sistema en el que estamos. Sabemos que la historia de la política abunda en destinos y finales insospechados. Lo que un día estuvo en lo más alto se puede precipitar pronto en el olvido. De hecho, la adaptación necesaria a la vida institucional no ha estado al alcance de los deseos “sorpassianos” de los líderes de Podemos; por el camino entre la breve legislatura del 20D y las elecciones del 26J ha desmovilizado más de un millón de votos a pesar de la esperanzadora confluencia con Izquierda Unida. Al analizar esta importante pérdida de apoyos han buscado en el exterior las razones de tal fracaso eludiendo la más importante: su arrogante bisoñez y la imprevisión para la gestión responsable. En una frase que demuestra la incapacidad de Podemos para leer e interpretar la realidad (cualidad indispensable de todo buen político) Pablo Iglesia en El Escorial sentenciaba: “Hemos podido ser víctimas de nuestra propia lucidez”. Cambiando el sustantivo pero manteniendo la rima final alguien, con más acierto, la ha cambiado así: “Hemos podido ser víctimas de nuestra propia estupidez”. No se puede dilapidar la ilusión. Al caos actual le puede seguir más fracaso y frustración. La euforia inicial podría devenir en desencanto, con consecuencias muy negativas para la organización.

Aunque las actuales encuestas son solo indicativas de tendencias, sí parece que se está produciendo un cierto descenso en la intención de voto, que pudiera ser más intenso si no consiguen superar la estrategia empleada en las elecciones del 26J. Ante esas tendencias de voto, tomadas con precaución, y con las actuales tensiones organizativas y políticas que se dibujan en Podemos, ya hay quienes atisban un posible desinfle de la organización debido, entre otras razones a sus propias insuficiencias y a la fragmentación política e ideológica de sus líderes y confluencias: en Galicia hay tensiones con En Marea, en Cataluña es probable que En Comú se separe de Podemos; en Valencia, Compromís ya se ha separado y se ha ido al grupo mixto; y en cuanto a Euskadi si pretende gobernar con Bildu, el batacazo a nivel nacional puede ser monumental…). A esto hay que sumar el fanatismo incondicional en una parte de sus bases por el más que fuerte e indiscutido liderazgo de su cúpula y de su máxima figura, que habla y actúa como si la formación formara parte de su patrimonio personal.  De nuevo hoy, 26 de agosto, mientras cierro estas reflexiones, escucho su calculada ambigüedad en unas declaraciones en la SER. Como “pontífice en su cátedra” reparte culpas y responsabilidades de la complicada situación actual a todos menos a él. Al hablar sobre pactos con el PSOE y su oferta de cambio más que una propuesta viable no deja de ser un intento de buscar su sitio en el nuevo escenario político. Resulta, además, curioso que todavía haya quien confunda la supuesta condición asamblearia, en que creen vivir muchos de sus seguidores, y la realidad de una estructura piramidal dominada férreamente por Pablo Iglesias. No llegan a percibir que de la pluralidad se ha pasado a la unidad.

Hay políticos, como existen escritores que, paradójicamente y a pesar de su ambigüedad, en sus textos o discursos (su jerga política) han hecho fortuna: son reconocidos más por su expresión que por su contenido ideológico. En esta encrucijada no encuentran salida entre el contenido y la expresión, entre el razonamiento  y la metáfora: son ambiguos. ¿En qué radica la ambigüedad de su lenguaje? Principalmente por la exploración evocadora de la lengua que les lleva a retorcer literalmente las palabras por encima de la puramente referencial y por el uso recurrente a imágenes y metáforas que, bajo la apariencia de una engañosa pero brillante sencillez, vacía su propio significado al confundirla con la imagen o metáfora de las que se sirven; obligan al lector o al oyente a discernir la aparente ingenuidad de su intención para saber de qué están hablando. Muchos de los líderes de Podemos realizan permanentemente toda una exhibición de dominio de la metáfora para dar titulares con los que garantizar la llegada de sus mensajes.

Para entender lo que Podemos quiere decir no se necesita la ambigüedad en las expresiones. El lenguaje sirve, sobre todo, para decir lo que pensamos y hacemos y que, a su vez, el que escucha nos comprenda. A no ser que tengamos la intención expresa de sumergir al oyente o al lector en la ambigüedad. En el lenguaje la luz es la claridad del mismo, la sombra, la ambigüedad; es decir, la vía para comunicar lo que no se quiere que se llegue a saber. Si en los políticos esa ambigüedad es fruto de una elección consciente escénica, nos enfrentamos al engaño y la mentira; si transitan por un lenguaje torpe e incomprensible, es porque están expuestos al ridículo en la expresión y al error de comunicación y, por consiguiente, a la incapacidad para la política. Para distinguir a estos políticos de palabra fácil (“verborrea”) la cuestión clave reside en descubrir si, en la hojarasca de esta hinchada palabrería, existe una teoría de razonable contenido o se esconde un charlatán (“flatus vocis”) en el que naufraga toda teoría.

Son muchos los líderes de Podemos que, con diferentes matices, se han empapado de las doctrinas del pensador y filósofo argentino Ernesto Laclau y su esposa Chantal Mouffe; en los escritos y discursos de la cúpula de Podemos, además de Weber, Marx, Michels o Gramsci, Laclau es su autor de cabecera; muchos de los conceptos desarrollados en su conocido libro La razón populista reflejan algunas de las teorías, orientaciones y tácticas políticas de Podemos, desde el postmarxismo hasta su actual indefinición y adaptación a los nuevos movimientos sociales surgidos, entre otros movimientos iniciales -marxismo, anticapitalismo, socialdemocracia, socialismo libertario…- del movimiento 15M.

En Podemos se están dando algunas paradojas que apunta Laclau; su retórica revela cierta incomprensión de la democracia representativa en un discurso vacío; mientras afirman que deben ser los ciudadanos quienes decidan sobre “todo” y que hay que remitir cualquier asunto -dicen- a “la opinión ciudadana”, en la práctica, la cúpula de sus líderes decide cuanto y cuando quiere. Algunos representantes de Podemos se están aficionando a las frases hueras, sin contenido real, que lubrican verbalmente la irritante ausencia de un discurso sólido. No comprenden que la democracia directa, consulta tras consulta, resulta a la larga casi siempre imposible, ni siquiera a través de la apelación a las redes sociales; el modelo institucional vigente es la democracia representativa.

Es significativo escuchar a “Bases Podemos”, corriente interna respaldada por unos 3000 militantes, la denuncia que hace días hacían a la cúpula del partido: “Se está ninguneando a las bases”; y añadían: “existe un descontento generalizado entre los círculos; desde hace tiempo la dirección no cuenta con ellos, los utiliza cuando considera necesario”; sostienen que “no hay transparencia ni democracia interna debido a que laférrea jerarquía expulsa y demoniza a los que no opinan igual o no comparten la postura oficial. Creen que ya son demasiados los cargos que se eligen a dedo y las personas que ocupan más de uno. Nosotros no veníamos a esto; no nos gusta nada esta deriva”. Y concluyen: “No es que la gente se vaya de Podemos, es que Podemos se está yendo de la gente”.

Algunos líderes de Podemos emplean lo que Lacau llama “significantes vacíos”. Se trata de “significantes” que no tienen “significado”. Con cierto relativismo, se llenan de contenido según quien los utilice y según las demandas que éste detecte en la masa que le escucha o lea. Nuevamente, la ambigüedad aparece como una característica central de estos “significantes vacíos” en la medida en que son “pura forma” y no encarnan un contenido literal. Al vaciarse de su literalidad, cualquier discurso, símbolo o valor puede constituir una “materia prima ideológica”, una superficie discursiva en la que pueden inscribirse distintas reivindicaciones, incluso, antagónicas. Por eso, palabras tan rítmicas  y claras como “pueblo”, “patria”, “casta”, “decencia”, “arriba, “abajo”, “izquierda”, “derecha”, “oligarquía”,  “lucidez”… o expresiones como “centro del tablero”, “núcleo irradiador”, “grupos dominantes”, “mayoría silenciosa”, “gente decente”, etc… pueden aglutinar respuestas (y esperanzas) contingentes que, al llevarse al terreno de lo concreto, son difíciles de resituar; dependen, obviamente, de una circunstancia contextual del ciudadano al que se quiere “seducir”. Esta es la razón por la que los significantes vacíos sean tan importantes para la política.

Resulta paradójico y sorprendente, finalmente, que Podemos que es un partido de profesores universitarios, cuya cúpula procede del mundo universitario y de las facultades de Políticas, como sostiene Félix de Azúa en un artículo en el diario El País, no haya dicho hasta ahora nada y ni haya sido capaz de aportar documento alguno sobre la necesaria reforma de la Universidad. Ellos que conocen sobradamente la corrupción universitaria de la que se alimentan aún no han dicho nada relevante sobre la futura enseñanza en España, como no sean cuatro vaguedades idealistas del tipo “hay que suprimir el plan Bolonia y la Universidad y la educación han de estar al servicio de los pobres”. A quienes nos hemos dedicado al tema de la educación este silencio nos resulta, cuando menos, llamativo.

Deshojar la margarita ha sido siempre una forma romántica y no traumática de afrontar un posible fracaso, casi siempre amoroso. Entre el “me quiere”, y “no me quiere”, en contra de lo que decía Íñigo Errejón de que con ellos “en España la política volvía a ser sexy”, la margarita (la dura realidad) les está diciendo que hoy son menos “sexy” que ayer y menos aún que mañana. Alguien con cierta ironía concluía que en este descenso en vez de Podemos pueden convertirse en “Pokemos”.

Y acabo con alguna cita histórica, aunque con ellas no pretenda convencer al lector con el fácil recurso del argumento de autoridad, sino de someter los argumentos ofrecidos con la criba y contraste de otras autoridades y situaciones que ayuden a comprender lo expuesto.

A la muerte de Fernando I, su hija Doña Urraca recibió de su padre el señorío de Zamora; Sancho II el Bravo, rey de Castilla, no aceptó el reparto testamentario de su padre y sitió la ciudad de Zamora para arrebatársela a su hermana. El cerco duró no una hora sino siete meses, de ahí a frase “No se ganó Zamora en una hora” y además fracasó. Recuerdo, pues, a Podemos que ¡tampoco se gana España apenas en una campaña!“Quisieron asaltar los cielos y por ahora se han quedado en los suelos”. Ya lo escribió el poeta latino Virgilio en el libro VII de la Eneida: “Flectere si nequeo Superos, Acheronta movebo” (Si no puedo alcanzar los cielos, bajaré a los infiernos).

Jesús Parra Montero

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